La pelota está en el tejado de José Antonio García. El coche tomará el rumbo que él decida. «Vamos por el camino de Almeida», determina el hombre, que se sube al vehículo a la puerta de su casa, a las afueras de Roelos de Sayago. Por el sendero que ha escogido el protagonista de esta historia aparecen zarzas que hay que retirar de la vía, baches y restos de la mucha agua que se ha acumulado en un inicio de mayo lluvioso como se recuerdan pocos. Al final, tras unos minutos de marcha, el vecino del lugar manda parar: «Aquí».
La historia que viene a contar José Antonio es la de las construcciones con piedra seca en su pueblo. Las estimaciones dicen que el término alberga en torno a mil kilómetros de paredes de estas características, pero el vecino ha querido mostrar una en particular: «Está recta, como hecha con una regla, y tiene que tener más de doscientos años», destaca el lugareño, mientras el hombre que iba al volante del coche se da una vuelta por la zona para contemplar unos rincones que ya conoce.

Ese segundo personaje se llama Jaime del Barrio y es el presidente de la Red Sapiense, el colectivo que ha nacido en Sayago para luchar por la defensa de las construcciones en piedra seca. En la presentación de esa asociación, celebrada en abril en el Museo Etnográfico, José Antonio apareció dando explicaciones en un vídeo como uno de los ejemplos vivos del conocimiento sobre este tipo de paredes y muros. Ahora, va a contarlo en el terreno, con la experiencia que le dan sus 73 años y su capacidad para trasladar hasta 2025 las enseñanzas que su padre, Emilio, empezó a dejarle como herencia en vida cuando solo era un crío.
«Aquí ha habido muy buenos parederos», destaca José Antonio, que constata que muchos de los muros de piedra que se pueden ver en un recorrido rápido por Roelos ya estaban cuando él vino al mundo: «Hay paredes muy viejas y muy bien hechas», resalta el vecino, que junto a su padre y a su tío colaboró desde pequeño en el fortalecimiento de esa cultura de la construcción tradicional: «Éramos niños y nos llevaban para que les diésemos las piedras pequeñas o lo que hiciera falta», rememora.
Tanto vio de niño José Antonio que, con diez u once años, ya había levantado su primera pared. «Mi padre nos agarraba y nos guiaba», subraya un hombre que más tarde fue albañil de profesión y que ahora sigue siendo un referente para cualquiera que quiera aprender a construir como toda la vida en Sayago. «Las paredes van tejidas de la misma manera que se hace un vestido, un traje o un jersey. En ese caso, con el punto se va cogiendo un hilo y luego el otro. Aquí es lo mismo, pero con las piedras».
Es decir, no se trata de poner una piedra encima de la otra y formar un muro. Si la técnica se simplifica hasta ese punto, la pared se va al suelo: «Las piedras hay que irlas tejiendo y, con las pequeñas, se tapan los huecos», insiste José Antonio, que recuerda que por materia prima no va a ser. Aquí en Roelos, eso ha estado siempre. Por eso sus antepasados la aprovechaban. No está tan claro si lo harán quienes vienen por detrás.

«Ya hace años que la gente nueva se marchó a Barcelona o a otros sitios por ahí y quedamos muy pocos en el pueblo. Además, la mayor parte de los jóvenes no se interesa», comenta José Antonio. Cuando él nació, la localidad contaba con más de 500 habitantes que ahora se han quedado en 138. Y bajando. Y envejeciendo. Eso afecta a las construcciones nuevas y también a las viejas: «Nadie las repara», advierte el vecino. Los mil kilómetros pueden ir mermando poco a poco si nadie interviene. Y a medida que se pierdan se irá yendo por el sumidero parte de la identidad del lugar.
«Antes se caía una y al día siguiente estaba como Dios», sostiene de nuevo José Antonio, que se centra en la piedra seca, pero que no olvida otras labores: «Mi padre nos enseñó a todo: a arar, a segar, a cortar leña, a echar abono…», enumera el sayagués, que ve con escepticismo el futuro, aunque valora lo que trata de hacer la Red Sapiense: «Lo veo bien, pero es difícil con la gente de ahora. De Jaime sí me fío, es muy inteligente para eso, muy valiente».
José Antonio habla y piensa que Jaime no escucha, pero el aludido está detrás y agradece el cumplido. Luego acepta la invitación de sumarse a la charla y aprovecha para señalar que la estructura de minifundios de Roelos creó un caldo de cultivo idóneo para que el término fuese uno de los más ricos en lo que a construcciones en piedra seca se refiere. Para el presidente de la Red Sapiense, la cifra de los mil kilómetros va bien tirada. Otra cosa es el dichoso futuro que tanto sale en la conversación.
«Ahora, al no haber relevo generacional, los muros pierden la función que tenían y la gente no los levanta, pero nosotros desde la asociación vemos esto como algo de futuro, no solo del pasado», argumenta Jaime. Y hay un hecho irrefutable. Si se quiere, las paredes se pueden seguir haciendo de piedra seca. Los miembros de Red Sapiense aspiran a que sea así. Y figuras como la de José Antonio son claves para la difusión del conocimiento.

Los hincones
El más veterano de los dos escucha las palabras de Jaime y pronto señala una de las zonas de la pared donde se ven algunas grandes losas de piedra. Son los hincones, piezas clave de la particularidad de Sayago con este tipo de construcciones que también se dan, en otras formas, en muchos otros puntos de España y que han adquirido la vitola de Patrimonio de la Humanidad. Este rincón de Zamora quedó excluido de la declaración, pero la aspiración es que se sume en 2026.
José Antonio explica los secretos de los hincones, golpea la piedra, dibuja en el suelo, resalta la pertinencia de agarrar bien las piezas al terreno y vuelve nuevamente a las enseñanzas de su padre. «Íbamos sin guía: pum, pum, pum. Y él desde cincuenta metros nos pedía mover las piedras tres o cuatro centímetros», advierte. Ahora se ven pocos padres que enseñen eso. Ya no hay familias enteras que levanten muros. Pero todavía queda el conocimiento en la cabeza de hombres como este de Roelos y en las manos de tipos como Jaime.
Cuando la charla concluye, toca emprender el camino de vuelta por el mismo sendero irregular, cada vez menos pisado. Después de la conversación, resulta más sencillo fijarse. Todo es piedra. Todo fueron hombres como José Antonio. Ahora, a Roelos y a Sayago les queda un legado que proteger y un grupo de gente dispuesta a hacerlo.