
Tú no lo sabes pero está ahí, latente. Es un compromiso que adquieres en la juventud, o en las noches que se alargan hasta que vuelve a salir el sol, o en los festivales, o en las tardes sin ganas de nada porque te acababan de romper el corazón. Un compromiso con la música. Y en última instancia un compromiso con determinados artistas que nos marcaron, nos acompañaron, nos ayudaron a entender de qué iba esto de la vida.
Mis años de «estudiante» en Salamanca estuvieron coronados por un póster frente a mi cama que anunciaba a La Fuga en directo en los jardines del castillo de Zamora. Además, la banda sonora de aquellos años era el rocanrol que solía escuchar los martes y los jueves en un bar de nombre inequívoco, el «Paquí Pallá». Hace un par de semanas volví por allí, el bar conservaba el nombre; la música, como yo, ya no era la misma, había cambiado.
También en Salamanca comencé a escuchar a Rulo y la Contrabanda. El camino desde mi casa, o desde el bar donde tomaba el primer café del día, hasta el instituto Rodríguez Fabrés lo realicé muchos días escuchando su primer disco. Aquel que de entrada me daba vértigo escuchar, me aterrorizaba que la separación de La Fuga conllevase no escuchar nuevas canciones como aquellas que me habían acompañado. Y aunque en aquel «debut» ya se veía que La Contrabanda no iba a ser La Fuga, quedé tranquilo. La música de Rulo, y de Fito, iba a seguir conmigo. Y allí estuve, en el primer concierto de aquella nueva etapa que celebraron en Zamora. Porque igual hay muchas personas que no lo saben, pero el primer bolo de Rulo y La Contrabanda fue en nuestra ciudad.
Con el tiempo tomamos distancia, dejé de ser el oyente fiel que escucha todo y que lo hace desde el primer día. Me convertí en el oyente ocasional, el pureta rezungón que con una negación de cabeza piensa y dice: «está bien pero ya no es lo que era». Probablemente lo que no era igual era mi edad, mi mirada a un pasado que no puede volver y que además he comprendido que está bien que sea así. Sin embargo, de vez en cuando volvemos a escuchar una de aquellas canciones, y la sonrisa que nos asoma nos hace ver que todo estuvo, y que ahora también está, bien.
Los compromisos obligan, atan, transportan. Y yo no puedo irme de mi ciudad o no regresar a ella, como en este caso, aunque eso signifique acortar vacaciones y días de descanso. Si Rulo y Fito van a dar un concierto en casa, yo no puedo faltar. Por el chaval que fui, por la persona en la que me he convertido, y porque llevo semanas escuchando con mis hijas todas las canciones, la viejas y las nuevas. Por eso he estado buscando sus últimos setlist en internet, para poder cantar con Iria a pleno pulmón que seguimos viviendo más de noche que de día, aunque no deberíamos, y que seguiremos, siempre, soñando más despiertos que dormidos. Porque hay compromisos que, aunque no lo sabíamos, son para toda la vida.