Mari Carmen Díez ha tejido un pequeño cosmos navideño. Es su mundo, pero está abierto a todos. Principalmente, a los niños, que Navidad tras Navidad se asoman a la ventana y cruzan el umbral de la puerta para disfrutar con toda la narrativa creada por esta vecina con dos casas situadas frente a frente. En una vive la familia humana; en la otra, la élfica. Son más de cien muñecos de ganchillo, y el orden no es aleatorio. Todo tiene un sentido. Y está en Tábara.
La propia Mari Carmen lo cuenta mientras se excusa. Lo de este año todavía tiene que coger forma al completo. Pero aun viéndolo sin ordenar del todo basta para hacerse una idea. Además, la protagonista lo cuenta con tal pasión que cuesta no compartir las emociones con ella: las alegres, por ver cómo disfruta de entregar su talento y su esfuerzo a los demás; y las agridulces, al entender que la ilusión de la Navidad le va sirviendo a esta mujer para apartar un poco la pena.

Así, con sentimientos encontrados, va contando Mari Carmen lo que tiene: Papá Noel, los ayudantes, la carroza, los ratoncitos, los personajes del Cascanueces, las casitas, las galletas, el buzón para las cartas, la decoración de la chimenea, los caramelos, el ángel que está terminando… Todo se acumula entre dos estancias temáticas que conforman el hogar de la Navidad en Tábara. Para el primer año hizo 36 piezas de ganchillo. Cada una le lleva más o menos una semana. Eche cuentas. De ahí en adelante ha ampliado hasta pasar la centena.
La vecina tabaresa complementa todo esto con juegos y regalos para los niños y con la capacidad para crear historias que sumergen a los pequeños en la Navidad más allá de lo estético. A veces, solo se trata de envolver un poco a los que llegan a la casa para que salgan con los bolsillos llenos de magia. Mari Carmen lo subraya mientras salpica la conversación con explicaciones como que a esa figura no le dio tiempo a rematarla, que aquella le costó algo más o que las escaleras de más allá todavía las tiene que decorar. Lo vive y de eso se trata. Y, como ella (o casi), más gente en Tábara.
Porque es justo decir que todos los vecinos preguntados señalan a esta mujer y a sus elfos de ganchillo cuando uno pregunta por una decoración particular, pero el paseo matinal del sábado por la localidad permite comprobar cómo más familias se implican en decoraciones que van de lo más sencillo a complejidades que rozan casi lo ostentoso. Lo que está claro es que hay interés. Por el concurso que anima a embellecer el pueblo en estas fechas y porque ya se va convirtiendo en tradición.
Además, por si a alguien le faltaba algún detalle para rematar su obra ornamental, este día de la Constitución viene con mercado navideño en el auditorio Leticia Rosino. Allí, en plena organización, aparece una mujer llamada Soraya Ruiz. Se trata de la tesorera de la asociación cultural Magius, la que organiza este evento y otras acciones navideñas como el belén viviente previsto para las tardes del 27 y el 28 de diciembre.
Ruiz explica que esto de darle un poco más de color a la Navidad es una idea de 2021, de salida de la pandemia. A partir de ahí, todo ha ido poco a poco: «Para lo del mercado, empezamos a contactar con artesanos de la zona y la verdad es que tiene muy buena acogida. Como verás, ya no podemos meter más puestos de los que hay», constata la representante del colectivo. Y tal cual. Entre figuritas, abalorios, flores, camisetas, gorros y otros artículos navideños, casi hay que sortear mesas. Y gente, claro.

Entre las que parece estar vendiendo bastante aparece una mujer llamada Carmen Hita. En su mesa hay piezas más navideñas y otras futboleras, con escudos de la Real Sociedad, del Real Madrid o del Zamora CF. El rasgo común es que todo está hecho con tejas, también las fachadas en miniatura: «Coges la radial, le cortas las ventanas, le pones unos cristales, añades una cortina y adornas con masa», resume esta mujer llegada de Arquillinos. Por si alguno quiere tirar de originalidad para esta Navidad. Si es de Tábara, tendrá competencia.




