Hay negocios que hacen ciudad, que forman parte del imaginario colectivo de los habitantes de un sitio, que ya pertenecen más a los ciudadanos que miran sus escaparates y que curiosean entre sus estanterías que a sus propios dueños. Pasa en todos los sectores, pero si hay alguno que sea especialmente «romántico», donde esta tendencia se percibe más, es en el de los libros. Comprar un libro en una librería es una costumbre para algunos, para otros casi un rito, para todos un gusto. Que uno pueda comprar un libro en la librería en la que los compraban sus padres, que es el mismo sitio donde lo compraban los abuelos, es un lujo. Esto pasa en pocos, poquísimos sitios en España. Uno de ellos es Semuret.
La librería comenzó su andadura en 1900 y sigue abierta en 2025 por «esas cosas que la vida» le tenía reservadas a Judit. En la rúa 21, en el mismo sitio que ahora aunque la calle haya pasado a llamarse Ramos Carrión (dramaturgo que seguro frecuentó sus estantes, pues falleció en 1915, con el negocio ya asentado), abría la Librería Jacinto González, de mismo nombre que su dueño, denominación original que se mantuvo hasta que en 1950 cambiara el nombre a Librería Religiosa, como todavía se refieren a ella los más viejos del lugar.
Semuret es Semuret por toda su historia, pero sobre todo lo es por su etapa más reciente, si puede llamarse así a la que arranca en 1993, cuando Luis González se hace cargo de un negocio en el que volcó su trabajo y su alma. «Era, reconozcámoslo, la librería de Luis. Estaba a su medida, era su reflejo». La regentó durante 26 años (tiempo que el negocio estuvo a su nombre) y puso en marcha la editorial homónima (que se estrenó con Memorias para la historia de la ciudad y tierra de Toro de Rafael Floranes y Encinas) hasta que su jubilación estuvo a punto de truncar la historia de un negocio que ya era, con mucho, centenario. Que era, decimos, parte de la historia de la ciudad. Que se tambaleó.

«Un día vino Luis y me dijo, ¿Sabes que hoy me han dicho que Semuret ya no es la librería de Luis, que es la librería de Judit? Me dijo, lo has conseguido». Habla Judit Pino, que estudió Filología y que «ni por asomo» había pensado hasta antes del año 2019 en regentar una librería. Será «la vida», dice, «que lo tenía guardado». Recién estrenado 2019, con la carrera terminada y las puertas del mundo laboral sin acabar de abrirse, Judit barajaba dos opciones: opositar o emigrar, y no a cualquier sitio, a Australia. «Quería conocerlo, pero también me quería quedar aquí», recuerda ahora. Y vio que Semuret se traspasaba, se pasó por allí, preguntó, se tomó un café con Luis en el Aureto y quedó cerrado, porque lo que vino después era burocracia y es aburrido recordarlo. También vino la pandemia, con el miedo asociado. «¿Pero qué he hecho?», pensaba entonces la librera.
Ahora, asegura, «no sabía dónde» se estaba metiendo, porque Semuret, recuerden, no es una librería, es una institución. «Es de todos los zamoranos» y es un lugar donde ha habido que luchar mucho para que Judit pueda «hacerse un hueco». «No lo pensé antes, pero la figura de Luis seguía aquí cuando él se jubiló. Han sido los años y viendo cómo la gente habla de él, lo que representaba, cuando me he acabado dando cuenta de lo que era esta librería». Frente a eso, «hacer camino y andar», asegura la librera. Hasta que un día llegó su antecesor y le soltó eso, lo de que esta ya era la librería de Judit. Y «fue una alegría», para qué engañarnos.
Cambios con mucho mimo
En este tipo de negocios el equilibrio entre la tradición y la modernidad es siempre complicado. Uno puede tener la tentación de cambiar las cosas y pasarse de rosca, de la misma manera que otro puede caer en el conformismo de no tocar nada y quedarse anticuado. «Yo siempre he querido mantener la esencia pero también he querido hacer mía la librería», resume Pino. No hay que irse muy atrás en el tiempo para acordarse del mostrador a mano derecha conforme se entraba y para tener una imagen de esas estanterías que, en el otro lado de la tienda, amontonaban libros a veces complicados de encontrar pero que Luis tenía siempre en mente. Ahora, la librería es otra. Pero parece que siempre ha sido así. «Mi miedo era que la gente entrara y dijera uf, me han cambiado Semuret. He intentado hacerlo poco a poco porque creo que este espacio no es mío, es de todos, pertenece a la ciudad. Yo lo vi cuando, al principio, la gente entraba y me agradecía haberlo conseguido mantener abierto. Y así lo sigo viendo».
Con los nuevos tiempos, Semuret ha ganado dinamismo. La idea de Judit era que el espacio «estuviera vivo», que fuera algo más que un lugar al que la gente va para comprar libros y ojear las novedades. Que fuera, apuntando alto, uno de los lugares culturales en los que la ciudad se encuentra. Desde hace unos años, lo es. Las presentaciones de libros, de autores zamoranos o de escritores de otros lugares, es constante en este rincón del casco antiguo. Y eso que, reconoce la librera, no es siempre fácil convencer a ciertos autores de que pongan un pie en Zamora, ni a las editoriales.

«Zamora, desde el punto de vista de las ventas, es una ciudad pequeña e interesa a las grandes editoriales menos que otros sitios». Razonamiento lógico teniendo en cuenta los estándares bajo los que se mueve el mercado y que obligan a negocios como este, y también a las otras librerías de la ciudad, a dar un paso al frente y coger la bandera de la cultura para generar actividad en Zamora. «Una de las cosas que diferencian al comercio local de las franquicias y de las grandes tiendas es que podemos ofrecer una experiencia, en este caso que vengan autores y que puedas charlar con ellos cara a cara, que es imposible en otros sitios».
La conciencia de comprar local
«¿Me interesa que aquí haya una librería, una farmacia, una tienda de ropa? Esa es la pregunta que hay que hacerse». Como hace todo el comercio local, Semuret intenta ofrecer una «experiencia añadida» al mero hecho de comprar un libro, pero lo fundamental sigue siendo apelar a la conciencia de los consumidores. «Comprar fuera manda el dinero fuera. Al final si compras aquí, yo compro en el comercio de al lado, este lo gasta en otro sitio de Zamora… Pues el dinero se acaba quedando aquí. Es bueno para todos», resume Judit Pino.

En las librerías, además, no hay un mejor precio en Internet ni en las grandes superficies. Opera en este sector la Ley del Libro, que marca unos precios determinados de los que los distribuidores no se pueden salir más allá de unos márgenes muy estrechos. En la práctica, vistos los precios de un libro estándar, no hay diferencia, que es poca en caso de haberla y se compensa con otras cosas. Como las recomendaciones. «Nos falta tiempo para leer, pero intentamos leer mucho, estar al tanto de las novedades y tener una base para recomendar a los lectores» que entran sin saber muy bien a qué atenerse. Es, resume Pino, uno de los valores añadidos del pequeño comercio.
Con 125 años de historia, Semuret se enfrenta ahora a uno de los panoramas más cambiantes que hayan existido. La competencia es feroz y, «aunque la gente lee», también aquí se nota el envejecimiento de la población. «La gente cada vez es más mayor y la gente mayor lee menos», resumen desde la librería. Lo que no faltan son ideas para que La Religiosa, aquella librería que Jacinto González abrió en 1900 en una esquina de la rúa, se adentre en los nuevos tiempos. Es un reto, pero este negocio ya las ha visto de todos los colores y siempre ha salido bien parado. No será una excepción.
Este reportaje es un contenido patrocinado por la Concejalía de Promoción Económica del Ayuntamiento de Zamora