Siete y media de la tarde del jueves, inmediaciones del Puente de Piedra. Queda una hora para que cruja la puerta de la iglesia de San Frontis y aparezca la imagen del Nazareno para el traslado, pero las riadas de gente anuncian que esto comienza. Es la primera señal, un rato antes de que el Barandales haga sonar las campanas. Algunos grupos se quedan apostados cerca del viaducto recién remozado, otros suben hasta Pizarro a prepararse para la espera. Los más cruzan al otro lado del río. Quizá no han visto una luz, pero ansían contemplar al Mozo.
Por el puente pasa gente mayor a paso lento, también adultos en mangas de camisa o hasta en pantalón corto. Al lado, aparecen con la misma idea de ir a San Frontis unas muchachas que comentan lo que les viene: «Es muy fuerte eh, este año dieciséis», apunta una. Se gasta la vida y una no se da cuenta. El grupo de chicas se agita, vocea, esquiva gente. El paseo a la vera del río hacia la iglesia donde está el principio es una suerte de yincana. Y todavía queda un rato.

Lo que pasa es que quien no se dé prisa se queda sin foto. Los aledaños del templo están llenos ya un rato antes de las ocho de la tarde. El día luminoso ayuda, claro. A cinco bajo cero costaría más. Pero este jueves toca primavera de la buena. Dentro del edificio religioso, el jaleo también protagoniza la escena. Los cargadores del Nazareno se fotografían ante el paso, se preparan, calman los nervios, besan a la familia. En un rato serán los primeros en pasar el nuevo Puente de Piedra con una imagen de Cristo a cuestas. Mucho para esta ciudad.
De repente, empieza el acto en el interior. El barullo se queda fuera y la introspección se adueña de lo que pasa dentro. Mientras, la gente sigue llegando. Unos chavales se acomodan sobre una tapia, otros aprovechan el estirón para mirar de lejos; ninguno logra la vista de la pareja que lo mira todo desde un balcón que parece un palco hecho para contemplar la iglesia. En esas, pasan los minutos, se acercan las ocho y media. Todo está a punto de comenzar.

Pero antes de contarlo, conviene hacer un par de precisiones. Una, que esto es mucho más que un traslado. Zamora corta la cinta de su Pasión el jueves y la inaugura sin esperar más ceremonias. El Espíritu Santo sale el viernes con el vino ya descorchado. El segundo asunto está en la mente de algunos de los más entregados a la causa. En 2024, todo se cerró de forma abrupta cuando el Santo Entierro corrió para refugiarse de la lluvia. El agua robó las últimas tres procesiones y media.
Quizá por eso hay más lágrimas de la cuenta cuando el Mozo aparece a la hora prevista por el umbral. Nadie mira al cielo esta vez. No hay que consultar las predicciones. El Nazareno sale y tiene un día pintado para recrearse. Todo vuelve a empezar y el ciclo se abre hasta que el Domingo de Resurrección lo cierre. El instante conmueve en lo identitario o en lo religioso, según para quién. El caso es que todos lo graban para no olvidarlo. Uno lleva la cruz; los demás, el smartphone.
La gracia es que el movimiento se hace con respeto. De hecho, el murmullo se apacigua. Apenas se oye un rumor de lejos hasta que los tambores preceden al himno de España y luego a las notas del Nazareno de San Frontis del Maestro Cerveró. El Mozo sube la rampa y da la espalda al hogar del barrio. En un rato, pasará el puente y llegará a la Catedral, pero en San Frontis ha estado el principio, al otro lado del río. Ahora queda amar la trama. Por delante, diez días de Pasión.