En el interior de la iglesia de Vega de Villalobos ha habido misa, pero ahora se proyecta un vídeo con imágenes del pueblo. La gente lo mira, se emociona y sonríe. Sobre todo, lo último. Y tiene varios motivos para hacerlo. Pero ya iremos con eso. De momento, la escena que se desarrolla minutos antes de la una de la tarde de este sábado continúa en el interior del templo, donde también llama la atención un panel en el que los vecinos han ido colocando pósits de diferentes colores con mensajes como este: «El pueblo unido no sabe de lo que es capaz». La intención de la frase se entiende, pero cuesta compartir el significado literal. La sensación es que, aquí, la gente se muestra plenamente consciente de la fuerza que tiene.
Y el mejor ejemplo de esa capacidad hay que buscarlo al salir de la iglesia y levantar la cabeza. Allí está la torre, el símbolo de la localidad, el elemento que ha unido a los vecinos en la lucha. Hace tiempo que esa espadaña está deteriorada y pide a gritos un arreglo. Las gentes de Vega lo reclamaron a quien correspondía, claro, pero también se remangaron para buscar soluciones. Así, con sus propias iniciativas y aportaciones, han logrado recaudar más de 27.000 euros y han conseguido también que su voz se escuche. En el nuevo convenio entre el Obispado y la Diputación para arreglar bienes inmuebles de la diócesis durante los años 2026 y 2027 está el nombre la torre de este pueblo. La solución parece encarrilada.

Pero ese es solo uno de los motivos para sonreír en este lluvioso sábado de noviembre en Vega de Villalobos, que inicialmente lo que celebra es San Román, la advocación de la parroquia. Lo hace con tres días de antelación para que coincida en fin de semana y con otros festejos en la agenda: uno de ellos, el del cumpleaños 93 de su cura, un hombre llamado Abelardo Febrero que también ha jugado un papel relevante en la pelea por salvar la torre; otra conmemoración tiene que ver con la reapertura del bar, de un negocio que había cerrado a finales de agosto, pero que ha vuelto a ponerse en marcha hace un par de semanas de la mano de dos jóvenes. Como para no estar contentos en esta localidad de 91 vecinos censados, seis veces menos que mediado el siglo XX.
La torre
Los hechos dicen que por aquí son pocos, pero tienen empuje. Y también una población vinculada que jamás le ha dado la espalda a los problemas de su patria chica. El ejemplo de Salvemos Nuestra Torre es paradigmático. El colectivo nació con el objetivo que expresa su propio nombre, y ahora, con el arreglo cada vez más cerca, mantiene el pulso para que la solución no se les escurra entre los dedos: «Todavía no conocemos las cifras exactas ni los detalles, pero el hecho de que se haya hecho público nos hace confiar en que hay un compromiso firme», explica, ya desde el bar, Elisa Sánchez, representante de la asociación.

Los vecinos andan pendientes de esos flecos, del presupuesto final de las obras, del reparto en las aportaciones y de todo lo que supone una intervención de esta índole: «Estábamos con una cierta tensión por saber si esto iba a salir adelante o no, pero vernos en el convenio ha sido un alivio», admite Sánchez, que minutos antes había escuchado unas palabras del sacerdote que vienen a advertir de la necesidad de confirmarlo todo antes de cantar victoria definitivamente: «Mientras no veamos los andamios, no vamos a estar tranquilos».
El cura
Eso lo dijo, efectivamente, don Abelardo, de apellido Febrero, «como el segundo mes del año». El cura, pequeño pero enérgico, reúne más tarde a medio pueblo en torno a una mesa larga para brindar por su 93 cumpleaños. Así es, el religioso nació en 1932, por si a alguien le fallan las cuentas, y sigue de encargado de la parroquia. El servicio que le da a Vega es anómalo para estos tiempos por lo personalizado, y la gente se lo reconoce con una gratitud visible. «Yo es que vine aquí en el año 62», advierte él. En aquellos tiempos, el párroco dejó huella. Luego marcho y en 2013 volvió para quedarse.

«Soy de Villanueva del Campo. Cuando estuve aquí, en el 62, comenzaban esos movimientos de cambio de sociedad y empecé a trabajar con los jóvenes haciendo teatro, yendo de convivencia y jugando al fútbol», recuerda don Abelardo. Ahora hay menos gente y el cura puede menos que a los treinta, pero sigue dando misa los domingos «y entre semana alguna vez». Ah, y también insiste todo lo que está en su mano con la torre: «Para el pueblo es el mayor emblema que hay», apunta el religioso, que mira a la diócesis y recuerda: «El padre de familia tiene que ayudar a los hijos». Fácil de entender.
El bar
Cuando el cura sale por la puerta, el bar sigue en ebullición. Día de buena caja para Noelia Navia e Iñaki García, los dos jóvenes que vieron cerrar el negocio el 24 de agosto y decidieron que eso no podía ser. Ella, de Vega de toda la vida, y él, trasladado desde Ermua (País Vasco), tomaron la determinación de ponerse detrás de la barra para sostener el servicio social de mayor calado que puede existir en un pueblo: «Somos pocos y hay que tener un punto de encuentro», advierte Navia, que habla de «dar vida» y de ir «adelante» con el negocio. Luego, regresa a la faena.

«Es importante lo de la torre, pero creo que, si hay que elegir, casi es más relevante lo del bar», ríe Elisa Sánchez, mientras el jolgorio sigue a su alrededor. Por la tarde quedan más actividades gastronómicas, algún concurso y un DJ. Fiesta completa por San Román. A modo de cierre, basta señalar lo que decía otro de los mensajes en los pósits que había en la iglesia: «La unión levantará esta torre hasta el infinito y más allá». La sensación es que, si hace falta, la gente de Vega está dispuesta a sujetar con sus manos el símbolo y todo lo que tiene que ver con el pueblo.
