Beit Jala es un hogar, pero también una pesadilla. Para muchos emigrantes, un recuerdo amargo. Para quienes siguen allí, un presente insoportable. Las personas que lo viven ahora saben que no hay trabajo ni libertad. En realidad, apenas hay terreno siquiera. De los 17.000 kilómetros cuadrados que tenía la ciudad hace dos años, solo queda una cuarta parte adscrita al lugar. Lo demás lo han confiscado «los primos». Así se refieren las gentes de esta zona a Israel, el Estado que, además, ocupa todo lo que sigue siendo su término.
Todo esto lo cuentan dos hombres nacidos allá en Beit Jala, en Palestina, a solo siete kilómetros de Jerusalén. Sus nombres son Issa Farah Issa Janineh y Victor Abughattas. Ambos están ya entrados en años. El primero de ellos vive en la ciudad y ejerce como alcalde dentro del poco margen que le permite la situación. También es médico. El segundo, ingeniero industrial de formación, se mudó a los Emiratos Árabes Unidos por trabajo hace décadas, tras estudiar en España, y ahora vive en Madrid.

Los dos se sientan en el sofá de un hotel de Zamora para hablar de Beit Jala en pasado, en presente y en futuro. Cuesta salirse del segundo de esos tiempos, prima lo urgente, pero aún así tratan de hacerlo. Al menos, cuentan con el estímulo que les genera el motivo de su visita a la ciudad. Este viernes, su tierra se hermanará con esta capital de provincia española. Y lo hará, además, en un acto que contará con la presencia de una ministra del Gobierno: Sira Rego. Para ellos, va más allá de lo simbólico
La charla se desarrolla con las preguntas en castellano, las respuestas en árabe y la traducción simultánea de Abughattas, que conoce ambos idiomas. A través de él, el alcalde de Beit Jala explica que la situación a partir del 7 de octubre de 2023 – la fecha en la que Hamás atacó Israel y se produjo el inicio de la guerra y el genocidio en Gaza – «se ha puesto mucho peor». «La situación ya era de ocupación», remarca Issa Farah Issa Janineh, pero todos los equilibrios existentes se han roto.
Desde hace décadas, en Beit Jala hay un punto de control por parte de Israel. Algo así como una aduana. Antes no era agradable, «ahora se ha endurecido el doble». A eso hay que unir «la falta de trabajo, la crisis económica» y una «vida imposible» en líneas generales a causa de la asfixia que provocan los movimientos territoriales del Estado que ocupa esta zona de Cisjordania. «Impiden hasta recoger las frutas», asevera Abughattas, que lamenta que «los colonos», los israelíes, «tienen carta blanca» en su tierra.
Conviene recordar aquí que Beit Jala es un lugar tradicionalmente productor de aceite, con una industria que se había generado en torno a esa riqueza. Sus vecinos también comercializaban la madera del olivo y habían impulsado algunos proyectos textiles que ahora padecen. «Y no hay diferencia entre los musulmanes y los cristianos», advierte su alcalde. Los católicos y los ortodoxos también han visto cómo sus espacios se ocupan.
Ortodoxos son precisamente los dos hombres que participan en la conversación, como el concejal que se les une al rato, pero que guarda silencio. Esa tercera persona asiente mientras escucha que la ocupación aspira a «castigar a la población» en todos los sentidos. Eso va desde la retirada de las tierras a la tala de olivos centenarios, pasando por los chequeos en los que los hombres son obligados a «quedarse en calzoncillos».
Tampoco resulta fácil comunicarse con el exterior desde la ciudad. Y eso es un problema bidireccional. Ahora, en Beit Jala, quedan 17.000 personas. Abughattas calcula que fuera habrá medio millón. Su hermana, por ejemplo, se encuentra en Honduras, pero también hay mucha población en otras zonas de América, como Colombia, Bolivia y, principalmente, Chile: «En nuestra casa nos hacen la vida imposible. Nos quieren limpiar», lamenta el ingeniero.
Ni labrar ni construir
El alcalde, por su parte, apela a la necesidad de cumplir con los acuerdos internacionales. Ahora, con el nivel de ocupación existente, «no se puede ni labrar ni construir». Y, si se ven conatos de rebeldía, hay riesgo de morir de un disparo. Para colmo, «todos los precios han subido» y la sensación de la gente de la zona es que Israel continúa teniendo carta blanca, más allá de los acuerdos para el cese de una violencia explícita que aquí no se ha percibido tanto como en la zona de Gaza.
«Si no te matan así, te matan de hambre», apunta Abughattas, que considera que la situación está siendo «interminable». Por eso, demanda acción a los Gobiernos, y por eso ve en el acto de Zamora un paso para avanzar en esa línea, con una ministra a la que persuadir de la pertinencia de hacer más. Beit Jala es muchas cosas. Ahora falta que, cuando se hable de ella en clave futuro, se vislumbre algo en el horizonte.
