Lo primero, una aclaración. Esta entrevista se tendría que haber publicado el 31 de marzo, Día Internacional de la Visibilidad Trans, pero la charla con Magui Prieto (Zamora, 2000) se trasladó a la Semana Santa para permitir una conversación cara a cara. La fecha cambió, pero el sentido no. Y el sentido aquí es dar el testimonio de una transición: la de esta mujer. Sus palabras reflejan lo bueno y lo malo de su caso particular, pero sirven como referencia, en cualquier caso, para quienes vengan y para la sociedad en su conjunto. Ella se abre para que otros comprendan.
– Si te parece, vamos a empezar por el principio. ¿En qué momento te das cuenta de que tu futuro tiene que pasar por una transición?
– Cada persona se da cuenta en un momento diferente. Yo desde pequeña lo sabía, pero sí es cierto que, debido a la escuela en la que estaba y la ciudad en la que vivía, realmente aprendí que era algo que estaba mal, entre comillas. Así que lo empecé a borrar de mi mente y a negármelo a mí misma. No fue hasta que me fui a estudiar a Madrid, que entré en un campus de artes que para mí era como una burbuja de seguridad y de diversidad, cuando empecé a permitirme a mí misma explorarme y cuestionarme quién era. A partir de ahí, volví a dejar salir esos pensamientos y a decir: pues coño, yo soy Magui y vamos para delante con todo.
– ¿Lo aparcaste todo hasta que tuviste un contexto más favorable?
– Sí, más que aparcarlo fue como que aprendí que era algo que estaba mal. Yo sentía que no se tenía que descubrir eso. Se me daba muy mal, obviamente, porque yo era el mariconcito de todos lados, pero bueno… Y sí, cuando tuve un ambiente muy favorable, empecé a deconstruirme mucho más, a saber más de todo el tema y, sobre todo, a ver a mi alrededor más personas trans.
– La adolescencia ya es una etapa complicada de por sí. ¿Cómo se vive de esa manera?
– Era una etapa en la que yo lo tenía muy, muy reprimido y muy negado. La verdad es que la adolescencia para mí fue horrible, ya no solo por el tema trans, que ni siquiera estaba ahí implícito, sino simplemente por ser el mariconcito de la clase. Yo sufrí muchísimo acoso escolar y estaba deseando acabar y escapar de Zamora. La experiencia de ser queer en lo rural sin tener muchos referentes fue dura.
– ¿Tenías personas con las que podías hablar de todo esto?
– Realmente, sobre el tema trans no hablaba con nadie, porque era algo que había reprimido tanto que era como: no, no, no. Pero sí es cierto que yo, dentro de la experiencia de vivir aquí en Zamora, he tenido un contexto familiar muy, muy privilegiado y unas amistades que bueno, la verdad es que casi todas éramos del colectivo. Todas eran muy abiertas y muy supportive. En mi caso, las dos salidas del armario fueron increíblemente bien recibidas. Así que bueno, eso fue un gran alivio, ¿no? Poder saber que puedes ser quien eres y vas a seguir rodeada de tu gente y te van a seguir queriendo y apoyando.
– Cuéntame eso de las dos salidas del armario.
– Primero fue como gay y luego, como mujer trans. Como gay fue en tercero de la ESO, y yo creo que no sorprendió a nadie, ¿sabes? Absolutamente cero sorpresas para todo el mundo. Pero bueno, fue también muy bien recibido tanto por mis amigas como por mi familia. Y luego ya salir del armario como mujer trans sí que fue justo después de la pandemia, y la verdad es que también súper bien, pero sí que fue más complicado en el sentido de que ahí yo tenía mucho más miedo de que mi familia me fuese a rechazar o fuese a cambiar todo. Pero para nada. A mí desde el minuto cero mis padres me dejaron claro que me iban a seguir queriendo, fuese quien fuese, que me iban a apoyar con todo. Ahora bien, ha sido un proceso difícil para todos, tanto para mí como para ellos, que encima son de otra generación y han tenido otra educación. Si yo he tenido pocos referentes, imagínate ellos. Al final, mi madre tenía una idea de que las mujeres trans podían sufrir transfobia o recibir palizas. Entonces, ella tenía pánico de que esa fuese a ser mi realidad.
– Hablas bastante del contexto particular de Zamora, que puede ser el de cualquier ciudad pequeña, por las preguntas para ti, para tus padres o para tus seres queridos en general. ¿Hasta qué punto te condicionó esto a la hora de tomar la decisión?
– Realmente muy poco, porque yo vengo mucho, pero mi vida ahora mismo está en Madrid, con un contexto de gente muy abierta de mente. Y además, por mi personalidad, que soy un poco burra, pues era el plan de: si voy a hacer esto, lo voy a hacer bien. Y también por el pasado que tuve aquí durante el instituto, dije: voy a tener la cabeza muy alta y voy a ir pisando fuerte. Cuando llegué, después de salir del armario como mujer trans, yo no iba a cambiar mi forma de vestir o mi forma de expresarme. Era algo que me decían: tú haz lo que quieras en Madrid, pero aquí disimúlalo un poco, no te vistas así. Y ni de coña. Sí que es cierto que al principio la gente se giraba mucho por la calle, me decían algunas cosas, o me lanzaban miraditas de desaprobación, pero bueno, también me da un poco de marcha eso y salía todavía más guapa.
– Te refieres a la decisión y a las consecuencias sociales y familiares. A otros niveles, ¿hiciste algo? ¿O para ti el hecho de salir del armario ya te situó como mujer trans?
– Para mí fue así. Simplemente, exteriorizar quién era. Yo ya sabía que era una mujer y sentía que no tenía que esperar a pasar por ningún proceso ni por ningún cambio para mostrarme ante la sociedad como yo era. Si tú me vas a ver como un maricón con falda, ese es tu problema. Tu percepción sobre mí no va a cambiar mi identidad. Entonces, yo ya sabía quién era, yo ya lo había hablado con la gente que me importaba, que eran mi familia y mis amigas. ¿Por qué esperar a? Si mi forma de expresarme es vestirme de tal forma o maquillarme de la otra o tal, no tengo que esperar a nada, porque ya soy quien soy. Un proceso hormonal o quirúrgico no va a definir mi identidad.
– ¿A qué edad diste el paso?
– No sé si con 21 o con 22, la verdad.
– O sea que ya habías pasado unos años en Madrid.
– Sí, fue cuando decidí permitirme ser quien era y vivir sin autoengañarme.
– ¿En el ámbito educativo han cambiado cosas para que incluso los propios docentes no discriminen a las personas trans, aunque no sea de manera intencional?
– Cuando sufrí el caso de acoso escolar tuve la suerte de que mi tutora – un besazo desde aquí, María Eugenia – me defendió y dio la cara ante el centro, pero varios docentes e incluso la directora de la Medalla Milagrosa me ridiculizaban delante de todos los compañeros. Obviamente, si las personas que son la figura de autoridad, y que están ahí educándote todos los días, ves cómo te ridiculizan y te humillan, no te vas a atrever a explorar quién eres. Ni siquiera a socializar de una forma normal, ya no vamos a entrar en el tema de la autoestima. Yo creo que ahora depende del centro y de las personas. Yo estoy realizando las prácticas de profesora en Madrid, en un instituto público, y jobar qué bien, tanto por parte del claustro como de los alumnos. Pensaba que iba a recibir una respuesta bastante reacia, pero todo lo contrario, todo desde el respeto. Si desde el propio centro tienes unas actitudes de defender la diversidad y el respeto por los demás, incluso aunque haya algunos alumnos homófobos, no se van a ver legitimados como para alzar la voz y lanzar odio de forma impune.
– ¿Tuviste algún problema a nivel laboral?
– Realmente, yo estudié Bellas Artes y Diseño, que ya de por sí es como un ámbito bastante abierto de mente, pero sí que es cierto que, por ejemplo, a la hora de buscar prácticas, notaba que ciertos rechazos eran más por mi perfil de persona que por otra cosa. Yo decía: mi currículum y mi porfolio están razonablemente de puta madre, pero hay gente que coloca primero el hecho de que seas una persona trans. Por suerte, tampoco tardé demasiado en encontrar unas prácticas y luego ciertos tipos de curro. Sí que es cierto, por ejemplo, que estuve trabajando en un hotel en Benidorm este verano y no hubo ningún problema por ser una mujer trans, pero mucha gente me decía: ¡Ay, cómo nos alegramos de que una persona como tú esté por aquí! Es que eres un ejemplo. Y yo: sí, sí, muy bonito, pero esto te lo puedes ahorrar, que no te lo he pedido, y como que estás pecando de querer demostrar que eres muy moderna.
– Me tratas normal y ya está.
– Exacto, que es algo que también pasa en Zamora. Me encuentro a conocidos que no son cercanos a mí, y primero se quedan mirándote como un cuadro, en plan: ¿quién es este monstruo que hay por aquí? Y luego: ¡Ay, cómo me alegro por ti, corazón, estás guapísima! Y yo, sí, ya, ya lo sé, ya sé que soy guapísima.
– ¿Tienes problemas con temas como el alquiler de vivienda?
– Sigue habiendo muchos problemas. No es personalmente mi caso, porque realmente mis compañeras de piso y yo somos un poco más avispadas en ese sentido. Yo vivo con un chico trans y otra chica y, pues bueno, la que habla con la casera es la otra chica.
– Pero eso ya es un problema en sí mismo.
– Sí, tenemos que jugar un poco con la picaresca y a escondernos, porque ve el DNI de mi compañero y mi DNI, y luego nos va a ver en persona y va a decir: ¡What the fuck! Entonces, como que hemos jugado mucho con eso. Conocidos míos tienen problemas para acceder a la vivienda simplemente porque, al reunirse con los caseros y ver que son personas trans, ya les da igual qué tipo de aval tengan o cuáles son sus ingresos. No quieren ese tipo de gente en sus casas. Con eso, tienen que hacer como malabares y jugar a tropecientos juegos para conseguir encontrar simplemente una habitación.
– ¿Qué ven en una persona trans que les resulta disuasorio?
– Simplemente, yo creo que es el estigma y la transfobia que hay actualmente, que ha vuelto a escalar muchísimo. Son simplemente prejuicios. Da igual cómo vayas vestida, da igual si eres un poco más punk o más muñeca. En cuanto te vean que eres una persona trans, van a decir: tú no.
– Con el tema de la transfobia, existe una evidente controversia dentro del movimiento feminista, pero también se ha producido un auge de los partidos extremistas de ultraderecha que cuestionan ciertas formas de vida. ¿Todo eso os afecta directa y personalmente?
– Por supuestísimo que sí, nos afecta a todos en nuestra vida diaria porque el número de agresiones y violencias que sufrimos en la calle a diario está volviendo a ser bestial. Hace dos semanas, a un amigo mío le partieron la ceja y simplemente se quedó en eso porque tuvo el reflejo de levantarse y salir corriendo. En Salamanca, el otro día, a una mujer trans la encontraron semidesnuda y agredida en un portal. En Colombia, tenemos el caso de Sara, la mujer trans a la a que arrojaron al río partiéndole las extremidades y absolutamente nadie le dio auxilio. Por supuesto que está afectando en el sentido de que la gente ahora se ve legitimada para mostrar su odio de forma impune porque se ve respaldada por un partido legal. Ahora ven que pueden volver a hacer eso sin ningún tipo de consecuencia. Y ya no solo eso, sino que luego la gente, el resto de la población, cuando suceden estas agresiones se queda quieta, no hace nada, no responde. Muchísimas compañeras mías han sufrido agresiones en público, en el metro, por la calle delante de muchísima gente y nadie alza la voz para ayudarlas. Entonces, el sentimiento que nos queda es que estamos soles en esto. El otro día, cuando volví a Zamora, me encontré con un grupo de chavales que iban gritando: ¡Viva Vox! ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Putos maricones! Y yo diciendo: bueno, vamos a cambiarnos de acera porque…
– Intimidación.
– Más que la intimidación es el ver que no tienes ningún problema en ir gritando por la calle que eres un nazi y no te avergüenzas de ello. Al hilo de esto, creo que las fuerzas de seguridad deberían protegernos más, porque la mayoría de las veces, cuando van a denunciar una agresión, lo que reciben las compañeras es humillación y cuestionamiento, y muchas veces ni se las toma en serio. En más de uno y dos casos cercanos ha ocurrido esto, y luego se preguntan por qué la gente no denuncia. Al final del día, son las redes de apoyo y los colectivos los que nos defienden y sostienen ante las agresiones en las calles.
– ¿Y qué ocurre con la parte del movimiento feminista que tampoco os respalda?
– Eso, aparte de triste, me parece ridículo. ¿Te crees que somos nosotras las que estamos borrando a la mujer? Las personas trans somos las más disidentes y las que más rompemos con los roles de género en nuestro día a día. Al final, es como una serie de argumentos falaces que no tienen ningún sentido, pero simplemente los usan para justificar su odio, separarnos de la lucha y seguir discriminándonos y negándonos nuestra identidad. Y es que nuestra identidad no invisibiliza la tuya. Realmente, el verdadero feminismo y las verdaderas luchas sociales siempre se han dado la mano. Si tu feminismo simplemente defiende los intereses de la mujer blanca, burguesa y europea, pues lo siento cariño, pero ese no es el verdadero feminismo.
– ¿Hasta qué punto crees que el nacimiento de colectivos como Kuza en Zamora puede ayudar en esa lucha?
– A mi me parece importantísimo. Y, de hecho, aunque ahora esté viviendo en Madrid, yo quise meterme en el colectivo y apoyar lo poquito que pueda. Por supuesto que el hecho de que haya referentes y un espacio seguro al que poder acudir cuando te estás empezando a plantear cosas es un alivio y un decir: no estoy sola en esto, no soy la única diferente, no soy un bicho raro, no tengo por qué permitir que se me trate así. Claro que es súper importante y súper, súper, súper necesario. Ojalá dure mucho.
– Si pudieras viajar en el tiempo y darle un consejo a tu yo de 14, 15 o 16 años, ¿qué le dirías? ¿Y qué le recomendarías también a un padre, a un abuelo o a un amigo que tenga que apoyar a una persona en una transición?
– Vaya pregunta… A ver, a mi yo de 14 años le diría que no es un bicho raro, que no está sola y que no es la única; que no tiene por qué permitir que se le trate de formas tan vejatorias y humillantes. En ese entonces, yo pensaba que era lo normal y que era lo que tenía que aceptar. También le diría que todo va a cambiar, que todo va a salir mejor y que va a convertirse en una tía chulísima con un coño de aquí a Logroño. Y nada, que no tenga miedo de sacar su fuerza. A las familias, que generalmente el rechazo que pueden tener es por el miedo a que sus hijos sufran esta discriminación y estas agresiones, les diría que por suerte la cosa está cambiando y que para nada el odio que hay ahora es el que había hace 40 o 50 años. Y que aunque siga habiendo olas de odio reaccionario, que apoyen a sus hijes. Lo que más les va a ayudar es saber que pueden ser elles mismes sin ningún tipo de rechazo y no sentir que tienen que irse lejos y emigrar a otra ciudad para poder sacar su verdadera identidad. Quiero decir también que las personas adultas que transicionan a veces quedan un poco invisibilizadas, pero nunca es tarde para hacerlo. Tú mereces vivir según quién eres. Va a ser jodido, pero para eso tenemos la comunidad y las redes de apoyo.
Anexo:
Días después de la entrevista, Magui quiso hacer referencia a otro tema: «Quería recalcar la importancia de visibilizar no solo a las mujeres trans, sino a los hombres trans y a las personas no binarias, que por lo general están incluso más invisibilizadas». Dicho queda.