Pasa un rato de las once de la mañana en Morales de Valverde y no hace frío de matanza. Es más, si asoma el sol, uno casi puede quedarse en mangas de camisa en este 6 de diciembre más propio del otoño que se despide que del invierno que acecha. Pero es el día convenido y toca cumplir con la faena. Así lo hace una cuadrilla de tipos con mono y chaleco que funciona bajo las directrices del que sabe más. Y el que controla cada paso se llama Avelino. La veteranía le avala.
«Es un fenómeno para esto», le reconocen los más jóvenes, que ya no lo son tanto, mientras rematan la jera del día uno. La matanza comunitaria que ha organizado la asociación Las Pozas en el pueblo contempla tres jornadas de trabajo. En la primera, el cerdo, que viene de Manganeses ya muerto, se chamusca y se lava bien; luego, se le sacan las tripas y se cuelga para que se oree. En la segunda, se deshace el animal y se organiza la comida popular. Y en la tres tocan las chichas y embutir un par de chorizos para que los niños y los criados en la ciudad vean cómo es eso.

Pero paso a paso. La escena de ahora es todavía la del día uno. El cerdo ya está chamuscado, lavado y abierto en canal. Queda el rato de colgarlo. La cuadrilla citada se apoya en una escalera de mano para enderezar al animal y situarlo en paralelo a la pared. Hay varios observadores, entre ellos algún niño que mira de soslayo. Avelino sigue al mando. La operación sale bien. El marrano queda listo para el día siguiente. Antes, ya se ha sacado la muestra para que el veterinario compruebe que todo está en orden.
Pasado el trance, los encargados del trabajo pueden hablar y contar de qué va esto. Hace pocos años, el hecho en sí no habría necesitado demasiada explicación en una provincia como Zamora, más que acostumbrada a las matanzas domiciliarias como esta. Pero el hecho de que una asociación adquiera un cerdo y haga todo paso a paso como antaño para mostrarlo a la gente evidencia que esta faena, como muchas otras, está empezando a perder vigencia en lo cotidiano.
Lo cuenta un hombre llamado Mario Macho, implicado en la vida y en las tradiciones del pueblo, y hasta en la ingrata política municipal. «En Morales de Valverde, esto está prácticamente perdido, porque ya no creo que maten dos personas en el pueblo», señala uno de los hombres que acaba de agarrar al cerdo para cumplir con la tarea de la jornada. Vista la realidad descrita, y ante el ofrecimiento de un marrano a la asociación, su gente se animó: «Para adelante, lo hacemos y fuera», resume el vecino.

Para algunos, plantarse ante el cerdo abierto en canal supone un regreso al tiempo de sus padres y sus abuelos. Tiene más de pasado que de presente: «Es que cada vez hay menos gente en los pueblos, eso es lo principal, y luego criar el marrano es complicado, lleva mucho trabajo. Es más cómodo comprar el chorizo que hacer esto, aunque no sea igual», analiza Macho, que habla de la matanza, de la comida del domingo, de la fiesta prevista y de la deriva de los pueblos. La pérdida de faenas tradicionales y comunitarias, sea esta u otra, no deja de ser un síntoma de abandono de una forma de vida y de un territorio. Él mismo lo ve y lo cuenta.
Envejecimiento, pero arraigo entre los niños que vienen
«Y lo malo es que la esperanza de aquí a veinte años es cero, porque la mayor parte de la población tiene más de 70. Quedaremos cuatro», augura Mario Macho, que ya cumplió 51, pero que se ve entre los más jóvenes en Morales. Mala cosa. «Lo bueno es que ahora tenemos una generación de niños que vienen y se animan, sobre todo para el carnaval», destaca el portavoz del resto, que cita la fiesta grande de la localidad, allá por el final del invierno. Las máscaras son diversión, identidad y vínculo.
También ayudan otras actividades que la asociación Las Pozas organiza durante el año para conjugar ese verbo llamado dinamizar y que básicamente quiere decir que haya excusas para que la gente vaya al pueblo fuera del verano. Ahí aparecen los coscarones de San Blas o el fin de semana de la exposición de setas, que es este mismo, ahora mezclado con la matanza. Buena idea la del cerdo este año, porque de micología hay poco. Mala campaña. La sala se monta igual, con los hongos liofilizados y con las creaciones de «Choni», como conocen por aquí a la mujer holandesa que teje imitaciones de níscalos o lo que surja.

«Es una forma de que la gente siga viniendo, para que no nos quedemos solos del todo», concluye Macho, mientras algunos niños corretean por la zona. Que los muchachos vean las tradiciones, aunque sea con la atención dispersa a ratos, no deja de ser una forma de criar arraigos por goteo. Para que ellos se lo enseñen a los siguientes.
