Sillas de playa bajo un toldo rojo, resistencia al calor, producto de casa. Ahí aparecen dos vendedores ya veteranos. Sus nombres: Jacinto Fernández y María Antonia Trabazos: «Me apellido así, pero soy de Nuez», matiza la mujer. Alistana ella, como dice, pero residente en Tierra del Vino. Concretamente en Cuelgamures. De allí viene esta pareja, con sus cajas a cuestas, con muchos años de ventas en ferias a las espaldas. Esta vez toca en Ferreras de Abajo, pero ya vienen de una semana larga por la comarca.
«El día 2 a Alcañices, el día 3 a Sarracín…», enumera Jacinto, que posa la riñonera en la mesa que tiene al pie. Frente a él, el género, su orgullo. No destaca por la cantidad. Sí por la calidad, según el productor. Ahí están los ajos, el sello de su pueblo por antonomasia. Pero también las lentejas castellanas, las pardinas, los garbanzos o las alubias blancas. También precios escritos a mano y una báscula para la que costaría encontrar repuesto.
«Traemos lo que producimos», insiste Jacinto, que explica que la pareja sale en los meses de verano a vender lo que tiene.
– ¿De toda la vida?
– Casi de toda la vida.

Y como ya hay bagaje acumulado se puede hablar de lo que era y de lo que es: «Ya no se vende ni la mitad que se vendía hace no muchos años. No sé lo que ha cambiado, pero dinero tiene que haber», reflexiona Jacinto, que repite constantemente que lo suyo viene de casa. Y además de Cuelgamures, un pueblo que presume del ajo y de la tierra.
De eso, del ajo, «se vendió casi todo en San Pedro». «Allí en el pueblo salen bien por el terreno. Pero dan trabajo, claro», apunta Jacinto. María Antonia interviene para subrayar que antaño se hacía todo a mano, diente a diente. «Ahora es un poco más fácil, pero no hay máquina para trenzar», añade la alistana, que afirma que su puesto ambulante seguirá viajando por la provincia durante el verano: «Según vaya saliendo y según veamos», comenta.
«Que prueben y decidan»
También venderán por su zona: «Hay gente que nos conoce y que se lleva producto para todo el año hasta Barcelona», asevera María Antonia, que responde escueta cuando le preguntan por las diferencias entre lo suyo y lo que viene empaquetado y desde lejos al supermercado: «Que prueben las dos cosas y decidan».
El caso de esta pareja representa una estampa clásica en las ferias primaverales y veraniegas de la provincia: la de la venta familiar. Directamente de la huerta al cliente. El denominador común de esos puestos suele ser la avanzada edad de quienes acuden: «Es que a veces vas a sitios que están muy lejos y no vendes nada», remacha la mujer de Nuez, de apellido Trabazos. No es fácil seguir al pie del cañón. Menos aún que alguien coja el relevo.