No está muy claro con cuál empezó todo. Quizás fuera un Chivas de 21 años que llegó a Pobladura del Valle hace ahora más de treinta años. Posiblemente fuera ese, uno que formaba parte de un pack de cinco botellas de whisky que Luis Vara recibió como regalo. Hasta ese momento, reconoce, no se había interesado especialmente por el whisky, pero algo tendría aquel presente cuando desencadenó lo que ha desencadenado. Desde entonces hasta ahora no han parado de entrar botellas en el Bar Vafer, uno de los que resiste en este pueblo del norte de Zamora, ya casi en León. El último recuento sitúa la cifra total de botellas en 4.199. Las hay sobre la barra, por las paredes, en las escaleras, en la sala de juegos y en la sala de la televisión. Las hay incluso bajo el suelo, debajo de un cristal protector que alberga unas doce.
Luis Vara presume de tener en su bar la colección de botellas de whisky más grande de Europa. Al menos la más numerosa de las que hay registros, «porque no es raro que haya alguna privada que se nos escapa». Es la más grande abierta al público, desde luego. «Hace unos años fui a Edimburgo a ver una exposición que se anunciaba como la más grande de Europa. Decían que tenían 3.100 botellas y digo, hombre, si yo tengo más». Así que desde entonces se promociona así, como la colección más numerosa de Europa. «Sin más pretensiones, pero reconociendo las cosas», asegura el dueño del bar, que no obstante reconoce que «puede haber otras, seguro, las hay», que tengan mejores marcas, mejores botellas. Que valgan más dinero, en suma. Pero es que eso no es lo que se busca aquí. Lo que se busca en Pobladura es que haya cuántas más botellas, mejor. «No importa si es bueno o si es peor. Si no lo tengo, me interesa».

A Luis le va cogiendo el relevo su hija, Natalia, que se confiesa más interesada en este mundo que su padre, y ya es decir. Pese a lo que tiene en casa, el impulsor de la colección asegura que no es ni mucho menos un entendido en el mundillo. «Sí diferencio uno ahumado de otro por el olor… Pero no soy un experto. Si me pones un Ballantines, un JB y un Johnnie Walker ya te digo que no los diferencio. Ni yo ni nadie, creo», reconoce. Natalia da más importancia a la cosa y es la persona que se está encargando de dar un nuevo impulso al negocio al rebufo, como no, del whisky. En el Vafer se organizan catas especializadas donde se marida el whisky con diversos alimentos, en las que Natalia Vara se encarga de detallar a los participantes en qué deben fijarse al beber y en las que los productores presentan sus quesos o embutidos con aromas que recuerdan a los whiskys que hay sobre la mesa.
Se trata de un intento de conseguir un público más especializado que de momento funciona, porque el Vafer se va convirtiendo poco a poco en referencia de las personas que quieren beber ciertas marcas que no se encuentran en la hostelería más cotidiana. Las botellas de la exposición no se abren, lógico, pero tras la barra hay una carta de whiskys propia de un local que se sabe experto en el tema. «Hay gente que viene de lejos solo a esto», asegura Vara mientras hace un recorrido por la exposición, en la que hay verdaderas rarezas, desde marcas que ya no existen a botellas especiales que se comercializaron para ocasiones especiales. En algunos whiskys hay virutas de oro, otros están embotellados en barcos, en tarros similares a los que se usan para la miel («cuentan que cuando hubo la Ley Seca en Estados Unidos se metía el whisky ahí para saltarse los controles») e incluso dentro de botellas que simulan ser metralletas.
No está claro cuál será el más barato, pero el más caro sí goza de una posición especial en la exposición. Es un Talisker de 44 años que la familia compró para conmemorar las cuatro mil botellas, hace poco, y que cuesta unos cuatro mil euros. «A ver qué compramos si llegamos a las cinco mil, que esto se nos está empezando a ir ya de madre», ironiza Luis. La colección solo crece, porque aunque ha habido diferentes intentos, no se ha vendido una sola botella de la muestra. «Si alguien está interesado le intento conseguir otra a través de las casas a las que les pido las botellas, pero si solo tengo una no la vendo», apunta Luis Vara.

Las botellas que se guardan en este rincón de Pobladura del Valle cuentan, cada una, su historia particular. Pero, entre todas, son testigo de la apuesta de un hostelero por una bebida que tradicionalmente ha sido relegada a un segundo plano, que no ha gozado de protagonismo en los bares (ni en los de la zona ni casi en los de ningún lugar del país) y que particularmente aquí está eclipsada por el vino. «Cada rincón está repleto de botellas de diferentes orígenes, procedencias, olores, gustos y sabores, desde los mejores de Escocia a aquellos elaborados en Japón, Australia, Estados Unidos o La India», con mención especial para España. «Cuando empezamos habría una o dos destilerías en España, ahora hay más de cuarenta», resume Vara. Aquí están todas.

