Parlanchín llegó al Centro de Recuperación de Animales Silvestres de Villaralbo el 14 de octubre. Llegó de Rabanales, lo llevó una chica joven y tenía un ala, la derecha, rota. Desde entonces han pasado cinco meses, tiempo en el que el ave ha recibido los cuidados que necesitaba por parte de los trabajadores del CRAS. «Vendas, antiinflamatorios, analgésicos…». Un proceso complicado, asegura Laura Yanes, porque este tipo de rapaces tienen los huesos muy finos y huecos para poder volar con la agilidad con la que vuelan. A Parlanchín, que es un busardo ratonero, le llevó al CRAS una joven que lo recogió de una carretera porque el coche que iba delante, el de un amigo suyo, lo atropelló. El lunes 17 de marzo Laura Yanes y su compañera, Bea Zamorano, acompañadas ese día en el centro por José Luis Gutiérrez, DonGuti para todo el mundo, liberaron a Parlanchín. 154 días después, volvía a volar libre.

Este es solo uno de los, en números gordos, casi seiscientos animales que el CRAS de Villaralbo atiende a lo largo del año. La mayoría son aves, pero al centro entran también mamíferos. Solo se pide un requisito, que no sea una especie doméstica. Los ciudadanos pueden depositar los animales en alguna de las cajas que hay en el exterior, siempre «con cuidado» y siendo conscientes de lo que se traen entre manos. Los trabajadores del centro tienen una máxima y es que, en caso de desconocimiento, lo mejor es no intervenir en la naturaleza. No son raros los ciudadanos que llevan al centro crías de corzo o de ciervo diciendo que las han visto por el monte abandonadas por sus madres. «Es extremadamente raro que un cachorro de mamífero esté abandonado, no pasa prácticamente nunca. Nos los traen, con buena intención, y cuando intentamos devolverlo a la naturaleza es habitual que la madre lo rechace. En caso de duda, siempre, lo mejor es llamar», puntualiza Laura Yanes.
Y es que la manipulación de los animales supone para ellos habitualmente un trauma. En el peor de los casos, los hay que mueren durante el proceso por el estrés que les supone un contacto tan directo con el hombre. Así que es conveniente mantener siempre unas normas básicas, como por ejemplo que es mejor una caja que una jaula, ya que en el segundo caso el animal «siempre nos ve y se daña las plumas». Pero en cualquier caso, «siempre es mejor que a por los bichos vayamos nosotros».
«Hay que controlar las ganas de ayudar»
«Las ganas de ayudar de mucha gente», unidas al desconocimiento y al mal cada vez más frecuente de «humanizar» a los animales, lleva a algunas personas a sacar a un animal de su hábitat y a causarle un mal que puede ser irrecuperable. «Por ejemplo, es normal que un mochuelo tenga los pollos repartidos por varios sitios, y no es que estén abandonados. Hay especies, como los mirlos, que son capaces de alimentar a las crías aunque estén en el suelo, y no conviene tocarlas. Y nunca, nunca, es conveniente intervenir con los mamíferos», resumen Gutiérrez y Yanes. Otra cosa son las golondrinas o vencejos que empezarán a nacer en las próximas semanas y que caen de los nidos con cierta frecuencia. «En estos casos la madre no va a bajar, lo mejor es recogerlos y traerlos». Son insectívoros, eso sí, así que mejor no darles de comer. «Hubo un chico que rescató un vencejo y de dio humus», recuerda la auxiliar veterinaria.

Las causas de la visita al CRAS son variadas y la acción del hombre está detrás de la mayoría. Los trabajadores del centro, en lo que se realiza este reportaje, mantenían en una incubadora a otro busardo ratonero recién llegado, rescatado de un charco de barro por un vecino y que estaba tan delgado que no tenía fuerzas ni para levantar el vuelo. Los golpes con los coches son también habituales, y muchas veces tienen solución. No así las electrocuciones, también frecuentes en este tipo de rapaces, y los golpes que los pájaros se dan en ocasiones con las aspas de los molinos.
Protocolo especial para las invasoras
Por las puertas del centro entran también, en menos ocasiones pero con cierta habitualidad, especies invasoras, animales que hacen «mucho daño» a los autóctonos y con los que se sigue, apuntan desde el CRAS, un protocolo especial que en el caso de especies que sean peligrosas para el ecosistema acaba con el sacrificio del animal. No es lo normal, en cualquier caso, pues lo habitual es que entren especies exóticas que no sean peligrosas, que se mantienen con vida y después se envían a otras instituciones. «Nunca se liberan», eso sí, porque en menor o mayor intensidad siempre causan daño.
En lo que refiere a invasoras entra sobre todo «visón americano» y algunas tortugas americanas, que después se hibridan con las autóctonas. No hay gran actividad por lo que refiere a aves. Si acaso alguna cotorra, pero nada similar a lo que se vive en otras ciudades, donde hay auténticas plagas. En este sentido, desde el CRAS explican que Zamora cuenta con «el equilibrio justo entre entorno urbano y rural» para que las aves de estas características, si llegan, no puedan reproducirse, ya que las rapaces hacen su trabajo «de maravilla». Las águilas, milanos y halcones que hay por la ciudad mantienen a Zamora libre de especies invasoras aéreas.
El proceso de recuperación
Una vez llegan al centro, hay varias etapas. Lo primero, una Unidad de Cuidados Intensivos, donde los animales reciben medicación si la precisan y son atendidos de sus heridas. Después pasan a unas estancias en las que, todavía sin poder levantar el vuelo en el caso de las aves, sí se recuperan ya sin una intervención tan directa. Y por último llegan a los voladeros, similares a los que cualquiera haya podido ver en un zoo, donde fortalecen la musculatura antes de volar libremente.

Porque aquí la idea es siempre curar y liberar lo antes posible. «Es importante que cuando un animal está para liberar, lo hagamos cuanto antes, porque se puede improntar». Improntarse es cuando se acostumbra tanto a la presencia humana que la convierte en necesaria para cuestiones básicas de su día a día, como para la alimentación. Para evitar esto, lo que inhabilita para la vida en libertad a los animales, los trabajadores del CRAS limitan al máximo su contacto con aves y mamíferos. Incluso existen jaulas elevadas en las que la comida se les da con un guante que simula a la madre para que no sean conscientes de la presencia de los trabajadores.

La única excepción a esto son las aves migratorias. Hace unos diez días se liberó a un milano negro que tendría que haber echado a volar en noviembre o diciembre, pero haberlo soltado entonces «hubiera sido condenarlo», apunta Laura Yanes. «Si lo soltamos y sus compañeros no están aquí porque han emigrado, morirá. Necesita que estén sus compañeros para poder vivir».
Lo que de momento no puede solucionarse son los efectos de la falta de actividad. Algo similar a lo que les sucede a los deportistas cuando regresan de una larga lesión, que «les falta ritmo de juego». Y volvemos aquí a Parlanchín, que echó un largo vuelo de recuperación hasta que se posó en un árbol para recibir una poco agradable bienvenida de un grupo de cuervos que quisieron echarle de la zona. Lo consiguió otro animal de su misma especie, que primero lo espantó y después lo derribó. Nada grave. Nuestro protagonista levantó poco después hasta perderse en el cielo en dirección a Moraleja del Vino. «Cuando los soltamos, ya es cosa suya».
