En el salón de actos de la Alhóndiga hay aplausos y alguna lágrima cuando Lorena Salazar le pide a su padre que suba. «Pese a las dificultades que hemos tenido, él siempre se ha asegurado de que yo pudiera cumplir mi sueño», señala, dirigiéndose a su progenitor, esta graduada en Derecho por la UNED que actualmente cursa el Máster de Abogacía. Lorena es mujer y gitana, y su caso sigue siendo excepcional. Las cifras dicen que solo un 0,8% de las personas romaníes logra titularse en la Universidad. Y para ellas siempre resulta más complicado.
Pero las niñas y las mujeres que este lunes contemplan a Lorena Salazar saben que hay alguien como ellas que lo hizo primero. Y eso siempre ayuda, estimula y permite creer. Abrir camino es más difícil que seguir la senda. Por eso, en el encuentro educativo organizado en la Alhóndiga por el Secretariado Gitano, esta graduada en Derecho y otras siete personas más salen a escena para contar su experiencia personal y hacer ver al resto que la vía de la formación es una oportunidad que conviene aprovechar. Aunque a veces haya dificultades; aunque la vida tenga sus caprichos; aunque lo fácil sea dejarlo.
Lo cuenta Lorena, que explica que primero hizo un Bachillerato puro de ciencias y que luego se decidió por la educación a distancia ante la imposibilidad de desplazarse a Salamanca por motivos familiares. En la UNED empezó, en la UNED acabó la carrera el año pasado y allí sigue ahora con el Máster. Mientras, por formación y por tratarse de un ejemplo en sí misma, es uno de los grandes activos de la Fundación Secretariado Gitano en Zamora, donde trabaja.
Lorena Salazar va narrando todo esto mientras da algún consejo: «Pudiendo hacerlo, hazlo», recomienda esta mujer a un auditorio lleno. «No sé si ejerceré como abogada, pero quería tener el título y un máster. Al menos, para colgarlo en la pared de mi casa», apostilla esta mujer gitana que destaca que, en Zamora, «hay muchísimas niñas que están estudiando». «No somos perfiles aislados, cada vez hay más. Y podemos y valemos», remacha.
Y el ejemplo de que, efectivamente, hay más no hay que buscarlo muy lejos. Unos metros más allá habla de lo suyo Samara Jiménez, que también trabaja en la Fundación y que está formándose en Intervención Social por la Universidad de Navarra, igualmente a distancia. «Al ser mujer y gitana, casi siempre cuesta más», concede la ponente, que pone el foco en la familia: «Hay que ayudar y no impedir. Los padres tienen que evitar esos comentarios de ‘ya tienes tu edad’, ‘mira a ver, vete viendo…’. Todo tiene su tiempo. Se puede hacer todo lo que una quiera y más, pero siempre buscando tu bien», reflexiona Samara.

Junto a estas mujeres, seis hombres ofrecen también su testimonio en la mesa. No necesariamente se trata de estudiantes universitarios. Los hay en ciclos de grado medio o superior, que eligen una formación vinculada a un oficio y que sacan adelante sus estudios. Además, en ocasiones, lo hacen con la dificultad de tener que trabajar con la familia de manera simultánea. Lo cuenta Juan Trinchete, que estudia Automoción y que no deja de ser feriante: «Por la mañana, a la escuela; luego, a las otras cosas», apunta. Y añade: «Aunque cueste mucho, hay que seguir adelante».
Porque, si se sigue, la vida se acaba poniendo cuesta abajo, y uno pasa de formarse a estudiar para convertirse en formador, como le sucede a Santiago Bermúdez, que empezó en Menesianos y terminó con un título habilitante por la UNIR. Ahora, va a por las oposiciones y, mientras, echa un cable a sus primos y a sus propios hijos, a quienes inculca la pertinencia de estudiar: «Lo mejor es formar a otras generaciones», remarca el protagonista.

La familia y el trabajo
Cuanta más formación haya, más fácil será que emerjan perfiles como el de Luis Enrique Fernández, que hizo un grado medio en Informática, con Erasmus en Grecia incluido, y que ahora está inmerso en el superior. «Es complicado porque trabajo con la familia y cuesta compaginar, pero siento el apoyo», asevera este joven. También nota el respaldo Izan Jiménez, del barrio de Rabiche, que agradece las broncas de su padre como motivación para ir recuperando el terreno perdido en el ciclo de Cocina y Restauración que le llevó a unas prácticas en el Portillo y que, quién sabe, en un futuro podría conducirle a abrir su propio negocio de hostelería.
Al cierre de estas intervenciones con las experiencias de los referentes, los mismos gitanos que han hablado de sí mismos llaman a escena a quienes han sido sus apoyos. Allí, ante el público, proceden a entregarles la flor del agradecimiento. En ese momento, Izan se funde en un abrazo con su madre mientras el público aplaude y, como decíamos al principio, Lorena hace lo propio con su padre. Luis Enrique se queda la flor porque su familia no ha podido acudir. Eso sí, deja un mensaje para uno de sus seres queridos que, en realidad, vale para el resto: «Sin el trabajo de mi padre todos los días, yo no podría estar aquí». Valorar lo de casa es el primer paso para prosperar fuera.
