Lunes de Pentecostés y ya es complicado circular por la carretera de La Hiniesta. No puede nadie decir que no hay avisos, porque los hay, y muchos. Hay señales, hay guardias civiles reconduciendo a los conductores y, lo más importante, hay un río de personas que se desplaza por ambos arcenes de la carretera. Gorra sobre la cabeza, mochila al hombro, pantalón corto y, por supuesto, nevera. Cada quinientos metros, un grupete de romeros hace parada y fonda, suenan las latas abriéndose y empieza a correr la comida. Cosas de la liturgia, se supone, porque cada uno tiene la suya. Hoy es la romería de La Hiniesta.

La caminata, la procesión, la misa… todo conforma a una de las tradiciones con mayor raigambre en la provincia de Zamora, celebrada desde hace más de setecientos años y transmitida de abuelos a nietos y de padres a hijos. Porque en esta cofradía no hace falta llevar medalla para ser uno más, lo que cuenta es la tradición, la costumbre y las ganas de no faltar a la cita.
Pasado el mediodía aparece la virgen, aprietan las gaitas y el tamboril y la tradicional música de la jornada congrega a cada vez más romeros tarareando. Llegan más romeros, miles de romeros y, con los paraguas abiertos para protegerse de un sol que ha causado algún acaloramiento en el camino, se produce el acto más esperado, el baile de pendones y el intercambio de mandos entre los alcaldes.

En el pueblo, los bares funcionan a pleno rendimiento desde primera hora, algunos chavales esperan la llegada de la Virgen zamorana mientras pasan el rato en los hinchables y otros, los más, hacen guardia en los laterales de la calle para presenciar el paso de la imagen desde primera fila. En la iglesia espera la virgen de la Hiniesta mientras en el pueblo resuena desde primera hora un intenso repicar de campanas. Es fiesta grande y eso se nota.
Y después, lo de siempre. El que va por fe, a la iglesia. El que va a echar el paseo de la mañana, de vuelta a casa. Y el que va a pasarlo bien, a lo suyo. Cualquier resquicio de sombra es bueno para formar grupete de amigos, abrir una vez más las neveras y pasar el rato entre cerveza, tortilla y, sobre todo, entre risas. No conviene emprender el camino de vuelta con el estómago vacío. Si las tormentas lo permiten, claro.