El 7 de noviembre del año 2013, Filipinas sufrió uno de los ciclones tropicales más dañinos de la historia reciente: el supertifón Haiyan arrasó la zona y segó la vida de más de 6.000 personas. Casi año y medio después, en Nepal, un terremoto de magnitud 7,8 golpeó al distrito de Lamjung, a unos 80 kilómetros de la capital, Katmandú: murieron en torno a 9.000 personas y unas 22.000 más resultaron afectadas. En ambos casos, las pérdidas humanas resultaron devastadoras, y los evidentes destrozos materiales empobrecieron a unos territorios que ya de por sí padecían problemas de desarrollo.
Cuando aquellos hechos tuvieron lugar, Paula Nogueira y Elena Rodríguez de Lema eran unas estudiantes que apenas arrancaban a familiarizarse con la Arquitectura y la Arquitectura Técnica respectivamente. Con toda probabilidad, ninguna de las dos miró hacia las catástrofes de Filipinas o Nepal con el pensamiento de que, un decenio más tarde, podrían estar ayudando en las tareas de reconstrucción que aún hoy continúan. Tras la emergencia humanitaria y la respuesta inmediata, queda todo lo demás. Y ahí emerge el trabajo de organizaciones como All Hands and Hearts y de mujeres como ellas.

«Descubrí esto por Linkedin, porque conocí a alguien que había trabajado en ese programa. A partir de ahí, estuve investigando lo que pude, porque al final lo que encuentras es información un poco básica», explica Nogueira, natural de El Puente de Sanabria, que vio la posibilidad de viajar dos semanas a Filipinas para ayudar en la reconstrucción de un cole y que avisó a Rodríguez de Lema, también zamorana, para que se sumara a la expedición: «Le dije: p’alante, vámonos», recuerda la arquitecta técnica, que no pensó que la cosa fuese a salir tan rápido. Pero su compañera ya lo tenía todo atado.
Las dos profesionales aplicaron a este programa, uno de esos que carece de una bolsa de voluntarios cercana y que, por tanto, demanda el interés de personas que normalmente viven a miles de kilómetros de distancia. La ONG las seleccionó, y Nogueira, arquitecta, y Rodríguez de Lema, arquitecta técnica, se plantaron en el Sudeste Asiático en noviembre de 2023. «Unos días antes de llegar se habían cumplido diez años del tifón», constatan.
Había pasado un decenio, sí, pero las consecuencias aún resultaban visibles. El ejemplo que les tocó seguir de cerca fue el de la construcción de un colegio en una zona rural superpoblada y con carencias de todo tipo. También en la obra: «Allí, toda ayuda es bien recibida. Desde lo más básico, que es tamizar arena, a diseñar el sistema de recogida de agua para las tuberías. Creo que a ninguna de las dos nos tocó soldar, pero eso también», apunta Nogueira.

Es decir, las dos fueron a remangarse y a trabajar. «Lo que más se necesita es mano de obra», aclara la arquitecta sanabresa, que apunta que, en la isla en la que estuvieron, los desastres naturales se suceden. Generalmente, no con tanta intensidad como el supertifón Haiyan, pero sí de un modo lo bastante dañino como para frenar los intentos de la población de reconstruir y de sobreponerse a lo que les viene encima: «No tienen medios para hacer una ciudad», insiste la profesional.
Rodríguez de Lema interviene para puntualizar que ellas mismas sufrieron allí un terremoto y un aviso de inundación. Aún así, en el par de semanas que estuvieron en la zona lograron poner de su parte para que, al menos, el cole estuviera listo: «Trabajamos con materiales como el bambú, pero también se intentan meter innovaciones que permitan que el edificio, en caso de extrema necesidad, sirva como refugio de emergencia. Por ejemplo, este era el único lugar de la zona con baño al uso», explican las zamoranas.
La financiación
Nogueira apunta que la ONG se financia con un sistema de donaciones particulares y de apoyo institucional. La organización dispone de un sistema de respuesta inmediata para acudir a catástrofes que acaban de suceder, y también cuenta con programas como al que se sumaron las dos zamoranas, que salieron de aquella experiencia con ganas de más: por la parte solidaria y también por el enriquecimiento profesional.
«Creo que las dos somos personas que empatizamos mucho con la otra parte de la obra. No lo vemos solo desde nuestro punto de vista técnico, sino también desde el de los obreros, así que vernos allí llenas de arena hasta la cabeza, de forma literal y metafórica, te hace valorar aún más el trabajo que hacen los operarios de la construcción. Tanto aquí como en otros lados», reflexiona Rodríguez de Lema.
Nogueira incide en ese argumento: «Creo que te hace valorar más. Aquí estamos acostumbradas a que ciertas cosas estén mecanizadas. Por ejemplo, algo básico: pides el hormigón y el hormigón viene hecho. Aquí, tú tienes que controlar de dónde salen la arena y la piedra, e incluso mezclarlo a mano. También te abre mucho la mente desde el punto de vista técnico, porque los materiales son totalmente distintos y tienes que llevan un poco al límite tus capacidades», recalca la sanabresa.

El tema concreto del bambú fue uno de los que más le llamó la atención a la arquitecta en esta experiencia. «He estado leyendo desde que volví, y son técnicas que ya se usaban en España hace cien años más o menos. Es curioso, porque están compactando la tierra a mano y, al mismo tiempo, ven TikTok en el móvil. Es como el pasado y el presente, muy peculiar», insiste Nogueira.
Aparte de todo esto, los coordinadores del programa intentan que haya una cierta convivencia entre los locales y los voluntarios que llegan de fuera; que exista también un intercambio cultural beneficioso para ambas partes. Todo eso se llevaron las dos zamoranas en la mochila cuando salieron rumbo a España. Lo hicieron con el siguiente viaje ya en la cabeza y, de hecho, Nogueira vivió esa segunda experiencia en Nepal en febrero de este año.
Rodríguez de Lema sonríe al lado mientras escucha a su compañera. «Pasan cosas», desliza la arquitecta técnica, que no pudo acompañar a su amiga esta vez. Será madre durante esta primavera. Nogueira se marchó con una compañera de Madrid a un lugar ubicado en la zona del Annapurna, con los lógicos condicionantes de la altitud y con oscilaciones térmicas diarias de hasta cincuenta grados: de -15 a 35.
«Las condiciones para vivir y para trabajar son un poco complicadas», concede la arquitecta, que habla de «40 horas fácilmente» para llegar desde España hasta el lugar donde se implicó en la construcción de otro colegio en una zona devastada diez años atrás. En esta ocasión, con adobe y no con bambú, pero también con ocupaciones que iban más allá de lo técnico: de cortar puntales a cualquier otra jera que les tocara.

Todo, sin agua caliente para después: «Si te tocaba la ducha a las cinco de la tarde con veinte grados, no pasaba nada, pero después…», desliza Nogueira, que se centra enseguida en la tarea que tuvo que afrontar: el seísmo de 2015 destruyó todos los colegios de la zona, también las carreteras. Desde entonces, la mayor parte de los niños del entorno ha vivido sin escolarizar o con un sometimiento a las duras condiciones meteorológicas bajo estructuras provisionales de chapa.
La arquitecta invirtió dos semanas de su tiempo en colaborar con esa reconstrucción. Lo hizo, como año y medio antes su compañera, a pesar de tener una empresa que atender en España: «Cuando te vas a un sitio de estos es muy difícil contactarte, así que fue casi un mes de dejarlo todo muy atado, muy organizado, y de prever todos los imprevistos que pudieran surgir en mi ausencia», revela Nogueira, que carece de la situación vital adecuada para plantearse acudir a los programas de respuesta inmediata.
Ayuda en remoto
Lo que sí hace la sanabresa es dar soporte técnico en los casos de emergencia extrema. ¿Y qué hace exactamente? Nogueira pone el ejemplo de la dana: «En casos como ese, siempre está bien que haya un técnico que diga que, si vas a vaciar un garaje, intenta vaciar los dos de los lados a la vez, porque si no disminuye la presión y se hunde». Es decir, ayuda en remoto, pero valiosa.
La implicación de estas dos mujeres – Rodríguez de Lema tiene en mente volver si se dan las circunstancias – resulta particular también por el hecho de tratarse de profesionales completamente en activo: «En Filipinas, la gente nos preguntaba dónde nos íbamos después, y nosotras respondíamos que a trabajar, pero éramos las raras. Muchos estaban con un año sabático, de excedencia o lo que fuera», rememora la arquitecta técnica. Ellas no. Del epicentro de los desastres al coche y a la obra. Es la vida que han elegido.