Kike Martín, conocido como Kike M (Salamanca 1991), hizo el viaje vital clásico para un tipo de su generación y de su procedencia: desde la provincia hasta Madrid. Allí llegó tras formarse en el Conservatorio y en Bellas Artes, y allí profundizó en su camino en la música. Con lo bueno y con lo malo de la gran ciudad. El origen y el camino marcan su arte y los discos. De la mano de esa manera de hacer, y con la compañía del violín y la percusión, su propuesta aterriza este viernes en el Avalon.
– En alguna entrevista, usted ha dicho que en los tiempos actuales ya no basta con componer buenas canciones, que hay que hacer otro tipo de cosas para vivir de la música. ¿Qué cosas en particular?
– Supongo que convertirse en creador de contenido, que igual que en cualquier otra profesión se ha vuelto algo esencial. Y luego están las diferentes patas que pueda tener esta profesión: buscar conciertos o hacer todos los papeles que en principio tendría que hacer otra persona si hubiera dinero para ello, como ser manager o agente de comunicación. Yo tengo la suerte de ser diseñador gráfico, de hacerme mis portadas, pero luego están esas otras cosas.
– ¿Cómo se encaja todo eso para que la música no deje de ocupar el centro del espacio?
– Es complicado, pero como tenemos mucha pasión por esto lo seguimos haciendo. Casi como una necesidad vital. Para mí, escribir canciones no entra dentro de la parte de las obligaciones de esta profesión. Entra más en la parte de disfrute. Por eso sigo componiendo.
– Usted formó parte de una banda de rock y pasó a ser cantautor. ¿Qué le llevó a ir de una cosa a la otra?
– Me mudé de ciudad. Pasé de estar en Salamanca a estar en Madrid y aquí no tenía contacto con la escena ni con ningún músico, así que empecé a ir solo con la guitarra a los micros abiertos. Fue un poco por eso, por supervivencia. Fue después cuando me junté con músicos que forman parte habitual de mi proyecto. Lo que pasa es que aun hoy me adapto y puedo ir solo. Soy un poco cantautor por supervivencia.
– ¿Cómo fue el aterrizaje en Madrid desde el punto de vista artístico?
– El primer año no tenía ni idea de nada. Yo fui para hacer un Máster de Diseño Web y estuve un poco más centrado en eso. Después ya me empecé a acercar a los micros abiertos de Libertad 8, de la Fídula, del Calvario… Y fue ahí donde creé la red con gente como yo. A raíz de las amistades hice contactos y llegué a gente de las bandas.
– ¿La ciudad grande lo facilita o lo complica?
– Creo que ofrece oportunidades. Pueden suceder más cosas por casualidad porque se producen más movimientos. Hay más gente que viene y que va. He conocido personas de otros países que no sé si hubiese conocido en Salamanca. Pero por otro lado hay mucha más oferta. Estamos en un mar de propuestas y a veces se diluye un poco todo.
– ¿Qué trae a Zamora?
– Vamos en formato de trío con Manu Clavijo al violín y Gabriel Vidanauta a la percusión. Va a ser un concierto como habitualmente acostumbro, con bastante energía. Habrá momentos más emotivos, pero sobre todo energía y ritmo. El talento y la sensibilidad de los músicos con los que voy suman muchísimo.
– Usted viene de la guitarra clásica, pero ha ido incorporando el folklore. Su pueblo es San Martín del Castañar. ¿Le viene la influencia de la tierra?
– La verdad es que me viene más de Galicia, de descubrir ese mundo en el festival Ortigueira. Fue a través del folklore irlandés, del mundo celta. A partir de ahí, aunque parezca raro, fui descubriendo el folklore más cercano o el de la parte de Andalucía.
– ¿Por qué interpreta que ese tipo de música está siendo cada vez más reivindicado?
– No lo sé. Quizá hay un gusto por ello, pero no es nada nuevo. Ha estado ahí siempre. No sabría decir cuál puede ser la razón. Igual no habíamos mirado tanto en casa y ahora sí está ocurriendo.
– ¿Cómo influyó en sus canciones?
– Lo que vi en Galicia era sobre todo el tema de las foliadas. Con percusión y con voz se pueden hacer cosas maravillosas, sin necesidad de recursos más electrónicos. Me llegó de una manera directa y muy pura. Con unos coros y una percusión se pueden hacer locuras.
– Eso, en lo musical. Con las letras, ¿qué pretende contar?
– Habitualmente cuento lo que estoy sintiendo en ese momento: cómo me siento yo respecto al mundo o las relaciones humanas. Va un poco por ahí, no suele ser nada premeditado. Alguna vez lo he hecho de manera inversa, pero normalmente hago la música primero. Últimamente sí me gusta saber de qué quiero hablar, pero lo habitual en mí es estar jugando un poco con la guitarra y que vaya saliendo. En el concierto nos vamos a centrar sobre todo en el disco que salió en noviembre, Cantares de Arcilla, y en algunos temas del anterior. También hubo un par de canciones que se quedaron a medio camino. Una de ellas es Manto Negro, que habla del incendio de la Sierra de la Culebra. Será la primera vez que la toque en Zamora y estoy muy contento de poder hacerlo.
– ¿De dónde le vino la idea de hacer una canción sobre los incendios de la Sierra de la Culebra?
– En el momento de hacer esa canción estaba en Galicia, viendo las noticias desde allí. También había un incendio cerca de la zona donde viven mis abuelos, en San Martín del Castañar, que estaba muy cerquita. Se veía la Peña de Francia con humo por detrás, por las Batuecas. Y había otro en la Sierra de Gata. Ese verano fue desolador y la música viene de la frustración, de no poder hacer nada, de sentirme fuera de casa y de decir: ojalá pudiera hacer algo para parar eso.