
«Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio». Esta frase, del hombre bueno que fue don Antonio Machado, es una de las que más me ha venido a la cabeza estos días en los que el fuego destroza nuestro país -con especial inquina en el pobre, abandonado y despoblado noroeste- mientras mete el miedo en el cuerpo de todos aquellos que han visto o están viendo peligrar sus hogares, sus negocios y su medio de vida. O simplemente la tierra a la que se retorna y nos cobija cuando no tenemos que trabajar.
Desde que se desató la oleada de incendios de las últimas semanas, cuyos inicios responden a diversas causas, aunque todos cuentan con incontables similitudes en cuanto a su desarrollo, si algo se ha hecho irrespirable, además del humo que ha cubierto nuestros cielos como la boina cubre la cabeza del pobre, ha sido abrir las redes sociales: Facebook e Instagram en mi caso. Al desconcertante mundo de Tiktok no llego por edad -aunque me imagino que haya sido igual o incluso peor- y al estercolero antes llamado Twitter ni me asomo, para proteger mi salud mental.
Desde el minuto uno, nosotros, pueblo llano, nos hemos tirado los fuegos a la cabeza imitando a nuestra clase política, que no olvidemos no es más que el reflejo de nuestra sociedad, nos joda más o menos y lo entendamos mejor o peor. Los hunos y los hotros, como decía el sabio rector de la Universidad de Salamanca, hemos convertido internet en un campo de batalla, en una trinchera virtual, donde no hemos tenido –o querido tener, que es peor- tiempo para leer, reflexionar y, sobre todo, esperar. Hemos pasado al ataque con una virulencia que refleja la polarización política que desde hace años viene siendo habitual y aterradora si uno conoce un poco la historia del ser humano en el último siglo, con especial atención al caso español. Decía Juan Goytisolo en Señas de identidad que dentro del corazón de cada español hay un maniqueo que hace que nuestro país sea irrespirable porque somos irrespirables nosotros mismos.
He terminado harto, tan harto, como dirían Evaristo o Rosendo, -y por eso me he sentado a escribir- de comprobar cómo conocidos, amigos, familiares, y todólogos en general intentan sentar cátedra sobre temas que sé con seguridad que no manejan. Entonces, ¿por qué opinar? Da la sensación de que solo se hace para desacreditar al que tenemos en frente, al que no piensa como nosotros. No tenemos ni puta idea de competencias territoriales, pero pedimos dimisiones o cambios de niveles; no tenemos ni puta idea de cómo enfrentar un incendio forestal, pero pedimos que bomberos, militares o técnicos medioambientales hagan esto o lo otro porque lo hemos visto en las fotos o los vídeos de influencers o creadores de contenido que, subidos al carro para seguir rascando likes que les vuelvan virales para mantener su modo de vida un mes más, nos ofrecen como expertos. Pocas historias o reels he visto compartidas desde cuentas de biólogos o técnicos mediambientales que entiendan de verdad de la problemática del fuego y, por el contrario, demasiadas de alfeñiques con ínfulas y eslóganes fáciles que huyen de las explicaciones complejas que requieren situaciones como las que estamos viviendo.
Negacionistas del cambio climático haciendo su agosto –nunca mejor dicho- con discursos y ejemplos infantiles; aprovechados políticos –de todos los colores- arrimando el ascua a su sardina –en el caso de castellanos y de leoneses con el ojito puesto en las próximas elecciones-; o tertulianos que deben estar a sueldo directo de partidos políticos concretos, porque si no es imposible explicar tanta desfachatez y retraso intelectual, juegan su partida en las redes tratando de convencernos de la necesidad de odiar y vilipendiar a quien ellos nos señalan.
Todo lo dicho hasta aquí no significa que debamos caer en el conformismo, en el apoliticismo o en el manido y falso «todos son iguales». Al contrario, cuando la pesadilla acabe, cuando el fuego esté extinto y no haya nadie con miedo de perder nada que le importe o que le sea querido, será el momento de juzgar las actuaciones de cada administración y de cada responsable político, de pedir explicaciones y de escuchar las que nos quieran dar para, entonces, actuar en consecuencia: exigir responsabilidad a quien toque y caiga quien caiga; convocar concentraciones y manifestaciones para exigir medidas que nos garanticen que, en las luchas contra el fuego que están por venir, los hombres y mujeres que las van a librar lo hagan en condiciones dignas, con la mayor seguridad posible y con los medios adecuados tanto en calidad como en cantidad; y, sobre todo, reclamar con ímpetu que la coordinación para afrontar los incendios del futuro sea la más eficaz posible y de acuerdo a lo que cada territorio necesite, insistiendo en las labores de prevención durante todo el año.
La batalla virtual por el meme, el eslogan, o el viral más destructivo contra el enemigo político, nos degrada, nos hace peores personas, nos enfrenta y nos aleja de encontrar las medidas correctas en beneficio de todos. El espacio para la reflexión y el estudio de aquello que nos puedan trasladar expertos y profesionales de las diferentes áreas implicadas debería ser lo más compartido en nuestros perfiles. Solo así creceremos y haremos del ágora del siglo XXI –internet y las redes sociales- un lugar que merezca la pena. La demagogia y el cinismo han ganado por goleada el partido contra la información veraz y contrastada en este agosto trágico para nuestro país, por lo menos en cuanto a lo que se puede ver en redes.
Dejo este artículo por aquí a modo de desahogo y como invitación para que todos pensemos dos veces antes de publicar informaciones sobre temas que no controlamos en su totalidad. Porque muchas veces, como dijo el roquero sevillano Poncho K, sabe a libertad callarse entre tanto ruido.