Cuando Mari Carmen nació, hace 70 años, la tienda ya estaba ahí. La regentaba entonces su madre, Carmelina. Luego vino ella y ahora está su hija, Elisa. El negocio ha visto pasar marcas y productos que se pusieron de moda y luego desaparecieron, gentes que protagonizaban la vida del pueblo y que más tarde marcharon o fueron dando paso a las siguientes generaciones. Las leyes de la vida, pero con el súper siempre ahí; agitado por el paso del tiempo, pero en pie.
Y eso que los años no siempre han corrido a favor de Ferreras de Abajo. Desde luego, demográficamente, la cosa va peor. No hace falta profundizar demasiado. Sucede lo mismo que en toda la contorna, que en casi toda la provincia. La falta de gente y el cambio en los comportamientos de los vecinos a la hora de comprar son factores que penalizan al negocio, pero pasada la segunda mitad del siglo XX y el primer cuarto del XXI aún se puede ir a comprar donde Elisa, donde Mari Carmen. Como antaño donde Carmelina.

«A veces es complicado. La gente no siempre le da el valor que tiene que darle. Hasta que no desaparece el súper del pueblo, no se dan cuenta de lo que tienen», explica Elisa Vara, que ya lleva algunos años al frente de la tienda, pero que sigue apoyándose en su madre para llevarla. «Para cualquier cosita que necesiten, ahí estamos», recuerda la responsable del establecimiento, que pone como ejemplo lo ocurrido durante el apagón de finales de abril: «Lo apuntábamos todo y despachábamos, aunque la gente no pudiera pagar con tarjeta. Eso en Mercadona o en Amazon no lo hacen», subraya la comerciante.
La tienda es de cercanía, pero Elisa percibe que en la sociedad existe un cierto desapego: «La gente ahora es algo más distante», concede la responsable de la tienda, que aún así tiene claro que hay muchos vecinos que valoran lo que tienen. «Somos conscientes de que damos un servicio. Con esto y con el bar», apunta la mujer, que destaca que su hermana es la responsable de «La Juventud», el local de hostelería de la localidad.

«Los dos negocios eran de mis abuelos maternos. Luego, mi madre se quedó con la tienda y mi padre con el bar, y ahora mi hermana y yo», aclara Elisa, que matiza que, en su caso, los horarios han cambiado: «Mi madre abría los sábados por la tarde y los domingos. La primera vez que cerré yo en ese rato, ella estuvo toda la tarde llorando y diciéndome que no podía ser. Pero tienes que adaptarte un poco y compaginar. Yo también tengo que hacer cosas con los niños», señala la comerciante.
Una llamada a la puerta
Mientras Elisa habla, Mari Carmen Ferrero despacha un par de cosas en la caja. Esta mujer vive al pie de la tienda, siempre estuvo a mano cuando había que atender a algún cliente. Todavía sucede: «Tienes cerrado, pero necesitan algo y llaman a la puerta», indica esta mujer de Ferreras de Abajo, que admite el valor de que sus hijas hayan decidido quedarse con los negocios: «No es tan fácil», reconoce.
Cuando acaba la charla, aparece un niño en la escena. Es el hijo de Elisa, el nieto de Mari Carmen. Quién sabe si será el protagonista de la cuarta generación de lo que fue Autoservicio Ferrero y ahora es el Coviran del pueblo. Para descubrirlo, aún faltan unos cuantos años.
