
Mi amigo José Luis se ha ido.
Coomonte ya no está y ayer, a medida que pasaban las horas, me aprisionaba un sentimiento de pena y contradicción.
Hace años, en una exposición, decía de él que era infinito, pero ayer ya no estaba y este pensamiento se derrumbaba. ¿Estaba equivocado?
Conozco a Coomonte desde que nací. Pero no solo yo, una gran parte de la sociedad zamorana lo conoce desde sus primeros paseos. Ahí estaba Equilibro Horizontal, robusto y totémico pero ligero y lúdico. En la Farola hemos esperado a nuestros primeros amores y hemos visto pasar por delante de nosotros sus arados, sus yugos y sus cruces atravesando las venas de la ciudad cada lunes santo. Lo conocemos porque, casi sin saberlo, está en cada rincón de la ciudad: balaustradas, escudos, esculturas, rejerías. Coomonte, sin ser el más ruidoso -salvo cuando se encaramaba a cosas -, es parte de cada uno de nosotros.
José Luis forma parte de cada uno de nosotros y de nuestra forma de ver el mundo, y lo hace de una manera que no somos conscientes. Su huella es infinita.
Leeremos estos días que el artista siempre vivirá porque su obra le trasciende, pero en el caso de Coomonte es diferente. Ser capaz de absorber los valores de una tierra, moldearlos y convertir su estética en arquetipo es algo reservado a muy pocos.
Pero el artista no es solo nuestro, es universal. Mi absoluta subjetividad no me impide ser absolutamente objetivo. Coomonte es, junto con Lobo, el escultor más relevante que ha dado esta tierra y sin duda uno de los principales artistas sacros a nivel internacional del siglo XX. Su estela es infinita.
Su gran virtud, más allá de tratar a su antojo los materiales, era su gran imaginación. Y la aplicaba en cada aspecto de su vida. De él he aprendido que cualquier idea, por extraña y difícil de materializar que pudiera parecer, es factible. La cabeza de José Luis era un hervidero de pensamientos y su voz un torrente para expresarlos. Ni mil vidas hubieran dado para materializar todas sus ideas. Ni a nosotros para seguirlas. Su creatividad es infinita.
Coomonte, José Luis, era mi amigo. Y era amigo de muchas personas porque era generoso. En lo material y en lo personal. Él decía que su maleta debía ser ligera el día que se marchara, pero no lo ha conseguido. Todo culpa suya. Se va con un equipaje lleno de agradecimientos y de cariño. Del amor de sus escuderas, Marianela y Paz, y de sus amigos. Se lleva una parte de cada uno de nosotros porque nosotros tenemos una parte de él.
Coomonte es infinito.
