Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Y algo tendrá la Feria de la Cerámica y la Alfarería de San Pedro cuando los artesanos vienen y vuelven a venir, año tras año, a instalar sus puestos en las plazas de Viriato y Claudio Moyano. Serán las buenas condiciones que ofrece el Ayuntamiento de Zamora, remarcan unos, uno de los pocos en España que no cobra a los alfareros y a los ceramistas que durante estos días deciden trasladarse a Zamora para exponer y vender lo que hacen. O será que los zamoranos, dicen en los puestos, «están muy bien enseñados» a comprar cacharros para uso o para decoración hasta el punto, subraya un artesano cántabro de los habituales, que «uno no sabe dónde puede meter la gente tanto barro como compra». O será por todo a la vez, pero el caso es que la feria goza de muy buena salud.
Que las ventas valen la pena lo saben mejor que nadie los artesanos que cogen la carretera y se meten entre pecho y espalda varios cientos de kilómetros, cuatro noches de hotel y bocadillos para comer a deshora con tal de aparecer por Zamora. Uno de estos es Miguel Ángel Sánchez, que llega de Villarrubia de los Ojos, en la provincia de Ciudad Real, y que hace ya años que perdió la cuenta de las veces que ha venido a San Pedro. «Probablemente, esta sea la mejor feria de España en cuanto a venta» en relación a la gente que pasa por los puestos. «En otras ciudades pasa más gente, pero se vende menos. Aquí no, aquí la gente compra», celebra pasado ya el primer día de la feria. «Por número de expositores y por calidad de las piezas, esta feria vale la pena»,dice.

Casi enfrente de él Luis Rivero, de Tordesillas, es también de los veteranísimos. «Lo menos cuarenta años», con alguna pequeña interrupción, lleva apareciendo por Zamora este artesano de Tordesillas, que comenzó un negocio, rara avis por estos lares, que no le fue legado por sus antepasados. «Yo fui autodidacta. Empecé aprendiendo a trabajar con el barro y con los años he creado mi propio estilo y forma de expresarme», apunta antes de lamentar el gran mal que sufre este sector, la falta de relevo generacional. «Yo no tengo relevo en lo mío, y como yo mucha gente de los que estamos por aquí».
El lamento por el futuro de los talleres resuena también en Viriato, la plaza que ocupan los alfareros tradicionales y donde un repaso a los rostros de los que venden permite ya corroborar que la media de edad en la alfarería es más bien elevada. Y eso que durante estos días ayudan hijos, sobrinos, nietos y lo que tenga cada uno, pues cualquier ayuda es buena para resistir a cuatro días de feria en los que el calor, sobre todo a partir de este sábado, va a apretar.

Y es que el oficio no es atractivo pese al buen momento que vive, un momento que confirma cualquier artesano con el que uno tenga a bien pararse un rato a charlar. Volviendo al manchego que iniciaba este reportaje, desde su posición atisba un repunte de las ventas en los últimos años, aunque nadie se atreve a dar nada por sentado. «Ahora parece que la gente de los pueblos ha empezado a dar valor a los oficios que se desarrollan allí y opta más por comprar platos o vasos que hacemos nosotros antes de comprar un vaso del Ikea». Cuestión que no siempre ha sido así pues, asegura un alfarero toledano, Ángel Peño, «hace años venía gente a nuestro taller de otros países, de América incluso, a preguntarnos cómo trabajábamos, cuando la gente del pueblo ni se molestaba en comprar nada».
Modas, con todo, que a los zamoranos les han pillado ya con los deberes hechos, pues «en esta ciudad siempre se ha valorado mucho el trabajo de los artesanos» del barro, celebran en los puestos, una cosa rara en el panorama nacional. Y que hace que la muestra no se resienta, que haya ganado puestos con respecto al año pasado y que incluso haya tenido que dejar fuera a algún alfarero y más de un ceramista por falta de espacio. «Venir aquí», concluyen en los puestos, «es una apuesta segura».
