El viento sopla racheado y trae consigo una lluvia desapacible que cae sobre las tierras de Moreruela de los Infanzones, a apenas quince kilómetros de Zamora capital, pero hace falta bastante más que un tiempo torcido para borrar la sonrisa de Patricia Remesal. Esta mujer risueña espera a la visita en la nave, entre las vacas, el lugar donde quiere estar. Hace siete meses, cogió el relevo del negocio de su vecino, Heliodoro Martín. Ahora, esta explotación es su vida.
«Yo nunca había estado ligada a estos temas», arranca Patricia, que nació en Logroño hace 39 años y que sí tuvo un primer contacto con los animales de trabajo gracias a sus abuelos de Ferreras de Arriba. Pero aquello parecía más bien un recuerdo vago de infancia, no tanto un asidero profesional. Esa idea de convertir la ganadería en el oficio vino de la mano de su pareja, que también está metido en el sector y que le fue inoculando poco a poco esa pasión a base de pedirle una mano cuando la jera se amontonaba.

Ocurrió casi sin darse cuenta para esta mujer de altura imponente, que llegó a dedicarse al baloncesto en equipos como los antiguos TAU o Halcón VIajes antes de meterse en el mundo de la cocina y trabajar en la hostelería: «Tuve un negocio aquí en Monfarracinos«, aclara Patricia, que progresivamente empezó a ver el mundo de la ganadería como una oportunidad para salir de los fogones: «Heliodoro lo sabía y andaba detrás de mí para venderme la explotación», admite la mujer, que terminó por dejarse enredar.
Su caso es tan particular que incluso la Junta lo hizo público como relevo ejemplar. Hubo felicitaciones, pero también muchos avisos: «Dicen que esto es esclavo, pero lo prefiero mil veces antes que la hostelería», replica directamente Patricia, que empezó por comprar, en febrero, seis vacas y un toro de la raza angus. «Lo vimos en Madrid en una feria y me gustó», justifica. El resto del ganado se lo quedó el 13 de marzo. «Lo hice sin dudas, ni miedos, ni nada», advierte la ganadera, que ahora cuenta con 99 cabezas entre novillas, chotos y el resto de los animales.

En el relevo, Patricia compró vacas limusinas, pero su idea es que la angus vaya ganando peso dentro del negocio. «Me gustan por la carne y también porque son súper mansas, muy tranquilas», abunda la ganadera, que mira alrededor, suspira y concede que pagaría por contar ya con su propia nave. La de ahora la tiene alquilada, a la espera de levantar su instalación al otro lado del pueblo, en la parte que da hacia Piedrahíta.
Eso le exigirá hipotecarse: «Es un salto al vacío total», señala Patricia, que también reivindica el trabajo de las mujeres al frente de las explotaciones ganaderas: «Yo funciono sola, aunque mi pareja me ayuda sobre todo con el tema de la agricultura, porque tengo 105 hectáreas», remarca la ganadera de Moreruela de los Infanzones, que admite que la vida la ha ido poniendo en lugares en los que jamás se imaginó.
«Así son las cosas», constata Patricia, que camina sin perder la sonrisa hacia las angus. Junto a ellas se fotografía: «Tengo a la mayoría en una pradera», explica, mientras acaricia el morro de la 007, «la que se deja tocar». Poco a poco va cogiendo confianza con las vacas. Este no ha sido el trabajo de toda su vida, pero esta mujer ya solo imagina su futuro como ganadera.

