Hace apenas unos días, el primero de noviembre, el Centro Zamorano de Buenos Aires eligió como presidente a un hombre llamado Néstor Seijas. Ese mismo representante de la asociación había relatado ya en alguna oportunidad que sus raíces familiares por parte materna se hunden en Almeida de Sayago, el que fue hogar de sus abuelos, Isidro y Teresa. Esos antepasados decidieron marchar primero a Cuba y más tarde a Argentina, en plena «emigración en masa» de las gentes de la provincia a América. Era 1924.
Durante esos años, miles de zamoranos, especialmente sayagueses y sanabreses, cruzaron el océano en busca de una vida mejor. Muchos de ellos escogieron Buenos Aires, conocida entonces por ser una de las ciudades más cosmopolitas y abiertas del continente americano. El centro de la provincia en aquella urbe nació por entonces para acoger y acompañar a todos los emigrantes de la tierra que habían optado por ese destino. Ahora, son sus descendientes quienes mantienen la actividad asociativa y abrazan sus raíces, pues hace muchos años que el flujo migratorio en esa dirección cesó.
A lo largo de las décadas, en Buenos Aires, gente como Néstor Seijas vivió con un pedacito de Sayago en el corazón mientras compartía ciudad con personas como Marinés Saffi, que durante toda su vida permaneció ajena a la existencia de esa comarca y de la provincia entera, como es natural para una mujer bonaerense sin vínculos con España. Pero ahora, y desde hace dos años, esta argentina ha convertido la tierra de los abuelos de Néstor en su hogar. No vive exactamente en Almeida, pero sí lo hace cerca de allí, en Argañín.
La historia de Marinés y su familia tiene una vinculación con la de los abuelos de Néstor. Se trata de un viaje con el mismo objetivo, pero en la dirección contraria. Hace un siglo, los sayagueses querían marchar a América en busca de unas mejores condiciones de vida; ahora, la comarca recibe a gente de Buenos Aires y de otras partes de Sudamérica que decidió emigrar «porque las cosas no andaban bien en lo laboral, lo económico y en un montón de cosas». La diferencia clave es que resultaba casi obvio poner rumbo a la urbe; es más enrevesado terminar escogiendo una localidad de 80 habitantes en un territorio periférico de un país ajeno.
Pero Marinés cuenta por qué. Lo hace con su hijo Matías, un tipo enorme y jugador de baloncesto, que llegó algunos meses más tarde que su madre y el marido de ella. «Nosotros vinimos a través de una amiga que hacía 28 años que estaba acá en España», narra la ahora vecina de Argañín, que enseguida elogia el trato de las gentes del pueblo: «Nos sentimos realmente muy cómodos. A los dos meses ya teníamos un trabajito y los mayores, las personas grandes, nos apoyaron mucho», apunta.
Eso facilitó el tránsito de un país a otro y de una gran ciudad a un pueblo muy pequeño: «Nosotros vivíamos en una zona turística donde mi marido trabajaba para el municipio y yo hacía limpiezas, así que el cambio ha sido radical», concede Marinés. Un giro total, pero positivo para casi todo: «Extraño mucho a la familia que me quedó, pero no tengo nada malo que decir de acá. No creo que nos volvamos a ir de este lugar», afirma la sayaguesa de nuevo cuño.
Ahora, su pareja trabaja en una quesería de Fariza y ella limpia en las casas de algunos pueblos. Y la cosa marcha: «Si quieres que te diga algo, lo principal es que otra vez tenemos un plato de comida en la mesa. Allá, trabajábamos todo el día, pero yo soy diabética y ni me alcanzaba para mis remedios. Aquí, encontré lo que buscaba», asevera Marinés Saffi. Para su hijo, la adaptación fue algo más difícil. El baloncesto era su mundo en Argentina y aquí le costó por alejarse de las canastas y por la socialización. Pero el verano cambió su perspectiva: «La pasé hermoso, conocí mucha gente joven y ahora estoy muy contento», recalca Matías, de apellido Quiroga, que hace semanas que va a entrenar con el CB Zamora lunes y miércoles.
En definitiva, una vida feliz y tranquila en Argañín para todos. Pero falta una pieza para completar este puzle. Recuerden lo primero que dijo Marinés: a este pueblo llegaron gracias a una amiga que llevaba 28 años en España. La amiga se llama Paola Labarba, y también es vecina de la localidad. Conviene ir a buscarla para que sea ella quien cuente cómo y por qué escogió este lugar para establecer su hogar y traer de la mano a otra familia.
Paola, argentina de Mendoza, casada con otro argentino de La Plata, dicharachera y con un acento particular, lo explica rápido. Durante más de veinte años, su vida familiar estuvo en Canarias, el primer destino que tuvo en España. «Pero de un momento a otro la vida nos dio un golpe muy grande. Mi marido se enfermó con leucemia, le hicieron tres trasplantes, nos agarró la pandemia encerrados y lo pasamos fatal. Ahí decidimos venir a un lugar donde hubiera campo, naturaleza y árboles. Era lo que el cuerpo me pedía», sostiene la mujer.

En esas, Paola empezó a buscar y encontró la página Juntos por Sayago. Miró, preguntó, le contestaron y, merced a un regalo de sus hijos, vino con su marido a conocer Mámoles. Les encantó: «Cuando vi eso, dije: aquí me quedo. Es más, no vuelvo. No sé si la gente de aquí se da cuenta del olor a pureza que hay. A mí me fascino. Así que volvimos a casa y empezamos a mover todo como locos para podernos venir. Ahí empezó la historia», destaca la argentina.
En Mámoles arrancaron y en Argañín terminaron por encontrar una casa para establecerse. «La gente se portó muy bien con nosotros sin conocernos. Nos traían leña, verduras del huerto, huevos… Ya después tuve yo mis gallinitas», advierte Paola, que le contaba todo esto a las amigas que tenía allá en su país. Y da la casualidad de que una de ellas es prima del marido de Marinés. Así se estableció el contacto inicial. No se conocían de nada, pero empezaron a hablar por la inquietud de la entonces residente en Argentina de encontrar acomodo en España.
Las videollamadas se fueron sucediendo hasta que, de repente, Paola le envió una foto. «Eran los pasajes. Ella me los pagó para que yo llegara acá», recuerda Marinés, que aterrizó ya con una vivienda localizada para instalarse. La primera vez que estas dos mujeres se vieron en persona fue hace dos años en Madrid, en el aeropuerto. Ahora son como familia. De momento no les llega para montar el centro argentino en Argañín, pero todo se andará. En el fondo, su vinculación es similar a la que unía antaño a los zamoranos en América.
«Me tiran en Madrid y me muero»
Y el deseo de quedarse también: «Yo mientras esté sana para poder conducir…», desliza Paola, que reconoce que «acá necesitas coche para todo» y que asegura que, para ella, casi todo lo demás son ventajas. Marinés lo ve igual: «Imagínate: me tiran en Madrid y me muero». Para ambas, escoger las grandes ciudades al llegar desde Argentina es un error: «Lo efectivo es venirse a lugares donde está despoblado, no hay que pensar en ir a las capitales», coinciden.
Quizá, más adelante, con la hucha más llena, esa sea una alternativa. «Y yo creo que, una vez te acostumbras, no te quieres ir a ningún lugar», zanja Paola, que ya se queda un rato con su vecina después de la charla: «Adivina qué vamos a tomar», reta Marinés. El mate también se ha mudado a Argañín.
