¿Cómo huele una panadería de pueblo? Si usted lo recuerda o vive con la suerte de tener una a mano, basta decirle que la de Cisa, en Mahíde, huele exactamente así. Como se imagina. Ahora cabría hacerse una segunda pregunta. ¿Cómo puede ser el día a día de una panadería que se ubica en una localidad con cien personas censadas? Aquí la respuesta no hace falta imaginarla. Basta escuchar a una de sus dueñas. Su nombre es Montse Fernández y, junto a Pablo Esteban, regenta el negocio desde hace trece años.
«Cada año que pasa se nota más la despoblación», admite la panadera, que reconoce que «el invierno en los pueblos ahora es muy duro». El algunos sitios «no queda casi nadie», y además se cuentan muchas menos altas que bajas. Cada muerte es una casa cerrada, un golpe para el pueblo, un cliente menos para los negocios. Pero Montse y Pablo aguantan. Lo hacen de la única manera que se puede ahora por Aliste y otras comarcas rurales: con una panadería ambulante.
El suyo es un servicio público con capital privado. La sede física está en Mahíde, frente al bar, pero las barras y los dulces viajan también a las Figueruelas, a Moldones, a Riomanzanas, a Villarino y a Gallegos del Campo. «Hay pueblos donde quedan ocho clientes, pero también vamos», advierte Montse, que es consciente de que, si se ponen a mirar céntimo a céntimo esa jugada, tendrían «más perjuicio que beneficio». «Pero hay que atenderlos», señala.
Con esa idea cogieron el negocio en plena crisis económica y con ese pensamiento siguen: «Nosotros tenemos esto desde que se jubiló Toribio, que fue un panadero brutal», recalca esta alistana que viaja cada día desde Ceadea hasta Mahíde para hacer el pan. Bueno, lo de cada día es un decir. Más bien, cada noche. En el martes de julio en el que tiene lugar la conversación, esta mujer se ha levantado a las dos de la madrugada para ponerse en marcha. No cerrará hasta las tres de la tarde.
El negocio es como es. Eso está asumido. Su vida en este tiempo implica acostarse a las siete de la tarde. También, porque en verano se hace más pan. El ritmo y los madrugones bajan un poco en invierno. «Lo que hacemos es ir un día sí y un día no a cada pueblo», aclara Montse, que insiste en la importancia del legado que cogieron de Toribio. «Él estuvo 35 o 40 años trabajando y tenía muchísima fama», recalca la dueña actual.
La profesional subraya que su predecesor aprendió en Suiza y trasladó el conocimiento a Aliste, donde ahora continúa su legado, con pan y con algunos dulces que también comercializan. Su negocio es el único comercio que aguanta en la localidad aparte de la farmacia. Mientras ellos resistan, en Mahíde seguirán sabiendo cómo huele una panadería de pueblo.