
Hablé con mi amigo lobo y me contó que quería empadronarse en el ayuntamiento donde habita y que estaba harto de que votaran por él, como si los lobos no estuvieran en su pleno juicio, asunto bastante inaudito para una especie capaz de sobrevivir en las condiciones muy adversas y que jamás ha masacrado a los suyos, tal y como hacen los humanos.
Mi amigo lobo me contó, además, que no se les podía acusar de ser depredadores, porque eso era precisamente lo que restauraba el equilibrio natural, y que le sorprendía mucho que la acusación viniera de quienes comían carne como si no hubiera mañana, aun sabiendo que tal consumo de carne era una de las causas de que este planeta se fuera a la mierda como se estaba yendo.
Los lobos son seres extremadamente inteligentes, por lo que siempre respetaron a los temidos humanos, vamos, que jamás se comieron a nadie, es más, buena parte de ellos habían decidido ser domesticados en beneficio propio cuando comprendieron que podían vivir mejor siendo esclavos que perseguidos y salvajes. Eso me dice mi amigo, y me ruega que en caso de que me pregunten por él que le avise. Estará encantado en dar declaraciones de aullidos en esas televisiones sensacionalistas y en esos medios de comunicación amarillistas que no tienen reparos en llamar la atención día sí, día también, sobre los supuestos crímenes del lobo, al tiempo que ocultan o silencian genocidios como el de Gaza.
Yo estoy con él. Mi amigo mata porque es lobo pero el ser humano no tiene derecho a matarlo. Y esto es así por una sencilla razón: porque el ser humano no vive integrado en el medio natural. El ser humano se ha convertido en una especie invasora capaz de desnaturalizar absolutamente todo y sus medios empleados para subsistir son una permanente agresión a la naturaleza, la cual, en el mejor de los casos, es un producto de consumo turístico.
Pero que mi amigo mate no significa que merezca un castigo. A diferencia del reino artificial de las democracias que aprueban elevar el gasto militar para seguir con la cultura de la psicopatía, en el reino animal, la caza no es deportiva sino sinónimo de equilibrio. Unos seres mueren para que vivan otros.
Lo que dice mi amigo lobo es muy sencillo: que desde un punto de vista científico se debe proteger a las especies en riesgo de desaparición, sobre todo cuando la función ecosistémica de estas especies es fundamental para el propio medio.
Hay quienes opinan que los lobos se han expandido hasta las afueras de Valladolid amenazando con establecer una cabeza de puente en el Pisuerga, y que por eso hay que regular las poblaciones mediante batidas como las de antaño, o con estricnina. Pero también hay quienes piensan que la tierra es plana y no por eso les vamos a pagar un viaje barato en avión para que se den una vuelta por el mundo y comprueben las tonterías que dicen.
Que hay problemas con la ganadería, posiblemente, admite mi amigo. Pero también hay tecnologías y herramientas parar evitarlo. La especie humana es una especie bastante espabilada, añade, y seguro que sabe inventar muchos aparatos disuasorios capaces de ahuyentar a las más temidas fieras. Si no lo hace es porque no quiere, termina diciendo. Además, ¿no les pagan nuestras matanzas?
Mi amigo reconoce que, si pudiera, evitaría toda situación de estrés, incluso aquellas en las que la adrenalina les empuja a matar más de lo que cínicamente el ser humano considera tolerable, pero advierte de que su especie no está en auge sino en retroceso. Advierte de los continuos atropellos en un monte cada vez más asfaltado y con caminos cada vez más anchos por los que circulan todo tipo de todoterrenos de última generación. Advierte de los infinitos cercados que en mitad del bosque impiden el desarrollo de las manadas, unos cercados que se levantan por miles motivos y para servicio de la especie humana: trenes de alta velocidad, autovías e instalaciones de fotovoltaicas.
Sí, a mi amigo lobo le gustaría tener una entrevista con una de esas cadenas de televisión que utilizan su nombre para crear polémica política, y decir bien alto y claro: nuestra especie ya se regula sola, nuestras manadas mantienen un número estable de individuos y cada manada tiene su territorio, así que, humanos estúpidos, no se molesten en regularnos.
Mucho me temo que nadie tiene interés en escuchar a mi amigo ni a ningún representante de los canis lupis, porque en realidad, para mucha gente, en especial los que votan con pleno derecho a determinados partidos, si el lobo se exterminara sería lo mejor que podría pasarle a esta especie.
Desde hace tiempo, además, hemos tenido noticia de cazas furtivas, porque para ese fin el ser humano sí ha encontrado objetivos apropiados con munición suficiente, supuestamente por parte de ganaderos cabreados o por quienes están dispuestos a arriesgarse para ganarse unos durillos vendiendo cabezas a buen precio. Así que, es posible, el odio y el lucro también podrían ser considerados motivos sacar al lobo del listado Lespre.
En fin, ya lo sabemos, no somos capaces de regular nuestro instinto asesino pero nos declaramos capaces para regular el instinto del resto de seres del universo. No sé, quizá haya que explicar a algunos diputados y diputadas que Dios no creó al hombre a su imagen y semejanza para que hiciera lo que le viniera en gana en este planeta. Tal vez haya que explicar que, en realidad, Adán y Eva no existieron, y que muy probablemente, la expulsión del paraíso la efectuamos, hacia nosotros mismos, todos y cada uno de los días, con nuestras irresponsables decisiones.