El sol que pega después de comer sobre la era de Pobladura de Aliste reclama gorra o rendición. A unos kilómetros de allí, la lluvia anticipa el otoño, pero en el pueblo donde se juntan este sábado las mascaradas de la provincia todavía asoman los restos del verano. Por el tiempo y porque en la localidad sigue la gente. Los de allí y los vinculados, que no quieren perderse la fiesta identitaria, pero también los que llegan de fuera para participar o para ver; para bailar desde la fila o vestidos dentro.
Pobladura, un rinconcito de Aliste, es un pueblo particular dentro de estos rituales ancestrales. Su obisparra salía tradicionalmente el 26 de diciembre, como tantas otras que se echan a la calle por el entorno rayano en el día que marca el inicio de los doce días mágicos. Pero sobrevino la despoblación con fuerza. Censados quedan 91, menos aún en el invierno. Y muchos mayores. No salían los números para continuar el día de San Esteban. Era renovarse o morir, y las gentes que empujan la tradición tiraron por el primer camino. Ahora, el ritual se representa el 15 de agosto.

Así pues, este año, dos días de mascaradas de invierno en verano para esta localidad con entorno privilegiado y calles coquetas de ordinario que se engalanaron con un extra para este 20 de septiembre. En un balcón, unas capas alistanas; en otra fachada, la seña bermeja; en varios rincones, la mano de Tina con la pintura para decorar las puertas con motivos naturales o tradicionales. Belleza y cariño en cada esquina.
Por ese lugar, desfilan las 16 mascaradas de Zamora que acuden a la cita. Antes, se cambian en un entorno menos bucólico: un garaje en el que se entremezclan piezas y trajes de las tradiciones que vienen de los ancestros. Los visparros, con los zangarrones. La madama, con los paloteiros. Todos juntos. Y juntos desfilan, con los gaiteros a la cabeza y los cencerreros de Palacios del Pan a continuación. Ellos abren, cierran los anfitriones.
En medio, multitud de sonidos, de colores, de saberes acumulados. Los personajes interactúan con el público, sobre todo con los niños, boquiabiertos al paso de la comitiva. También les echan ceniza, los tiznan, juegan con ellos. Forma parte de la liturgia. El desfile acaba otra vez en la era, donde aguardan cientos de personas y los más de treinta puestos con ropa, comida y abalorios. Luego, el escenario.
Allí, desde las alturas, los responsables de Mascaraza, encabezados por su presidente, José Javier Sánchez, recuerdan que «preservar la cultura es asegurar el futuro». También que todo esto pervive gracias a la voluntad de los que están, pero sobre todo a las enseñanzas de quienes se fueron. En tierras de despoblación y olvido, quedan la identidad y el orgullo. En Pobladura, otra vez en verano, sigue corriendo el aire de quienes sujetan su propia existencia.