En la parte exterior del Campus Viriato, cerca de la entrada del edificio administrativo, un grupo de personas se arremolina en torno a una mesa. Todo sucede cerca de un árbol que se va poblando de etiquetas que funcionan como hojas. Cada hombre o mujer, niño o niña que se aproxima recibe unas instrucciones rápidas, escribe brevemente y coloca su inscripción en la rama. ¿Pero qué ponen? «Tiene que ser una palabra que signifique mucho para ti, especial».
La persona que da esa indicación se llama Carolina García, es una de las docentes del colegio de Carbajales de Alba y forma parte de la coordinación de este taller que no funciona como algo aislado. A su alrededor hay decenas de actividades más: voces, risas, representaciones, música, reflexión… Todo, en torno a la lectura. La Dirección Provincial de Educación ha llenado el Campus Viriato con más de 800 muchachos, padres, profesores o escritores.

Y si esto es una fiesta de la lectura, las palabras tienen que ir de etiqueta. Al pie del árbol, una niña escribe «baloncesto» en una de las hojas. También se aprecian términos como «cariño» o «camino». «Nuestro plan de este año ha girado en torno a las palabras. Cada alumno ha escrito un término muy significativo para él y, con eso, hemos decorado los árboles que hay en el colegio», aclara Carolina. Lo que han hecho este jueves es trasladar esa idea al entorno del campus.
Esta vez, el taller está abierto a todo el público. Se trata de que cada uno escoja su palabra más especial. En Carbajales, también se han implicado las familias, e incluso los niños y niñas han salido a las calles para hacerse con nuevos términos: «En Carnaval, salimos disfrazados de ladrones de palabras», recuerda la profesora. Los muchachos fueron preguntando a la gente para saber más y poblar mejor las ramas de su espacio de conocimiento.
El árbol se va llenando mientras más gente acude a interesarse por el taller. De fondo, cuesta mirar a un sitio en particular. A la entrada, unos niños bailan al son de la música de El Mago de Oz disfrazados del hombre de hojalata, de Dorita o del espantapájaros. Casi al lado, otros asoman la cabeza por un escenario de cartón, mientras algunos más se preparan en una esquina aparentemente disfrazados de Chaplin.

A todo esto, suena la canción de Melody a bueno volumen mientras unos niños montan otra escena entre los acordes de «Alucinante», de Platero y tú. Y, en medio de todo ese jaleo, hay un espacio para llevarse algún libro y para que los escritores zamoranos te lo firmen. En esas está en ese momento Jonathan Arribas, que saluda, escribe, se hace alguna foto, pasa un poco de calor y sonríe. Porque esto es un poco locura, pero la fiesta es de la lectura. Y, en estos tiempos, eso vale para ponerse contento.
De camino por el campus, uno se topa con la geología o la biología oculta en los poemas, con un taller de pan para quienes quieran levantar un poco la vista de los libros, con magia o con manualidades para hacer figuritas de papel. Al pie de esa última mesa se puede leer un cuento titulado «Alba y las alas de la alegría». Está escrito por Rosa María Bobillo y la historia hace reflexionar: ¿Qué pasaría si no sonase el canto de los pájaros? Basta preguntarse: ¿cómo viviríamos sin libros, sin palabras o sin mundos a los que volar para escapar un rato de la tierra?

*En la primera versión de este artículo se asignó, por error, la autoría del cuento «Alba y las alas de la alegría» al colectivo de padres y madres, cuando en realidad se trata de una creación de Rosa María Bobillo.