Fernando tiene calor. Acaba de terminar una procesión primaveral enfundado en la casulla y le cuesta recuperar la temperatura corporal óptima. El cura, de apellido Ruiz, se quita capas, despacha a un par de feligresas y se sienta en uno de los bancos ubicados al fondo de la iglesia de San Martín de Tours, en el pueblo vacío de Otero de Sariegos. Su trabajo del día ha terminado. Poco después, cuando apenas ha empezado a hablar, se escucha un crujido: «Tranquilo, yo creo que problema estructural no tiene», apunta el sacerdote.
Habrá que hacerle caso. Primero, porque los hechos constatan que la iglesia sigue en pie. Segundo, porque algo de experiencia con esto de los daños en los templos tiene un cura que cuenta de forma gráfica lo que le preguntaba su madre años ha, cuando su destino era Sayago: «Me decía: hijo, ¿tú qué eres? ¿Albañil o cura? Y yo le respondía: si es por el tiempo que le dedico, más albañil que cura».
La verdad escondida tras esa frase un poco socarrona tiene que ver con la realidad en la que se encuentran algunos templos rurales y con las necesidades de mantenimiento que presentan: «Cuando llegué a Sayago a principios de los 90, después de toda la decadencia que trajeron las décadas de los 60, 70 y 80, tuve que reconstruir ermitas y templos parroquiales», asegura Fernando, que asevera que, por aquellas, andaba «por los tejados, por todos los sitios»:

Una enfermedad le privó de meterse tanto en la faena, pero la gestión continúa para él. En su día a día siguen los «disgustos de las obras», las llamadas, la insistencia, las cuentas, la petición de dinero y cualquier otro trámite: «Ahora físicamente ya no puedo hacer nada», lamenta Fernando, que admite estar «un poco cabreado» por el panorama actual. Y se explica.
«Yo estuve quince años en Tierra de Alba, donde tenía más territorio que la duquesa: desde el río Esla hasta Vide y por el sur de Aliste. Tenía todos los templos, que son más pequeñitos que estos en los que estoy ahora, como los chorros del oro, pero porque me habían tocado muchas obras al principio», argumenta el sacerdote, que el 15 de septiembre de 2024 aterrizó en la zona Campos – Benavente.
En concreto, Fernando Ruiz cayó en Villafáfila, Barcial del Barco, Bretó, Revellinos, San Agustín del Pozo, Santovenia, Vidayanes y Villaveza del Agua. En varias de esas parroquias se encontró con problemas. Incluso, en alguna de ellas, con la necesidad de ejecutar «obras considerables». En concreto, en la de Vidayanes, «el techo se caía». Es más, «una parte estaba sin techo».
Ese asunto se resolvió en los primeros meses, pero ahora continúan las demandas. El cura anda en gestiones para la limpieza y el pintado. Parece algo sencillo, pero ha habido dificultades para encontrar empresas que se animen a meter la máquina en el templo. Con la restauración del artesonado, Fernando Ruiz es más pesimista: «Son muchos metros. Para la parroquia, ya es bastante que nos atrevamos con todo lo demás», admite.

Pero el de Vidayanes no es un caso puntual: «Llego aquí y me encuentro con que en San Agustín del Pozo y en Revellinos se nos caen los tejados y tengo que hacerlos nuevos. Aparte está eso que te decía de Vidayanes, donde en las zonas en las que no había techo se ha estropeado el suelo. Y luego tengo goteras en Castropepe, en Villaveza y en Santovenia«, repasa Fernando. Ya es bastente.
El cura admite que «ha habido bastantes donativos», pero no siempre llega para las faenas. En ocasiones, el sacerdote tiene que hacer de enlace con el Obispado para reclamar más financiación; o para pelearse por que sea su templo y no otro el que cuente con el dinero de esta partida o de aquel convenio para la rehabilitación de la iglesia.
El caso de Otero
De hecho, Fernando se encuentra inmerso en las negociaciones que tienen que ver con el templo desde el que habla, el de San Martín de Tours, de Otero de Sariegos, que también le corresponde, aunque no haya gente ya para el día a día. El pueblo está vacío desde hace más de veinte años. La idea es que la iglesia pase a manos del Ayuntamiento de Villafáfila y sean las instituciones quienes se encarguen. Cuando eso se concrete, el cura se quitará una preocupación.
Mientras, recibe muchas peticiones: «La gente me insiste para que le demos una solución. Parece que lo de Otero era como una perla perdida que había que encontrar. Me he cruzado con muchos sinsabores, pero qué le vamos a hacer», remacha el cura, que arrancará la semana con una planificación de las misas y otra de las gestiones para las obras. Es su día a día.