Esta es la historia del último día en casa del extremo que empezó de delantero y acabó de mediocentro. Del adolescente que se sorprendió al verse en la alineación titular en una fría tarde de domingo a finales de 2009 y del hombre que quizá no se extrañó tanto al constatar que iría al banquillo en el día en el que le tocaba despedirse. Dani Hernández puso el primer pie en el Ruta de la Plata con 17 años y se marchó «un poco liberado» a unos días de cumplir los 33. La grada le recibió hace decenio y medio con la ilusión de quien aspira a verse representado por uno de los suyos y le despidió este sábado agradecida y llorosa. ¿Cuándo volverá a jugar 296 partidos con este escudo en el pecho un muchacho de la tierra?
Cuesta pensar en un relevo que no sea Carlos Ramos, también por encima de la treintena. No hay mucho más que rascar a simple vista. Lo sabe la gente, que por eso acude al Ruta a despedir al «7» con honores. Los hay nuevos o jóvenes, que escucharon algunas historias y vieron otras. Los veteranos las recuerdan todas. Aún dibujan a Dani Hernández de memoria con el giro, la pisada de pelota, el recorte y el golpeo a la escuadra contra el Villanovense. Todavía recuerdan el regreso en Tercera. Y los ascensos. Y las buenas tardes de ordinario. Lo gris se olvida, lo malo se perdona. A estas alturas, todo el mundo tiene claros los defectos y las virtudes del hombre al que dice adiós.

Del hombre que, como decíamos, es suplente en su homenaje. La grada se entera, lo comenta, murmulla, no comprende. Es difícil saber qué pasa por la cabeza del «7», que se pasea por la zona del banquillo con gesto serio un poco antes del partido, pero que cambia el chip cuando viene lo importante. Y lo importante no es el fútbol, no siempre lo es. Toca despedir a un pedazo de la identidad del club. No es él todavía. Se trata de Jose, el utillero, que se jubila. Dani se coloca de los primeros en el pasillo al trabajador y le hace una carantoña. En ese gesto, hay muchos kilómetros de viaje común.
El partido empieza con cadencia lenta y con Dani en el banquillo. Antes, una nube de fotógrafos le ha seguido hasta el asiento donde poco después, en el minuto siete, escucha su nombre coreado. Los gritos vienen de la peña Siempre Amanece, en una esquina del fondo norte. También hay una pancarta que recuerda que hoy es el último día. Y mientras, lo del campo, con más ocasiones de la Segoviana y poco brío por parte del Zamora.

En una pausa para atender a un lesionado, Dani se levanta y ejerce de capitán casi por última vez: anima a Rufo, charla con Bolo, se acerca a Kike Márquez, aplaude a Pito Camacho y regresa al banquillo. No saldrá a pelotear en el descanso. La siguiente imagen que la gente tiene de él es en el calentamiento bajo la tribuna, al arranque de la segunda parte. El público se levanta, se impacienta, pide su entrada. Antes, marca la Segoviana. La Copa del Rey, el aparente objetivo del día, se escurre entre los dedos. Pero llega el minuto 60 y Sabas hace un gesto. Allá va el «7».
La gente se pone en pie para ovacionar la última entrada de Dani Hernández. También los compañeros entienden que es un momento especial. Carlos Ramos le pone el brazalete y se coloca para hacerle el pasillo con los demás. El capitán cruza ese túnel humano, pero parece disconforme. Mira el marcador y alienta a los suyos. No se quiere ir con derrota. Lo que pasa es que, cuando el zamorano sale al campo, la Segoviana lleva un rato jugando a las cuatro esquinas con el equipo local. Vienen descendidos, pero no de paseo.

Al Zamora y a Dani les cuesta entonarse. El «7» pasa un rato perdido hasta que se encuentra. Y empieza a jugar y a hacer jugar. Primero saca un disparo que repele el portero con problemas. Otro tiro se le va por encima. El capitán quiere el último gol. No lo encuentra, pero sí asiste para el empate de Roni. Luego empuja con los demás a por un segundo que no llega. Su último golpeo de rojiblanco es un balón colgado a la olla que termina en nada. Final.
Daniel Hernández González camina lento por el centro del campo, se abraza con Altube, con algún jugador de la Segoviana, con Sergio Nieto, con Bolo, y comienza su gira de despedida por la grada. Mucha gente se queda porque ha ido a eso. El capitán da aplausos y los recibe, y se queda con la pancarta del fondo norte que le entrega un tipo que lleva un inconfundible «D7» estampado en la camiseta.

De fondo, se escuchan los gritos de los niños. Dani se toma su tiempo, firma y se hace fotos antes de seguir por la preferencia hacia el fondo sur. Por allí acorta en diagonal, siguiendo el mismo camino de la celebración de algunos de sus goles icónicos, con el pecho hacia fuera en la carrera de festejo. Esta vez va lento, saborea. No se quiebra. Para llorar ya está Carlos Ramos, que sabe lo que pierde él y lo que pierde el club del que ambos son también hinchas.
Después de un rato, Dani llega al túnel de vestuarios. El presidente le entrega una camiseta con el número 296, los partidos que ha jugado el «7» vestido de rojiblanco. El capitán la recoge, la coloca en el centro del campo y la besa. Después, recorre el tramo que le queda de la tribuna mientras se besa el escudo. La gente no deja de aplaudir. Tampoco los compañeros, que proceden al manteo protocolario y se colocan para el último pasillo de despedida.

Dani pasa entre ellos antes de salir del césped por última vez. Ahí se despide el gran capitán del Zamora Club de Fútbol en el siglo XXI. Lo hace dando el relevo. El «7» se detiene ante Carlos Ramos, que no deja de llorar, le coloca el brazalete y mira a la grada mientras señala con el dedo al compañero. Sin más, abandona el campo.
La vida de Dani Hernández en el Zamora CF ya queda como legado para los que vengan: «Me he hecho mayor delante de todos vosotros», dice después en la rueda de prensa. De aquella fría tarde de diciembre contra el Sestao a este sábado primaveral frente a la Segoviana. Del adolescente al hombre. Se fue el extremo que empezó de delantero y acabó de mediocentro.
