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Radiografía ósea de los incendios

Que se vayan a Marte, si ese es el paisaje que quieren

por Julio Fernández 15/08/2025
Julio Fernández 15/08/2025
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Un hombre observa el avance del incendio de Puercas. Foto Emilio Fraile.

De nuevo, el fuego vuelve a cubrir de negro los paisajes y esta vez no hay excusas de rayos y causas sobrenaturales, como dijeron cuando se quemó la Culebra. Lo que se ha quemado y se está quemando es resultado de la acción de pirómanos –seguramente con intereses de algún tipo– y de la negligencia de la Junta de Castilla y León que sigue, a día de hoy, sin disponer de medios adecuados de extinción, a juzgar por los resultados, pero –sobre todo– a juzgar por los testimonios de los bomberos.

Esto es obvio y, sin embargo, corren bulos por todas partes que tratan de ocultar la verdad, esos que podrían resumirse en la frase: «hay que limpiar el monte». 

No voy a entrar a desmontar a fondo esta afirmación, pues además puede ser cierta en determinadas circunstancias como en las plantaciones de pinos, por ejemplo. Pero sí quisiera dar unas breves notas que dan pistas de por qué es completamente falsa en la mayoría de los casos: por una parte está la evidencia de que arden tanto las praderas secas como el matorral como los bosques, aunque estos últimos, sobre todo los autóctonos y bien formados, ofrecen mayor resistencia. Por otra parte, hemos visto cómo el fuego atravesaba sin pudor cascos urbanos, donde obviamente todo está «más limpio» y donde existen, en sus cercanías, huertos y zonas cultivadas. Por último, muchas de las áreas donde se han iniciado los fuegos están declaradas como pastos y se supone que existe en ellos una ganadería capaz de «limpiar» el monte.

En consecuencia, no es una verdad absoluta que los incendios se apaguen en invierno «limpiando», como dicen incansablemente los tertulianos abonados a la difusión televisiva de frases fáciles. El problema es mucho más complejo: además de los factores derivados de la constitución del paisaje existen otros más relevantes, como puede ser el cambio climático o los intereses particulares que propician los incendios. Lo que sí es demostrable es que los incendios se pueden apagar cuando empiezan, porque nadie duda de que un foco –o incluso varios focos de dimensiones reducidas– es un asunto fácil de extinguir si se llega a tiempo. En consecuencia, es entonces cuando hay que actuar, y por eso la necesidad de una mayor vigilancia en los periodos en los que es más probable que se produzcan –justo lo contrario de lo que ha hecho la Junta suprimiendo puestos de control–.

Cierto que el terreno está muy seco, tal vez más que otros años a causa de las olas de calor, pero esta no es una razón suficiente para permitir que los incendios alcancen proporciones inabarcables para los bomberos. Vivimos en tiempos de hiperlocalización, ¿cómo es que no se logra localizar un foco a los pocos minutos, o incluso al instante, después de producirse? ¿Por qué no tener efectivos de cercanía con disposición para actuar de forma inmediata? ¿Por qué no tener más medios? ¿Por qué no preparar a los bomberos durante el invierno para actuar en verano? ¿Por qué no hacer público un servicio fundamental? Todo esto es infinitamente más barato que pagar horas y horas de vuelos de hidroaviones cuando ya nada se puede hacer, una vez se desata el infierno. 

Es bastante evidente que, de existir un plan que pudiera actuar con diligencia en los primeros momentos del fuego, no estaríamos hablando de catástrofes medioambientales con miles de hectáreas calcinadas y de alto valor ecológico, como las que en estos días asolan varias provincias. Lo dijimos cuando se quemó la Culebra y lo diremos una vez más: la negligencia sí se apaga en invierno –y durante todo el año–, adquiriendo medios suficientes y contratando y formando personal bien pagado; pero para ello hace falta un verdadero interés en proteger el Patrimonio Natural, y esto por desgracia no existe.

Hay culpables, pero no los busquen en la maleza porque los culpables están o bien en sus casas brindando, o bien de vacaciones, estos últimos sin más asunto en la cabeza que aquel que tiene que ver con el cómo mantener de por vida un escaño en las Cortes.

La maleza arde al igual que arden los árboles, pero a quien le molesta la maleza para que pasten sus vacas o para abrir claros para la caza, también le molestan los árboles. Los que gritan: ¡hay que acabar con la maleza!, en realidad no entienden ni quieren comprender a la naturaleza, y es posible que hayan olvidado el primer curso de la ESO, donde se estudia el valor fundamental del sotobosque, si es que alguna vez llegaron a abrir el libro por esa página. No, por favor, la solución no puede ser acabar con la biodiversidad para salvarla. Los rebaños de ovejas  y de cabras, siempre que actúen de una forma moderada, pueden ayudar a disminuir la materia inflamable pero esta no puede ser la solución –como dicen continuamente los tertulianos de la tele– ante un problema que ya se ha cobrado la vida de varias personas este año y decenas de miles de hectáreas de alto valor ecológico. 

Es vital, como decimos, actuar con rapidez, a ser posible en los primeros minutos, y para ello son fundamentales los bomberos de cercanía, el estado de alerta y por supuesto, también, la educación ambiental a lo largo del año. Y aun así, todo esto no evita la obligación de atajar las causas cuando estas responden a una intención de sacar provecho del desastre.

Hemos apuntado a varias de ellas pero tal vez no hemos citado la más importante en los últimos tiempos, y que no es otra que la extracción de madera barata para distintos fines.

En Zamora, por cierto, quieren inaugurar una central de biomasa que caliente el agua desde kilómetros –con una eficiencia que nos va a dejar pasmados– y para que funcione va a hacer falta mucha madera, también ligeramente quemada, que todo vale y todo pasa a ser considerado residuo forestal una vez devastados los bosques. ¿Estaremos ante un nuevo interés económico para que arda todo y rápido?

En la Culebra, dicen las malas lenguas que se llevaron los pinos abrasados, los que solo tenían negra la corteza –y también los verdes– para convertirlos en calor y ceniza en las centrales de biomasa de las provincias cercanas. Estoy seguro de que no estaba programada esta funcionalidad de la Reserva de Caza pero a más de una empresa le vino de perlas el incendio, si no para biomasa sí para otros usos. ¿No habíamos quedado en que bajo ningún concepto se ha de sacar partido de los desastres? ¿Es ético vender árboles quemados por varios euros?

Hemos regresado al pasado, a los tiempos en los que la naturaleza era la enemiga del hombre, solo que ahora el hombre no es el sapiens sapiens sino el hombre de los Fondos, que es como se conoce a la nueva especie que, con ayudas institucionales, lucha en contra de otras especies para reafirmar sus privilegios en todos los territorios, y de paso extraer todo lo que puede. 

Da igual de qué subvención hablemos, todas responden, paradójicamente, al adjetivo «verde», y entre ellas destaca la biomasa, es decir, el quemar madera y plástico por partes iguales. Ese «verde europeo» no es tan verde, pero hay algo peor: a esos personajes que gobiernan sobre esta nueva especie de homínidos les importan un colín los colores, la naturaleza, la maleza y los bosques, lo único que les importa es que corra el dinero en los fondos de inversión de esta gran fiesta de la destrucción generalizada.

Estamos ante una crisis climática de características monumentales y a un paso de que muchas ciudades sean inhabitables en verano, ¿por qué entonces este miserable desatino? ¿Será que además de crisis climática hay también una crisis ética, moral y de sensibilidad con el medio?

Ya sé que hay que comer para funcionar, como dice sabiamente algún que otro consejero, pero además de comer y ganar dinero, ¿la nueva especie de los Fondos tiene algún otro horizonte? 

Un inciso: quienes creen que la agricultura o la ganadería van a subsistir sin maleza, se equivocan. Todo va en el mismo paquete. Cualquier ataque a uno de los eslabones de la cadena natural es un ataque a toda la cadena. Harán falta muchos, muchos bosques, para paliar las consecuencias del mal obrar de nuestra especie durante décadas. Y por esta razón hay que comenzar a reflexionar sobre qué es en realidad un bosque, y cómo los bosques almacenan carbono en su conjunto o son el reservorio de la vida.

Consignas como «hay que limpiar el monte» más bien parecen una invitación a quemarlo, no a salvarlo ni a cuidarlo, y mucho menos a protegerlo.

No son solo árboles lo que necesitamos, es también el suelo donde crecen los árboles, es el suelo que genera la maleza, es la maleza que protege al suelo, es el hábitat entendido como hábitat que es la casa de todas las especies, también la nuestra. Necesitamos el conjunto y no una sola de las partes. 

La naturaleza, con su maleza viva, clama al cielo para que la protejan de los incendios provocados, y la Junta de Castilla y León sigue en sus trece: echándole la culpa a la maleza y sin un servicio de extinción adecuado.

Que se vayan a Marte, si es este el paisaje que quieren.

Julio Fernández

Doctor en Estudios Literarios y Teatrales. Poeta y Dramaturgo.

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