La vida de Laura, una de las veinte madres de acogida de Zamora: «Mi papel es acompañar, coger a la niña de la mano hasta que vuele sola»

Laura Gago y su pareja son una de las familias que ofrecen su hogar y cariño a niños en situación de dificultad que necesitan un entorno estable para crecer mientras se normaliza su situación

por Diego G. Tabaco

Laura, Rocío y Rebeca esperan a la realización de este reportaje frente al parque de la plaza de La Puebla. Es miércoles por la mañana y Laura Gago carga en sus brazos a una niña pequeña. A ojos de cualquiera, es una madre con su hija en brazos. La niña, en cambio, está un poco tensa. «Es por nosotras», reconoce Rebeca Cabezas, trabajadora social de Cruz Roja, refiriéndose también a Rocío Hernández, que es psicóloga. «Cuando nos ve piensa que pueden venir cambios, que puede pasar algo». Laura, en realidad, no es la madre de la cría: es su madre de acogida, una persona que ha abierto las puertas de su casa de forma temporal a una niña que necesitaba un lugar en el que crecer al no poder hacerlo en su casa, con sus padres biológicos. 

Afortunadamente, a la pequeña se le pasa pronto el susto y pasa el rato jugando con la psicóloga en los columpios del parque. «Mírala, es un encanto», apunta su madre de acogida, incapaz de referirse a la niña sin una sonrisa en el rostro. Laura, junto con su pareja, Dani, son uno de los veinte núcleos de acogida que hay en Zamora, familias con o sin hijos que destinan su tiempo, recursos y, sobre todo, su cariño, a niños y adolescentes en situaciones de dificultad. Una experiencia, asegura la protagonista de esta historia, «enriquecedora». «Es una manera de ser familia diferente a la crianza de los hijos biológicos, que te aporta muchas cosas», resume la zamorana. 

La historia de Laura es la de una persona que pasa por primera vez por esta experiencia. «Me llegó la información y pregunté a Rebeca», amiga personal, sobre los procesos. «Me dan mucha pena los niños en situaciones complicadas, indefensos y que no puedan tener lo más importante, que es el cariño de una familia». Así que se lanzó hace un año y medio, tiempo que la cría lleva viviendo en casa. «A mí me encanta el mundo de los niños y sentí que tenía que hacerlo», apunta Gago, ya madre de dos hijos, de 21 y 17 años. «Mucha gente me decía que si estaba loca, que viviera la vida. Ahora están todos encantados», celebra. La niña se ha integrado bien en el entorno personal de la madre de acogida y vive actualmente una situación muy estable. «Es una niña que da y demanda cariño todo el rato. Al principio estaba todo el rato diciendo te quiero, te quiero, y preguntando si yo la quería. Ahora ya es más espaciado, se nota que se siente más segura, lo va gestionando». 

Una situación temporal

La cría es pequeña pero es consciente de la situación, sabe que su familia biológica no puede hacerse cargo de ella y que la estancia en casa de su madre de acogida es temporal. De hecho, está llegando a sus últimas etapas, pues el máximo que está establecido para un acogimiento es de dos años y la niña lleva ya 18 meses en su hogar temporal. «Puede prorrogarse por seis meses más, pero lo ideal es cumplir los plazos. Nosotros siempre trabajamos con la idea de que los niños vuelvan con sus familias biológicas», explica Rebeca Cabezas, la trabajadora social. Con las familias trabajan otras instituciones y se están cumpliendo los objetivos que se han marcado para que el viaje termine con la reunificación familiar. «Estamos ahora en un punto de inflexión para saber qué va a pasar al final», explica Laura.

Laura, con la niña en brazos. Foto Emilio Fraile

Lo temporal de la experiencia es una de las cuestiones más complicadas de encarar, para los niños pero también para las familias de acogida, que viven lógicamente momentos complicados cuando los pequeños salen de casa para regresar con sus padres. Momentos que Laura todavía no ha vivido pero para los que ya se está preparando. «Nos metemos en la cabeza que tenemos que poseer a los niños, que son nuestros. No es así, esta niña no es mía. Va a estar conmigo un tiempo en el que yo le estoy dando cariño, la estoy formando, le estoy llenando la mochila con algo mío. Y luego se irá, pero ella siempre estará en mi recuerdo y yo en el suyo», reflexiona la madre de acogida. «Es algo que no todo el mundo está dispuesto a hacer pero es muy valiente, porque es algo que los niños van a llevar para toda la vida», explica Cabezas. 

«No me corresponde a mí ponerme en la situación de su mamá. No lo soy, mi papel es acompañarla en esta etapa de su vida», asegura Laura. Cruz Roja trabaja con ambas partes para que todo sea lo más fluido y fácil posible. «La niña sabe que yo no soy su mamá. Su mamá es su mamá y yo soy Laura. Y mi pareja no es su papá, es Dani. Y mis hijos no son sus hermanos. Ella lo tiene muy claro». La niña ve a su familia biológica una vez cada quince días en un centro «neutral» que está en Zamora, donde todos coinciden. «Todos intentamos que la relación y el momento sea lo más natural posible, por el bien de la niña». También tiene un hermano, que está en otra casa de acogida. «La otra mamá de acogida y yo hablamos habitualmente para quedar y que los niños jueguen y tengan confianza antes de que tengan que regresar a casa». 

La pequeña, verdadera protagonista

Laura tiene increíblemente asumido que lo importante de esta historia es lo que quede en la niña a la que acoge. En todo momento. «En el momento de la despedida hay que hacerlo de la mejor manera para el niño», indica, poniéndose en un segundo plano. «Si le estás reflejando que a ti te duele a lo mejor no le puedes prestar la atención que necesita. Aquí los protagonistas son los pequeños, que son los que han tenido la mala suerte de tener que vivir esta situación. Y también sus familias, porque tiene que ser durísimo verte en una situación que te lleve a dar a tus hijos en acogida porque no eres capaz de proporcionarles un buen entorno, un entorno estable», reflexiona la madre de acogida. 

El proceso de regreso con la familia comenzará en los próximos meses si nada se tuerce. Lo explica la trabajadora social. «Primero se van una tarde, después pasan un día entero, con alguna comida. Si todo va bien se empieza a valorar hacer alguna pernocta, algún fin de semana… Todo de forma gradual» para que el cambio no sea demasiado brusco después de dos años de acogimiento. 

Rebeca Cabezas, a la izquierda, y Rocío Hernández, a la derecha. Foto Emilio Fraile

Aquí tienen un gran trabajo los psicólogos. Rocío Hernández, que es la encargada de esta familia, explica que «los críos realmente tienen el vínculo con las familias de acogida, no con nosotras», así que los expertos hablan con las familias para preparar a los niños, indicar «qué frases son más adecuadas y cuáles son peores». Lo importante aquí es «recalcar en todo momento que les quieren, que han estado aquí en estos momentos en los que han sido necesarios y que les van a seguir queriendo siempre». Los niños van a tener sí o sí «cierto sentimiento de abandono», pero la idea es que sea «lo menor posible» y que sane pronto. «Es duro, pero cuando reafirmamos el amor que existe, al final es bueno». 

Hay edades más fáciles y más difíciles, como para todo. La de la niña que ha sido acogida por Laura no es de las mejores, pero tampoco de las peores. «La cosa es más complicada cuando van cumpliendo años, hasta los 8 o los 9. A partir de ahí ya empiezan a ser más conscientes de la realidad, y es más fácil». Algunos niños, además, han pasado ya varias veces por el proceso, así que saben lo que hay al final del camino. 

El último punto es preparar a la familia de acogida para, en caso de que quieran, iniciar de nuevo el proceso. Llegados a este punto, hay familias que dicen que con una experiencia han tenido suficiente y otras que quieren volver a probar. El caso más paradigmático en Zamora es una familia que ha acogido ya a más de veinte niños de diversas edades. «Unos profesionales del acogimiento», explica la trabajadora social. Laura aún no tiene claro qué pasará en el futuro. Con la primera experiencia de acogimiento aún abierta, «no es momento», dice, de pensar en si habrá más en el futuro.

Son cuestiones, las de la despedida, que Laura tiene asumidas, y vuelve a reivindicar la naturaleza del acogimiento mientras se habla de ese momento. «Hay muchos niños que necesitan la acogida. La cuestión es ponerlos a ellos en el primer plano, ayudarles. Son niños, al final van a crecer, y van a volar solos. Necesitan esto temporalmente, que alguien les agarre de la mano hasta que vuelen. Ese es nuestro papel en esto», concluye la madre de acogida. 

Veinte familias en Zamora

Cruz Roja Zamora llevó a cabo hace unos meses una campaña para fomentar el acogimiento en la provincia, campaña que ha dado sus frutos pues hay familias que han mostrado interés en iniciar el proceso. «Existen diferentes modalidades. A tiempo completo, como es el caso de Laura, estancias temporales, acogimientos vacacionales, por fines de semana…», enumera Rebeca Cabezas. La ONG, una vez hay una nueva familia interesada, evalúa el núcleo familiar, la vivienda o las motivaciones antes de decidir si es o no apta. «Todo para garantizar el bienestar del menor». El acogimiento es siempre temporal, recuerda la trabajadora social. 

En la provincia faltan familias y hay niños, sobre todo de mayor edad, que pasan sus días en centros de acogida, una situación que no es la ideal. «Hay grupos de hermanos donde lo ideal es que estén juntos, bebés muy pequeñitos, niños con problemas médicos…», ejemplifican desde Cruz Roja. «Nuestra intención es que la bolsa de familias crezca para que haya más disponibilidad y que los niños no tengan que esperar, como sucede en la actualidad. 

La cría, en los columpios. Foto Emilio Fraile

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