– Vamos aita, a comer.
La voz de una joven resuena a la entrada de la escuela hogar de Puebla de Sanabria. Son las dos y media de la tarde del domingo y las personas alojadas en estas dependencias ubicadas cerca del colegio y del instituto de la localidad van pasando hacia el comedor para cumplir con la rutina. Por ahí se escuchan más acentos vascos y de otros puntos de España. Hay gente de todo pelaje, pero con una raíz común: su vinculación con Porto de Sanabria. De allí provienen, allí pasan el verano y allí estaban cuando, el pasado jueves, la Guardia Civil les instó a abandonar la zona por el avance de un incendio.
No todos se fueron, y eso está generando alguna fricción entre quienes decidieron quedarse y los que optaron por seguir las indicaciones y marcharse. «Nosotros queremos entender que venir para aquí es lo mejor para nosotros», explica Luis Justo, uno de esos vascos originarios de Porto, que aún así comprende a quienes escogieron la otra opción y que confía en que «ciertos comentarios salidos de tono» se vayan suavizando una vez la crisis pase y todos puedan hablar tranquilamente de lo sucedido. La expectativa es que el pueblo se libre gracias a los trabajos de los efectivos en la zona. Aunque la inquietud por lo imprevisible del fuego existe, claro. Y más viendo lo que está ocurriendo en otros pueblos de Castilla y León y Galicia.

«Allí prácticamente convivimos todos, porque los que no son familia son amigos. Nos quedan días y años que pasar juntos», recalca Luis, que habla unos minutos después de que una de las psicólogas pasara por la zona para abordar con los vecinos desalojados precisamente ese malestar que puede generar que unos vecinos cuestionen a otros por no quedarse en la localidad ante el avance de las llamas. Hay gente que incluso ha optado por regresar. O por marcharse de Puebla a sus domicilios habituales sin esperar al realojo.
Lo cierto es que, le pase a uno lo que le pase por la cabeza, los días se van haciendo largos. En Porto, por descontado; también en Puebla: «El primer día era casi como una aventura para los niños, aunque la gente mayor estaba más preocupada. Ahora, para todos, está la resignación por que esto se vaya alargando tanto», admite Luis, que también reconoce «la tensión» por las imágenes que llegan de Porto. Él, particularmente, ha decidido ya filtrar un poco la información que quiere recibir.

«Al final no hay que fiarse de muchas cosas», desliza Luis, que insiste en recalcar su comprensión con los que se han quedado. Espera verlos pronto, cuando esto haya pasado. Aunque se esté prolongando más de lo deseable: «Al principio teníamos la confianza de que iba a ser una noche y ya está», apostilla también Jennifer Verde, una joven procedente de Soria y con raíces en Porto, que vino a Puebla junto a su madre cuando llegó el desalojo.
«Lo peor es que parece que mejora y luego empeora. Otra vez parece que va bien y llega una tormenta…», lamenta esta mujer, que afirma que los desalojados de Puebla, unos cien en el momento en el que tiene lugar la charla, se sienten optimistas «partiendo de la realidad de que existe un riesgo» y de que las llamas en torno al pueblo ocupan tanto su mente que acaban cayendo constantemente en el «monotema».

Diferenciar lo real
En cuanto a la información, Jennifer aboga por ser cuidadosa con este asunto. «A veces, no sabes diferenciar lo que es falso de lo que es real o lo que es exagerado. Aquí tenemos a la Guardia Civil que nos avisa de todo y que nos va a llamar si pasa algo», recalca esta vecina estacional de Porto, que cree que la psicóloga que los acompaña está «manejando muy bien la situación» en esta tensa espera de su gente desde Puebla.