Pasó rápido, pero a la vez parece que ha transcurrido mucho tiempo desde aquel instante en el que se abrieron las puertas de San Frontis y el Nazareno inició su traslado procesional en el jueves previo al Domingo de Ramos. Zamora cerró hace unas horas la edición 2025 de su Semana Santa, una cita que comenzó entre los malos augurios del tiempo y acabó con alguna suspensión, pero con las calles y los hoteles llenos y la sensación de que el temporal se había sorteado razonablemente bien.
Todo comenzó, como decíamos, con la crónica de un principio. Con el calor, el gentío, el río de zamoranos por encima del Puente de Piedra y la entrega del barrio de San Frontis al Nazareno que se iba de viaje a la margen derecha.
Luego vino el primer recorrido corto, el desfile efectista del Espíritu Santo, los niños que escuchaban absortos la carraca y el agua que hacía recordar los peores momentos de la edición de 2024, que fue el año de las suspensiones.
Al menos, la procesión de Zamora pudo salir, pero no tuvo tanta fortuna la Dolorosa de Villalpando. El agua impidió cualquier movimiento en la calle, aunque no frenó la nueva tradición de colocar un clavel blanco al pie de la imagen titular por cada año cumplido de la cofradía. Esta vez, 52.
Mientras, Zamora capital seguía mirando al cielo. No hubo cruce del Puente de Piedra para Luz y Vida que, como el Espíritu Santo el día anterior, se tuvo que conformar con un recorrido corto, mutilado. El consuelo de desfilar; el pesar de hacerlo con tensión y en formato reducido.
La borrasca dio un respiro el Domingo de Ramos. Primero, para que centenares de pueblos de Zamora se echaran a las calles para la bendición del laurel y sus procesiones particulares. Especial fue la de Riego del Camino, con Señor Romerales, el burro treintañero, como protagonista indiscutible.
En la ciudad, como es costumbre, lo de menos fue la procesión. La Borriquita desfiló, claro, pero en paralelo atravesaron la capital miles de personas: Hombres de traje. Mujeres con vestido. Parejas que parece que van de boda. Niños que estrenan. Niños que no estrenan. Familias con palmas. Familias en el parque. Los que no salen de casa. Grupos que quedan para comer… Y da para seguir.
El Lunes Santo, en cambio, llovió en San Lázaro, pero no lo suficiente para echar para atrás a los hermanos de la Tercera Caída, a quienes les cayó un poco de agua encima, pero que se sobrepusieron para rematar con La Muerte no es el final en la Plaza Mayor. Otra cosa son las caídas de Zamora, de peor solución.
Tampoco se libró de los murmullos y de la inquietud por el agua La Buena Muerte. Pero todo quedó opacado, como siempre, por la belleza del Jerusalem, Jerusalem. La gente trata de escuchar el canto desde cualquier lugar. Incluso, sin mirar la procesión. Solo sentirla.
Con la Pasión ya metida en el martes, las historias fluyeron. En el Vía Crucis, que procesionó con normalidad, se vio una de esas que podría ocurrir en cualquier desfile con participación infantil: la implicación de los abuelos para que los niños puedan estar.
Por la noche, salió Las Siete Palabras. Bueno, Las Siete Palabras y otra mucha gente. En un pequeño radio, se vieron escenas de todo tipo. De lo religioso a lo festivo. Una mezcla curiosa.
Y, a las puertas de los días grandes, el Silencio. El Miércoles Santo, los hermanos hicieron el juramento. Cada día del invierno, en la quietud del casco antiguo, ese mismo sonido de la nada se escucha en la zona sin necesidad de comprometerse. Al que es de «Zamora, Zamora», el silencio no le impresiona.
Por la noche, en Olivares, salió la procesión que se mantiene fiel a sus principios. Y van casi setenta años de Capas Pardas, de un desfile que para el tiempo en torno al río y por la ciudad antigua.
Casi en paralelo a las Capas, en Toro, el silencio y la oscuridad acompañaron al Cristo de la Expiración desde el Sepulcro a la Colegiata con el rodeo habitual. Esta vez no hubo nervios (por la procesión) ni dudas. Solo silencio, campana, corneta, bombos, tambores, cofrades y belleza.
El Jueves Santo amaneció luminoso en Zamora, sin rastro de nubes, con la estampa de la Esperanza subiendo por Balborraz como la más cotizada. También con la gente de la hostelería mentalizada para pasar, quizá, las 48 horas más duras del año.
Ya sin solución de continuidad, la Vera Cruz ocupó las calles, con la nueva juventud que da precisamente esperanza a la cofradía. Vive buenos momentos la hermandad. Muy buenos, en realidad, pues ha logrado consolidar en los últimos años el proceso de mejora que comenzó hace décadas.
A unos kilómetros de allí, en La Guareña, volvió a aparecer la amenaza del tiempo. Pero Fuentesaúco la sorteó, no sin acortar el recorrido por si acaso. Los hermanos, los pasos y la banda se encerraron poco más de media hora después de la salida.
La vida está llena de penitencias, grandes o pequeñas, a las que volvemos la cara. Miramos en cambio con devoción las que en los últimos días han desfilado por las calles. El cambio del jueves al viernes, como siempre, fue para el Yacente.
En la Mañana hubo recorrido corto. O más bien regreso un poquito condicionado. Y también un motín de los hermanos de la parte trasera. Eso sí, nada impidió la tradición al amanecer en Las Tres Cruces.
El primer disgusto grande de la Semana Santa tardó en aparecer, pero llegó con la suspensión del Santo Entierro de Zamora. La cofradía lo intentó, pero un chaparrón disuasorio terminó por dejar a la ciudad sin procesión para la tarde del viernes.
Distinta fue la cosa en Aliste. Bercianos pudo sacar la procesión a las calles en una ventana entre chaparrón y chaparrón. Premio para los turistas y los curiosos que se acercaron por primera vez a conocer las particularidades de una procesión que puede presumir de ser una de las más genuinas de la provincia.
Un ratito después, en Bermillo de Alba, Pedro, Arnau y el resto de los vecinos del pueblo y de la contorna se mojaron un poco, pero cumplieron con el viaje al calvario de la localidad. Quedan pocos en este lugar, pero defienden sus tradiciones.
De vuelta a la ciudad, si el Santo Entierro se suspendió, Nuestra Madre tuvo que conformarse con salir un ratito y volver a resguardarse. Las previsiones no daban para más.
Ya metidos en el Sábado Santo, Zamora se quedó sin honrar a la Virgen que mejor la representa. Cuántas estampas suyas en las carteras, cuántas fotos en los pisos de nuestros emigrantes. Soledad que es Zamora. Soledad a la que Zamora esperará en 2026.
Con la Resurrección, la luz, las flores y la melancolía llegó el final este domingo. Serán unos días difíciles. Pero Zamora seguirá aquí en 2026: lista para entregarse a su Pasión y para resistirse después a la muerte.