Los lunes de noviembre llevan el frío y el silencio a los pueblos de Sayago. En muchas de sus calles, resulta difícil ver un alma a media mañana y quien aparece marcha rápido. En contra de la tendencia, a pie quieto y con la música a todo volumen, aparece Juan Prieto en la plaza principal de Luelmo. Solo, con el camión que le acompaña de toda la vida, este vendedor ambulante se mantiene inasequible al desaliento a pesar de que la estampa de la jornada resulta reveladora de lo que es su día a día cuando el oasis del verano queda atrás: durante aproximadamente media hora, nadie se acerca a ver siquiera su mercancía.
Con un 77 estampado en su jersey y con los 63 marcados en el rostro, el vendedor explica que esta rutina se ha vuelto cada vez más común y que funciona ya como elemento disuasorio para él a la hora de echarse a la carretera. En Zamora, este comerciante regenta el Bazar Prieto, una tienda física que “no va mal”, por lo que ha ido reduciendo las salidas por una provincia “diferente” a la que se encontró de niño, cuando empezó a “picarse” con el negocio familiar: “En aquellos años se vendía”, matiza Juan.
La venta de «batalla»
Pero ese tiempo pasó: “Dentro de diez años, con esto no va a andar nadie por aquí”, advierte el comerciante, que aclara que los vendedores de alimentación sí encuentran un espacio, pero que los camiones como el suyo apenas se encuentran con “tres o cuatro mujeres” dispuestas a llevarse algo. “Y con eso no solucionas nada”, constata Juan Prieto, que apunta hacia su mercancía, una mezcla heterogénea propia del bazar del que procede.
“Yo vendo menaje, productos de limpieza y también ollas sartenes y cosas de esas”, enumera el dueño del negocio, que subraya que, en los pueblos pequeños, triunfa sobre todo “la batalla”. Con ese término se refiere Prieto a “las bombillas, algunos cepillos, unos baños o botellas de lejía”. Básicamente, productos para resolver alguna urgencia en lugares donde hace tiempo que dejó de haber tienda física.
Curiosamente, ese cierre generalizado de los comercios en el medio rural no ha venido acompañado de un volumen mayor de compras a los vendedores ambulantes: “La gente se ha ido”, indica Prieto, que añade que, más allá del éxodo, los vecinos han cambiado su forma de consumir. Los jóvenes manejan otros recursos para acceder a los productos y más o menos todo el mundo tiene la posibilidad de desplazarse o de que se desplacen por él para adquirir lo necesario en Bermillo o en Fermoselle, si se habla de esta zona en concreto.
La tranquilidad del trabajo hecho
“Si echas cuentas del gasoil y de las ruedas, el negocio no sale rentable”, insiste Juan Prieto que, como veterano del sector, ya percibe que “apenas anda gente por ahí con esto”. “Los profesionales se van jubilando y se quitan”, remarca el comerciante, que apunta que tan solo se encuentra por los pueblos “a alguno con ropa y a otros con calzado”. Poco más.
Con el camino laboral casi andado, Juan Prieto habla del asunto con la tranquilidad de tenerlo todo hecho, pero también con el punto de pena de ver cómo esta parte del oficio que aprendió va muriendo. En ese lunes frío y ventoso del noviembre sayagués, irá de Luelmo a Moral en busca de mejor fortuna. Mientras, sigue sonando la música a todo volumen en la plaza vacía.