En Fermoselle la cosecha de la aceituna pintaba mal. De hecho, pintaba fatal. La prolongada sequía que sufría la comarca a finales de los meses de verano estaba haciendo que los olivos tiraran el fruto al no poder sacarlo adelante. “Cambió el tiempo y lo arregló un poco”, comenta Jesús Domínguez, que aprovecha una desapacible mañana de domingo del mes de noviembre para poner en marcha a familia y recoger lo que hay. Que eso, no es tanto como otros años, pero no es tan malo como lo pintaban en verano. “Para nosotros, de sobra”.
En Pinilla de Fermoselle, la recogida de la aceituna es, más que otra cosa, una fiesta familiar. Más que por lo que se saca, son días en los que la tradición tiene un peso específico. Jesús Domínguez y Juana Palacios tienen a prácticamente toda la familia en el pueblo, donde se encuentran colocando las mantas bajo unos olivos que están a pocos metros de su casa, en la misma calle principal del pueblo. De cada árbol, un par de espuertas, unos treinta kilos. Como no hay prisa, la cantidad tampoco es lo que más importa. Es domingo y, en lo que llevan de fin de semana, habrán cogido unos 400 kilos de aceituna.
Juana va y viene a la casa, donde está preparando un asado de cordero para llenar el estómago al mediodía y donde tiene que vigilar a su nieto, “no sea que se vaya a despertar” y el pobre se vea solo. Jesús se muestra abierto a la conversación, aunque no empereza cuando hay que ir al tajo. Más dispuestos se muestran los dos hijos del matrimonio, que son los que llevan la voz cantante en la recogida.
En Fermoselle y sus pueblos cercanos respiran un impactante respeto al aceite. “Como este no lo hay”, insisten. Y se ve que se lo creen, porque el mimo con el que tratan a las aceitunas es digno de ver. “Mucho cuidado para no pisarlas”, insisten. “El rendimiento se resiente”, explica Jesús, que asegura que él no lleva la cosecha a las almazaras de Fermoselle y que prefiere cargar la furgoneta hasta Mogadouro, en Portugal. “¿Y eso?” “Porque dan más rendimiento”, asegura. “Aquí en España mezclan lo tuyo con lo de otros y salen números que no son”, explica. Y pone de ejemplo “lo que me pasó hace un par de años. Aquí me daban un 11% de rendimiento y las mismas aceitunas las llevé a Portugal y salía un 18, un 19… ¡Y llegué al 21%! Los portugueses no se lo creían”. A más rendimiento, claro, más dinero. Que esto es una cuestión de familia, pero no solo eso.
Y en estas, hay dinero que se quedará por el camino, porque Jesús y su familia no pueden bajar a un olivar “muy bueno muy bueno” que hay ya cerca del Duero. No hay camino y para bajar hace falta una burra. “El año pasado bajó Pablo”, su hijo, “con una carretilla mecánica por los caminos” y así se recogió algo. Este año, salvo cambio de planes, no tienen pensado bajar. Hay menos aceituna y no merece la pena el suplicio. Los que bajan, dice Jesús, lo hacen en burro. “¿Y cuánto carga un burro?” “Pues unos ochenta kilos, no más”. Hay que hacer varios viajes. “Un hombre joven… nosotros ya no podemos”, se lamenta.