En septiembre de 1981, el Guernica de Picasso regresó a España. Habían pasado casi seis años de la muerte del dictador Franco y, por fin, el cuadro más icónico del pintor malagueño, el símbolo de los horrores de la Guerra Civil, volvía a casa. Las negociaciones con los herederos del artista y la búsqueda de pruebas que demostraran la propiedad de la obra convirtieron ese traslado desde el MoMA de Nueva York hacia Madrid en una auténtica aventura cuyos detalles se narran en «Guernica: El último exiliado», un documental de algo menos de veinte minutos, dirigido por Guillermo Logar, que se proyectó este miércoles en el salón de actos de la Alhóndiga.
Para arrojar más luz sobre el caso, el Museo Baltasar Lobo, encargado de organizar la proyección, trajo a Zamora a Genoveva Tusell, profesora de Historia del Arte en la UNED, investigadora y autora de libros como «El Guernica recobrado». La experta, que participa en el audiovisual, aportó detalles sobre el traslado de la obra de Picasso, que se concretó en el 81 después de que las primeras intentonas arrancaran incluso durante el Franquismo, a pesar de la evidente incompatibilidad entre la dictadura y lo que expresaba el cuadro.
Lo que Picasso dejó por escrito
«El intento de 1968 estaba condenado al fracaso, pero gracias a él se consiguió que Picasso dejara por escrito las condiciones para el regreso del cuadro a España. En principio, apuntó el regreso de la república, pero luego lo matizó para dejarlo en el restablecimiento de las libertades», explica Tusell, que señala a continuación un vacío de prácticamente otro decenio hasta que comenzaron las negociaciones de verdad, en 1979. Para entonces, el artista llevaba seis años muerto y la pelota estaba en el tejado de la familia.
Tusell señala que los propios descendientes «pidieron ser consultados» sobre lo que debía ocurrir con el Guernica y permitieron abrir un proceso en el que fue clave la figura de Ronald Dumas, el abogado de Picasso y la persona escogida por el ya fallecido pintor para que «verificara» si se daban las condiciones para el traslado de la obra a España. En paralelo, se inició la búsqueda de la documentación que probara lo que ya se sabía: que el mural había sido un encargo directo del Gobierno de la República.
En lo tocante a la familia, Tusell explica que la persona «más beligerante» en este proceso fue Maya, hija del pintor, una mujer empeñada en «pedir pruebas de que en España había una democracia». Hay que recordar que su padre había sido claro a la hora de remarcar que no deseaba que «la obra de su vida» quedara en manos de una España antidemocrática. De ahí que estos meses fueran complicados «hasta que la hija dio su brazo a torcer». El director general de Bellas Artes, Javier Tusell, tuvo un papel relevante a la hora de convencerla.
«Picasso (Guernica): 150.000 francos»
En la parte de la documentación, el diplomático Rafael Fernández Quintanilla fue enviado a París en busca de los papeles, y los halló en los archivos de Luis Araquistáin, el embajador de la República en París durante la Guerra Civil. La consulta de uno de sus listados de gastos permitió ver encargos a distintos artistas y un dato muy concreto: «Picasso (Guernica): 150.000 francos». Todo estaba listo.
Incluso, el intento de golpe de Estado del 23F de 1981 resultó de ayuda, pues sirvió para que la familia percibiera la resistencia de la joven democracia española, que unos meses después recibiría de vuelta al Guernica merced a la operación secreta «Cuadro Grande». «No se comieron mucho la cabeza», ríe Tusell. El 8 de septiembre, el MoMA cerró con normalidad y fue entonces cuando los trabajadores recibieron el encargo de desmontar el Guernica.
Esa parte del proceso se desarrolló con una cierta normalidad, más allá de que la euforia de la delegación española irritara un tanto a los responsables del MoMA. «El 9 de septiembre se firmaron los documentos y la obra se metió en los camiones». Parecía el final de la historia pero, en el viaje nocturno por las calles de Nueva York, los encargados de trasladar el Guernica tuvieron que lidiar con un apagón que les complicó mucho el trayecto y que amenazó con boicotear involuntariamente el proceso. No fue así.
Del apagón al vuelo regular
Finalmente, al cuadro de Picasso se subió a un vuelo de línea regular sin que sus pasajeros lo supieran. Solo al aterrizar, el piloto dio la información: «Hemos llegado a Madrid acompañando al Guernica en su llegada a España». En el país, esa información sí se había filtrado previamente, por lo que el entorno del aeropuerto de Barajas se convirtió en un hervidero de policía y prensa: «Debió de ser muy emocionante», admite Tusell.
Y, como se suele decir, lo demás es historia, aunque también hubo algunas polémicas desde entonces sobre la ubicación idónea del Guernica, que se encuentra en el Museo Reina Sofía de Madrid: «Ahora, no tendría sentido moverlo. El propio museo pivota alrededor del cuadro, que está muy bien expuesto, perfectamente contextualizado y rodeado por los dibujos preparatorios, lo que hace que se entienda muchísimo mejor», zanja la experta.