En la Calle Ríos Rosas número 23 de Madrid se encuentra el Museo Geominero, un edificio precioso diseñado por Francisco Javier de Luque e inaugurado por Alfonso XIII en 1926. La sala central es un cubo de casi veinte metros de altura abalconado en tres alturas a las que se accede por unas escaleras de caracol de hierro colado. En el techo, una grandiosa vidriera, que deja pasar la luz a la sala y da sensación de frescura. Las vitrinas, ubicadas en el piso y los balcones, son de madera vieja y elegante. A la entrada llaman la atención varias vidrieras que han sido adornadas con sondeos esquemáticos de los años 20 y que ilustran las investigaciones en aguas subterráneas, cuencas carboníferas y sales potásicas.
Hasta aquí todo es fantástico, nos encontramos en uno de esos lugares poco conocidos de Madrid y que merece la pena visitar. Un sitio donde uno espera descubrir, al fin, la diferencia entre una piedra y una roca. En mi opinión, es decir, la de un geólogo obsesionado con la didáctica de las ciencias de la Tierra, el lugar pierde encanto en cuanto se visita más allá de lo pintoresco de su arquitectura. Nada más entrar en el museo, pegadas a los arcos de seguridad aparecen tres ejemplares descontextualizados de geoda y fósiles. Al subir la escalinata, una exposición improvisada del volcán de la Palma nos asalta con carteles que, de grandes, asustan más que informan.
Dos pasillos nos conducen hacia la sala principal del museo, donde los mapas geológicos se convierten en indescifrables, pareciendo más importantes los colorines que su contenido. Situados debajo de estos hay colocados fósiles de todo el mundo, que intentan, de manera deslucida, mostrar una historia de la vida. Ya en la sala principal del museo, tras el impacto sensorial de la sala rectangular y luminosa, uno se dispone a examinar las toneladas de rocas, minerales y fósiles de diferentes épocas y lugares.
Exactamente, 10 minutos tras empezar, se da uno cuenta de que va a ser mejor dejarse llevar por los colores y formas de los fantásticos rubíes, cuarzos en todas sus variedades y demás muestras pétreas antes que intentar encontrar una lógica. Mención especial a las vitrinas puestas en la segunda balconada, donde se encuentra una interesante idea, llevada a cabo con los pies: una organización de muestras de roca agrupadas por comunidades autónomas.
En el fondo de estas baldas hay escritos unos textos desenfocados que cuentan la historia geológica de cada una de las regiones. Sin embargo, algo que podría ser realmente interesante, se ve frustrado por el lenguaje enrevesado, anticuado y terriblemente científico con el que está escrito. Cataluña, País Vasco, La Rioja, ¡ah! Ahora te voy a colar una clasificación de las rocas, Andalucía, Castilla y León… Tremendo.
De todos los maravillosos ejemplos de rocas y minerales zamoranos solo está presente uno, y no muy agraciado: una variscita recogida en Gallegos del Río. Es curioso pensar en otro museo con un ánimo similar, el Naturistoriches Museum de Viena, donde visitando su estupenda colección sistemática de minerales –probablemente la mejor del mundo– me encontré, por casualidad, un ejemplar espectacular de Variscita, esta vez recogido en Palazuelo de las Cuevas. Mientras tanto, en el museo del Instituto Geológico y Minero de España, tenemos una birria.
Riqueza en geodiversidad
España es un territorio riquísimo en geodiversidad: 15 Geoparques Mundiales de la Unesco y 21 contextos geológicos de relevancia mundial. Poseemos una historia registrada en roca desde hace más de 600 millones de años y que llega hasta la actualidad casi de manera ininterrumpida. Esto es algo muy poco frecuente en otros países del mundo con superficies similares. Así pues, un museo geológico debería ser un lugar donde entender la dimensión del tiempo, la importancia de esta ciencia, el valor y riqueza de la Geología.
El «Geominero» debería ser una especie de Meca para el que quiere comprender las maravillas del pasado más remoto, la composición, la atmósfera y las formas de vida, los continentes… Por favor, ¡si la historia de la Tierra es tremenda! Pero, por desgracia, al parecer a pocos les interesa conocer la diferencia entre una roca y una piedra.