Hablar del fuego de Puercas es hablar de Abejera. Han pasado tres días desde el martes por la noche. Miguel Sánchez aparece por la puerta de su casa en Abejera con la cabeza cubierta por una gorra. Cuando se la quita se aprecia mejor la venda que lleva desde que el fuego entro «como un torbellino» por el pueblo. Él es uno de los seis heridos del pueblo, uno de los dos que fueron dados de alta. En Valladolid se mantienen cuatro, tres miembros de una misma familia y un vecino, el que conducía el coche en el que pretendían salir del pueblo en dirección a Riofrío cuando una bola de fuego les engulló. En el pueblo, el viernes por la mañana, día de poca fiesta, todos los pensamientos son para ellos.
«Vino el fuego que no dio tiempo ni a decir Jesús», asegura Miguel, que se encontraba echando agua en los bordes de su parcela para intentar, inútilmente, protegerla. «El fuego corrió dos kilómetros en tres minutos», dice. Vino por un lateral, atravesó su parcela saltando por los árboles frutales, que están chamuscados y con la fruta, echada a perder, aún tirada por el suelo, y salió por la otra punta de la finca. Por el suelo ni se nota que ha pasado un fuego, tal era la velocidad que llevaba. «No sé qué pasó, si fue una tormenta o qué, el caso es que no llovió y que se puso a soplar el aire. Fueron diez minutos, pero los peores que yo he vivido». En el paso del fuego por la parcela, a Miguel se le quemó una oreja, de lo que no fue consciente hasta minutos después. Cogió un coche con su primo y se refugió en zonas por las que el infierno ya había pasado, hasta que lo encontró la Guardia Civil, vio que estaba herido y se le desplazó a Tábara. En la casa resiste, lo hacía hasta este viernes, un gatito al que el fuego ha dejado ciego.
María Pilar Casas y Eulogio Bobilla son vecinos de Miguel y de los cuatro heridos más graves, que vivían prácticamente puerta con puerta y que decidieron coger el coche todos juntos. Pilar y Elugio cogieron la misma carretera, la de Riofrío, dos minutos antes, y cuentan que salieron del pueblo «bien», cruzándose con bomberos que venían en dirección contraria y sin que se atisbara todavía lo que iba a pasar en esa zona, en la que solo una mancha negra en el suelo atestigua donde estaba el vehículo en el que viajaban las cuatro personas que se han llevado, de momento, lo peor de esta racha de incendios en la provincia de Zamora. Dice el matrimonio que no tuvo constancia de la hora a la que salía el autobús, que «salió con tanta premura que dejó a gente en el pueblo» y que tuvieron que partir también por su cuenta.

«Yo estaba aquí fuera mirando la nube de fuego y de repente se puso negra, negra, negra, y empezó a venir muy deprisa para aquí», asegura ella. «Entré corriendo en casa a buscar a mi marido y le dije corre, corre, vámonos que nos quemamos». Abrieron el garaje para poder sacar el coche y «en ese minuto ya se nos llenó de humo. Salimos casi sin ver nada, ya todo lleno de humo». Sin mirar atrás y rezando porque la casa se mantuviera, como así ha sido. Frente a la suya esta la de Quico, uno de los heridos, el conductor del coche quemado que tristemente se ha hecho tan famoso. Esta vivienda sí tiene signos de que el fuego fue más severo con ella. Está vacía desde el martes por la noche. Unos pasos más adelante, la hermana del herido se resiste a hablar. «Perdonad, pero hemos pasado unos días duros. Hay mucho quemado…», se limita a decir.
En el hecho de que no haya que lamentar más víctimas tiene mucho que ver Ángel Andrés Ferreras, el alcalde pedáneo de Abejera. No sabe las horas que ha dormido desde el lunes, pero son pocas. Demasiado pocas para un hombre de su edad, que está visiblemente echo polvo. «Estoy derrengao», asegura antes de ofrecer, como lleva haciendo toda la semana, una botella de agua a todo el que pasa por el pueblo. «Se quemó mucho, se quemó mucho», dice frente al salón municipal, por donde el fuego entró al pueblo. «Llamas altas, altas, de más de veinte metros» que se metieron hasta la cocina.

Está calle, dice en referencia a la calle Honda de Abejera, «estaba llena de fuego». El alcalde tiene quemaduras en las piernas por recorrerla, tirando para adelante de la Guardia Civil, en busca de vecinos que necesitaran ayuda. Gracias a él no hay que lamentar dos muertes más, las de un matrimonio de avanzada edad. «Le dije a la Guardia Civil que para adelante, me dijo el guardia que a donde, que no se veía con el humo, yo le dije que para adelante. Y llegamos a la casa y entramos. El hombre estaba en el patio, sentado en una silla, entre el humo, ya mal. Le dije al guardia cógelo tú que yo voy a la casa a buscar a la mujer. Y los sacamos a los dos en el coche. Me dan dado las gracias mil veces desde entonces».
No hay mucho descanso para Ángel, que tenía un plan que no le ha salido: apagar el móvil durante el viernes y descansar en casa. Un fina columnita de humo junto al pueblo moviliza a los vecinos, que marchan para allá a ver qué pasa. Lo que pasa es que la tierra guarda mucho calor y levanta algo de llama. Se forma un pequeño retén de vecinos pendientes de que no se complique la cosa hasta que llega un camión de bomberos de la Diputación a apagar la zona, un rato después. Mientras esperan, los vecinos recuerdan lo del martes, el fuego que vino y devoró al pueblo.
«Teníamos las máquinas de la cantera»
Las críticas al operativo de la UME arrecian. Nadie tiene malas palabras para los trabajadores, pero sí para un sistema que, estiman los vecinos, ha demostrado una cadena de mando excesivamente rígida. Tino Heras, Ángel Río y Lucas Hernández, tres vecinos del pueblo, aseguran que el operativo no actuó con celeridad y, lo que da más rabia, no permitió a los vecinos moverse. Recuerdan entre los tres como en los incendios de hace tres años se consiguió salvar el pueblo gracias a dos grandes máquinas de la cantera de Riofrío de Aliste. «Con una linterna les alumbramos por la noche y fueron abriendo un cortafuegos». Este año, se quiso hacer lo mismo. «No nos dejaron», y ahí quedaron las máquinas, paradas.

Unos metros más adelante, a mano derecha conforme se va a Puercas, a mano derecha, aparece un tractor quemado, un Jonh Deere que tiene más negro que verde. Junto a él, a unos metros, la tubería que discurre bajo un pequeño paso elevado en el el que dueño del tractor, al que el fuego sorprendió lejos del pueblo, se refugió para no perecer en el incendio. Y, un poco más allá, Israel Jiménez y su madre, Mari Carmen Ratón, recogen como pueden los restos de una nave en la que guardaban material de su pasado ganadero, que habían cubierto con un tejado de chapa hace poco y que ha sido arrasada por las llamas. Remojan, inútilmente, el suelo, que guarda tanto calor que el agua se evapora antes siquiera de tocarlo. Unos pasos más adelante había unos castaños, que ya no están, y un pequeño colmenar que tampoco existe ya. Van a ver la zona para comprobarlo, pero ya saben lo que se van a enocntrar.

Si uno sigue por esa carretera y atraviesa el pueblo de Puercas, llega al cementerio. Detrás, siguiendo las marcas de los buldozers, aparece pronto lo negro. Y los cristales. Los cristales que, según la Guardia Civil, provocaron por el efecto lupa el inicio de las llamas, el pasado lunes por la tarde. Ahí siguen, ya sin peligro, sobre un suelo negro, culpables (más que ellos, quien los dejó allí) de desatar un incendio que corrió como la pólvora y que deja cuatro personas quemadas. Para ellas, asegura el alcalde de Abejera, se ha pedido una misa al cura del pueblo. Se celebrará en breve.
