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La pena por el campo de La Josa y el recuerdo del club que unió a San José Obrero: «Esto era el corazón del barrio y el equipo… el equipo era la hostia»

Antiguos jugadores y entrenadores del CD San José Obrero recuerdan sobre el campo de La Josa los buenos momentos pasados del club, ahora que el campo va a convertirse en una nueva zona verde

por Diego G. Tabaco 05/10/2025
Diego G. Tabaco 05/10/2025
Javi Riego, Enrique Iglesias, Rober Riego y Enrique Novo. Foto Paloma V. Escarpa
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– ¡Hombreeee! !Llevaba sin entrar a este campo lo menos diez años!

Habla Rober Riego, que entra al campo del San José Obrero acompañado de su hermano Javi. «Los mellizos del San José, así nos conocían», recuerdan, cuando jugaban en el club, durante casi toda la década de los noventa, «desde infantiles hasta que subimos a Preferente», uno por la banda derecha y otro por la izquierda. «Éramos como dos balas, corríamos mucho, eso te lo dice cualquiera». En el campo esperan Enrique Novo, que también jugó y entrenó al San José, y el que es actual presidente del club, que aún compite en categorías inferiores, Enrique Iglesias. El club aún respira, pero algo se quedó por el camino, y se quedó aquí, en La Josa, en «el hondo» al que bajaban todos los chavales del barrio, tarde tras tarde, a entrenar o a ver cómo sus amigos jugaban al fútbol. Tiempos que quedaron atrás y que pertenecerán ya definitivamente al pasado cuando la zona se convierte en un parque y deje de existir el campo de fútbol. Que lleva años abandonado pero que, para el barrio, es el epicentro del movimiento vecinal de hace décadas. «Está abandonado, las cosas como son, pero da una pena enorme», coinciden los cuatro protagonistas de esta historia.

Eran, dicen los más veteranos, otros tiempos. Había fútbol a las once y los entrenadores venían a las nueve a marcar las rayas, poner las redes, a romper el hielo que habían en los charcos del campo de tierra cuando la mañana de invierno había venido fría. Otro fútbol, al que cada vez se fue jugando menos. El último partido lo jugaron San José Obrero contra Pinilla para apoyar a la cocina solidaria que había en el barrio, que volvió a unirse en lo más duro de la crisis económica para que a ningún vecino le faltara lo más básico.

Último partido jugado en el campo, entre San José Obrero y Pinilla. Cedida

Hablar del campo de La Josa es hablar más de vecindad que de fútbol, aunque lo segundo se meta en la conversación de forma incesante. El San José Obrero voló alto. Llegó a Preferente y ese año no acabó la temporada, no se presentó a varios partidos y acabó descalificado y, en la práctica, desaparecido como club hasta que se refundara unos años después. Los desplazamientos empezaron a ser largos, había que pagar a los árbitros que venían a impartir justicia a los partidos y los gastos aumentaron con el ascenso de categoría hasta «unos trescientos euros por encuentro» que el club no podía costear. La gente dejó de jugar, los patrocinadores se fueron y ahí, puede ser, empezó a cambiar la historia. Después, el campo de La Josa fue utilizado por otros equipos, como el de San Lázaro, y lo volvió a usar el San José tras el bache, pero ya no como antes.

Campo de La Josa. Foto Paloma V. Escarpa

Los campos de Valorio pusieron la puntilla. Por el césped, principalmente, que ya empezaba a convertirse en el estándar en el resto de recintos deportivos y que empezaba, en la práctica, a exigirse en ciertos niveles. Y por tamaño, porque los campos de Valorio eran más grandes y el de La Josa, lejos de crecer, había mermado para que las carreteras necesitaban más espacio y lo cogieron de aquí. «Aquí ya se podía jugar infantiles o cadetes, pero para juveniles se quedaba corto». Y empezó a instaurarse el desuso, empezaron a crecer malas hierbas y el fútbol fue desapareciendo del barrio. Una pena, dicen los mellizos. La vida misma, dicen los dos mayores, bastante más pragmáticos.

«Aquí veníamos todos»

Esto en lo que respecta al fútbol, pero La Josa fue más. «Esto», dice Enrique Novo mientras los otros tres protagonistas de la conversación asienten, «era la vida del barrio». Desde el centro del campo de fútbol se ven los pisos donde se han criado y donde han vivido todos los protagonistas del reportaje. «Todos los chavales del barrio, y te digo todos porque eran todos, bajaban aquí a jugar. Tenían un equipo en el que jugar, y lo que primaba era que los niños jugaran, que lo pasaran bien con los otros niños del barrio». Los que jugaban, bajaban a jugar. Los que no, bajaban a mirar. Con excepciones de jugadores llegados «desde Zamora», en el San José jugaba la gente del barrio. «No hacía falta más, éramos muy buen equipo», apunta Rober.

Uno de los equipos del San José Obrero, en los años noventa. Cedida

El de La Josa era un campo, digamos, especial. En la parte de atrás se extendía un convento anejo a la actual iglesia, donde solían colarse balones y a cuya puerta los futbolistas tenían que llamar para que las monjas los devolvieran. Algunos se saltaban el paso intermedio para brincar la tapia y recuperar lo que era suyo. En «la parte alta», lindando con la avenida de Galicia, «había una vaquería», y el agua y lo que no era agua bajaba ladera abajo hasta acumularse en el córner en el que aún se lee el nombre del club. «Yo ahí he sacado de banda con el agua por aquí», dice Javi Riego señalándose las espinillas. «Aquí había que saber lo que había para venir a jugar».

«Si el campo lo hubieran hecho verde…», lamenta Rober. «Yo creo que ni con esas», contesta Novo. «Que sí, hombre, que la gente dejó de bajar porque aquí ya no se podía jugar», vuelve el primero. «Bueno, por eso y por más cosas, porque el barrio ya no es igual», interviene Iglesias. Y es que la cuestión es, precisamente, esa. El movimiento vecinal, aunque perviva aquí más que en otros barrios por el empecinamiento de un grupo de personas que lo cultivan, no es el mismo. «Somos más individualistas, la sociedad ha cambiado».

Los dos hermanos y los dos «Quiques» dan unos toques al balón en el campo. Foto Paloma V. Escarpa

¿Dejaron los niños de bajar a jugar porque se abandonó el campo o fue al revés? Ninguno de los cuatro protagonistas se atreve a dar una respuesta tajante, pero lo cierto es que el Sanjo, aunque exista todavía, ya no es lo mismo.

– ¿En el equipo siguen jugando sobre todo chavales del barrio?
– No, no, no. Eso se acabó. Ya es un club normal y corriente. Eso ya es muy complicado. Todavía, si hubiera unas instalaciones aquí… bueno. Pero en Valorio, no, se apunta gente de toda Zamora. Es el Sanjo en el nombre, pero ya no es el equipo solo del barrio que fue.

Conforme avanza la conversación Rober, Javi y «los dos Quiques» parecen inclinarse a que fue el «avance» (habrá que llamarlo así) de la sociedad el que condenó al campo de La Josa. «Yo he jugado al fútbol toda la vida», dice Rober, que con 48 años milita en varios equipos de veteranos, «y si me dicen ahora que tengo que jugar aquí, no juego».

Amistades que duran desde entonces

El club unió amistades que aún hoy, décadas después, siguen. Los jugadores aún celebran cenas y aún cuentan batallitas cuando se encuentran, normalmente en fechas especiales -la emigración, se entiende- en un paseo por Santa Clara. «Yo sigo teniendo mis amigos de aquí, la gente venía al Palomo», el bar que hay detrás, «y se tomaba el vermú y luego venía al partido». «Mucha gente hacía esto, por eso se tuvo que abrir la puerta de detrás», apunta Novo.

Enrique Iglesias y Enrique Novo. Foto Paloma V. Escarpa

Y Rober vuelve con lo suyo. «Yo entiendo que esto está abandonado y que había que darle un uso, pero la pena que tengo, eso no me lo quita nadie, es que no se le haya dado una vuelta». Complicado, porque los terrenos son propiedad del barrio, no del Ayuntamiento, y acometer una inversión así con el dinero que hay es poco menos que imposible.

Lo que se hará en la zona

Ahora se hará. El Ayuntamiento de Zamora y la Asociación de Vecinos de San José Obrero han firmado un contrato mediante el cual el Consistorio se hace responsable de la transformación y mantenimiento de la zona del campo de fútbol de La Josa y de los terrenos aledaños durante un periodo de treinta años. Un acuerdo que abre la puerta a que, de forma prácticamente inmediata, se inicien los trabajos para adecentar la zona, que cambiará de aspecto de forma sensible. En la zona más cercana al muro se adecentará un espacio para suelta de perros que va a estar acotada y que contará con agua potable para los animales, zonas de sombra y áreas para que los animales hagan ejercicio. 

La intervención más importante es la conversión de casi todo el campo de fútbol de tierra en una «gran zona de esparcimiento» en la que habrá zonas verdes, mesas, bancos o un parque infantil del que podrán disfrutar los vecinos del barrio y los del resto de la ciudad, ya que la idea es que este espacio, aunque es propiedad de la asociación vecinal, esté abierto a todos los vecinos de Zamora. Y, como tercera pata de esta primera intervención, se ampliará el huerto comunitario que la asociación de vecinos tiene ahora en la zona.

El Ayuntamiento convertirá los terrenos del campo de fútbol de La Josa en un área de esparcimiento de cerca de 5.000 metros cuadrados

Cambios importantísimos para la zona, infrautilizada, eso es un hecho, desde que no se juega al fútbol. Buenos, seguramente, para el barrio. Lo que no quita para que haya tiempo a mirar al pasado con cierta nostalgia. «Esto era el corazón del barrio, aquí veníamos todos. Y el equipo… el San José Obrero… No me jodas, el San José era la hostia».

Diego G. Tabaco

Periodista especializado en prensa local con formación en Ciencias Económicas. Community manager.

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