La tienda de Calzadilla de Tera tiene jaleo a media mañana. Por allí pasan unas cuantas señoras a hacer compra grande, a llevarse fruta o a buscar el pan. También aparecen algunos obreros que están de faena por la zona y que piden una lata de cerveza para refrescar un poco el gaznate antes de continuar. Por si acaso, Iván también despacha café en una pequeña máquina que tiene tras la caja. Cada euro que se pueda rascar cuenta en un pequeño negocio. Y más si está arrancando.
Y es que Iván, de apellido Santos, lleva apenas un par de meses al frente del Udaco que da servicio a esta localidad de 164 vecinos. «Yo siempre quise montar una tienda en Olmillos de Valverde, pero nunca me lo pude plantear en serio. Cuando salió esta oportunidad, me pilló trabajando en Tábara, pero llamé a la dueña anterior para ver los números, comprobé que todo estaba bien y decidí cogerlo», explica el comerciante.

Para quien conozca la zona, conviene hacer un matiz. Iván es, efectivamente, de Olmillos de Valverde. De hecho, es concejal del equipo de Gobierno en Burganes. Lo que ocurre es que ahora reside en Melgar junto a su pareja, a una media hora en coche del lugar donde ejerce como representante público. Por eso, le encaja bien este negocio de Calzadilla, a apenas seis o siete kilómetros de su casa y de un bar donde también tiene jera. Y es que el negocio de hostelería de Melgar lleva más o menos un año en manos de Sandra, la mujer con la que Iván hace la vida.
Básicamente, los dos jóvenes han decidido quedarse en la tierra y ganarse la vida con dos negocios en dos pueblos distintos que amenazaban cierre. Emprendimiento de rescate. «Es un poco difícil encajarlo todo», admite con una sonrisa Iván, que abre la tienda por la mañana, se marcha al bar de Melgar para ayudar a Sandra en la hora de los cafés, regresa por la tarde a su negocio y vuelve para echar una mano a su pareja hasta el cierre.
Y los domingos no hay tienda, pero sí bar. «Los lunes por la tarde aprovechamos para hacer alguna cosa que queremos hacer», señala Iván, que alude a la necesidad de estar siempre encima del negocio: «Hay que atenderlo, porque la gente igual que viene se va», remarca el tendero, que defiende la voluntad de la juventud por quedarse en los pueblos de la zona. Otra cosa es que pueda: «Hay chavales que vivían todo el año y que se han tenido que ir a León o a otros sitios por las circunstancias», lamenta el emprendedor que, tras la charla, vuelve a tener gente en la caja.
A un puñado de kilómetros de allí, en el bar La Escuela, se encuentra Sandra Villar, la pareja de Iván. En ese rato de media mañana, la actividad hostelera es baja en relación al comercio, aunque con el verano se vienen curvas. Es el momento de apretar para hacer colchón. Los inviernos son largos: «Toda la vida he querido tener el bar. Aquí en Melgar estuvimos bastante tiempo sin él, luego lo cogió una chica y, cuando lo dejó, me lo quedé yo», aclara esta joven que renunció a trabajar en el sector de la educación infantil, su área de formación, para poder quedarse en el pueblo.
«Para trabajar de lo mío me tendría que ir fuera», constata Sandra, que destaca que, en el bar, da también un servicio al pueblo: «En invierno, te diría que aquí vivimos cien, pero igual me paso», admite la hostelera, que aprovecha vacaciones y fines de semana para ir cuadrando las cuentas y que lucha contra una amenaza que se cierne sobre muchas localidades: «No queremos que esto siga bajando y que acabe todo cerrado».

El bar de Bretocino, «que lo coja otro»
No es el plan. De momento, la idea de estos jóvenes es mantener los dos negocios en la zona, seguir creciendo y ya se verá. Ah, y casarse el 15 de agosto. Con tanta historia, algo hay que soltar, e Iván sabe que la discoteca móvil que también tiene para moverse por los pueblos va a tener que quedarse muchas más noches en casa este verano.
Por cierto, su padre gestiona el bar de Bretocino y tiene intención de jubilarse. Iván se carcajea al escuchar la idea que se esconde tras el comentario y advierte: «No, eso ya no. Que lo coja otro».