«Hemos convocado un Consejo de Ministros extraordinario para decretar el estado de alarma en todo nuestro país, en toda España». El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pronunció estas palabras el 14 de marzo de 2020. Al día siguiente, hace justo cinco años, la ciudadanía se vio súbitamente encerrada en casa. Aquel virus chino que sonaba desde enero era de repente el COVID, un enemigo mortal que se había colado en los hogares, que estaba causando muertes y que iba a destruir o a condicionar, en función de cada caso, la vida de la gente durante muchos meses.
En Zamora, el coronavirus tardó en hacerse visible. Como casi todo. Pero, cuando lo hizo, también dañó. El Complejo Asistencial se saturó, la UCI se amplió para dar cabida a los pacientes, el miedo se hizo presente en una sociedad envejecida y todo se paralizó. Aún cuesta mirar hacia atrás. La pandemia está muy cerca cuando uno pone el ojo en el retrovisor. Pero el quinto aniversario obliga a fijarse en ese pasado reciente. Lo que viene a continuación son las imágenes que marcaron aquella pesadilla distópica en la provincia.
Contar el vacío

La primera fotografía es la que encabeza este reportaje, y es una de las más icónicas del confinamiento en la ciudad. Se tomó el 20 de marzo, pero pudo ser cualquier día de ese mes o del siguiente. En la estampa, aparece la avenida de Alfonso IX vacía, sin un alma. Nadie en La Marina, nadie en la plaza de Alemania, nadie en las tiendas. Nadie. Todos en casa. Y, en un lateral, la pantalla de avisos con un mensaje en letras rojas: «Decretado Estado Alarma».
Carteles de despedida y consejo

Quien coloca el cartel que aparece en esta imagen es el dueño del bar Abuelos I, en la calle de Los Herreros, pero podría ser cualquier hostelero en un rincón aleatorio del país. Desde el interior de un bar que pasaría semanas cerrado, el responsable del establecimiento pega un mensaje de aviso y de esperanza al mismo tiempo. También de constatación de un hecho asumido: «La salud es lo primero». Es la tarde del 13 de marzo, a unas horas de la entrada en vigor del estado de alarma.
Los papeles, en la frontera

Ha pasado el primer fin de semana del confinamiento. Ya es martes y, entre Zamora y Tras-os-Montes vuelve a haber frontera. En el paso de San Martín del Pedroso, los policías se acostumbran al nuevo escenario y paran a los comerciantes que tratan de mantener su negocio vivo, dentro de las circunstancias. La furgoneta que aparece en esta fotografía lleva un cargamento de papel higiénico, un producto de los más demandados en aquellos días. Visto con los ojos de ahora, suena a pérdida de la razón colectiva, pero conviene mirar desde la perspectiva de entonces.
Un balcón con vistas al mundo

Es 18 de marzo y los días van pesando. La mayor parte de la gente no sale de casa desde el sábado. Si acaso, para tirar la basura o hacer alguna compra. Súbitamente, la socialización ha quedado reducida a los compañeros de balcón, para quien tenga la fortuna de disponer de esa mirada hacia la calle. En la foto, aparecen cinco personas en la plaza del Mercado. Una aprovecha para hablar por teléfono; las otras cuatro, conversan. Queda más de lo que parece.
Trabajar en la distopía

Efectivamente, casi todo el mundo está en casa, pero los profesionales de aquellos servicios de primera necesidad siguen saliendo cada día a la calle para cumplir con su tarea. Muchos lo hacen con más contacto interpersonal del que les gustaría; otros, al menos, funcionan en solitario. Probablemente, todos siguen un ritual al llegar a sus hogares, para evitar contagiar a sus familias. Ahora, resulta más sencillo saber cuáles eran los comportamientos de riesgo, pero el 19 de marzo de 2020 todavía faltaba información. En la imagen, un trabajador de la limpieza desinfecta un contenedor en la avenida de Víctor Gallego.
Hay alguien ahí

Zamora encara el segundo fin de semana de encierro. El hospital lleva días convertido en un infierno por dentro y un remanso de paz por fuera. No hay visitas, pero sí muchos enfermos. En las casas de los familiares, la incertidumbre y la impotencia pesan. El 20 de marzo, la Unidad Militar de Emergencias (UME) llega al Complejo Asistencial para llevar a cabo una tarea de desinfección en la zona exterior. Al menos, para ofrecer una estampa de tranquilidad. Hay alguien ahí fuera que viene a echar una mano.
La rutina que ordena una vida extraña

Vuelve a ser martes. Cuesta contar los días cuando se repiten uno detrás de otro con las mismas rutinas. Paseos por el pasillo; con suerte, teletrabajar; aprovechar para leer o para ver esa serie que tiene tantas temporadas. Eso, quienes no han entrado en la dinámica de toser, de notar los síntomas, de ver cómo se cuela el miedo. O lo que es peor, de percibir todo eso en un ser querido. Por el pavor de sufrirlo y por el aprecio a quienes ponen en riesgo su salud para atender a quien lo padece, la gente sale a las ocho a los balcones. Cada día, a esa hora en punto, un aplauso conjunto retumba sobre los edificios. Algunos aparecen en pijama; otros, arreglados; están solos o en pareja. Pero están. Es la terapia colectiva de cada día. En la fotografía del 24 de marzo, un bloque de Puerta Nueva.
El adiós desangelado

Hay esperanza, pero el coronavirus también trae la muerte. Es 29 de marzo, quedan siete días para el Domingo de Ramos de una Semana Santa que nunca se celebrará, y en Fermoselle toca despedir a un fallecido. Se sospecha que el COVID ha sido la causa del deceso, así que se extreman las precauciones. Los trabajadores de la funeraria acuden con guantes y con mascarilla, la misma protección que usan quienes cargan el féretro. No hay despedida multitudinaria, no hay abrazos, no hay consuelo. Es el adiós después de quince días de encierro, los previstos inicialmente. Pero nada mejora. Hay que seguir en casa.
La distancia

En Zamora capital y en el resto de los municipios con servicio físico de tienda o supermercado, los vecinos tienen disponibles los establecimientos para ir a hacer la compra. Muchos salen con miedo, pero lo hacen. No queda otra. La pregunta es qué ocurre con los pueblos que carecen de este recurso, y ahí aparecen personas como Sergio Malillos, que mantiene la ruta con el camión. La atención al medio rural viaja con él hacia lugares como Manzanal del Barco, Olmillos de Castro o Perilla de Castro. Este 14 de abril hace un mes que la gente está encerrada. En la fotografía, tres mujeres esperan al tendero. Solo una lleva mascarilla, aún cuesta conseguirlas, pero se mantiene la famosa distancia de seguridad.
La sotana y el IPhone

Junto a las necesidades físicas y primarias, también emergen las demandas espirituales. Y más en un tiempo de zozobra como este. Es 15 de abril y hace más de un mes que Zamora vive en casa, así que no hay misas. En realidad, no hay nada que implique contacto social. Por eso, el párroco de Almeida de Sayago, Héctor Galán, decide utilizar las nuevas tecnologías para prestar su servicio religioso. El cura coloca un IPhone frente a él, justo debajo del altar, y graba la ceremonia. Sus feligreses no pueden estar en los bancos, pero él intenta que el vínculo de la fe y del acompañamiento se mantengan.
Mascarilla, sudor y lana

Los quince días de confinamiento ya son cuarenta. Terminó el invierno, pasó un mes de la primavera y el tiempo parece detenido. Pero algunas jeras no paran. Las del campo, en concreto, siguen igual. Y empieza el tiempo de esquila. Es 23 de abril y una de las cuadrillas que viaja por la zona para prestar el servicio se detiene en Benegiles. En la propia imagen se puede apreciar que la faena es dura. La mascarilla importuna, pero recuerden: la salud sigue siendo lo primero.
Cuidar y cuidarse
Mientras la crisis del COVID ha ido apretando emocional y físicamente a la sociedad española y, por ende, a la zamorana, las residencias se han convertido en uno de los epicentros del drama. Cada brote es una oleada de angustia. Cada muerte, una pena sin contacto. En los centros, la tensión del personal es máxima. Y también las precauciones. Nadie quiere coger el virus, tampoco llevarlo, así que el estrés se vive fuera y dentro. El panorama que se observa el 24 de abril en la Virgen del Canto de Toro es un buen ejemplo de lo descrito.
Patinaje individual

Y, por fin, un alivio. Es 26 de abril. Los niños pueden empezar a salir a la calle. Solo un ratito al día, en un radio cercano a su casa y acotado a los menores de catorce con un acompañante. Pero por algo se empieza. En la imagen, un muchacho se desplaza con su patinete por las inmediaciones de un parque en Puerta Nueva. Lleva una mascarilla estampada con coches y unos guantes de plástico, no tiene a nadie alrededor. Para el juego en compañía, todavía quedan algunas fases.
Es solo una fase

Poco después de la salida de los niños, empieza la desescalada. Todo el mundo puede volver otra vez a la calle, pero con muchos límites que varían, además, en función del territorio y del número de casos por cada mil habitantes. En Aliste, la cosa avanza satisfactoriamente, y el 11 de mayo se puede tomar una caña en la terraza. La primavera ya ha pasado el ecuador, pero muchos la estrenan este lunes. En Casa Fidel, en San Vitero, la sonrisa se ve hasta con la mascarilla puesta.
Emigrar a por el pan

La otra cara de esa moneda se observa en los territorios que continúan en la llamada fase cero durante esa semana. Y más en lugares tan particulares como Rihonor de Castilla, un pueblo partido por la frontera con Portugal y dividido desde hace semanas por un muro. En la imagen, se puede ver cómo Jimena y su familia pasan de un país a otro a por el pan. El hormigón frena a la furgoneta de reparto, pero no a estos vecinos de la Sanabria más pegada a La Raya.
Volverte a ver

Han pasado casi tres meses exactos desde la última vez. Son las doce y cuarto de la mañana del 9 de junio, y los usuarios de la residencia Domusvi de Villaralbo van a reencontrarse con unos familiares a los que no ven desde que comenzó el confinamiento. Han sido muchas semanas de tensión. En la fotografía, un hijo se coloca en la mesa frente a su madre. Él va con mascarillas y guantes, por precaución. Ella se baja su cubrebocas para dejar paso a la emoción.
A la sombra de un cine de verano

El ocio vuelve poco a poco. No son solo los bares, también el resto de las actividades sociales. Todo, con precaución, con escaso o nulo contacto, pero de nuevo en la vida. Una de las actividades que surgen al hilo del nuevo panorama es el autocine. En el aparcamiento de Ifeza, se proyecta Grease. Es 22 de junio. No habrá San Pedro, pero casi es lo de menos.
Bem-vindos

Un alivio para dos territorios que son uno. En la noche del 30 de junio al 1 de julio, los agentes se reparten por los entornos de frontera. Hay que abrir de nuevo. A partir de la medianoche, los vecinos de Zamora y Tras-os-Montes podrán circular otra vez con libertad entre un país y otro. Es uno de los símbolos de que lo peor ha pasado. Al menos, en el primer empujón del virus.
Volver a empezar (si das menos de 37)

A mediados de marzo, los niños se marcharon a casa sin fecha de vuelta al cole. No regresan hasta septiembre. Lo hacen con todos los cuidados, con las mascarillas, con la distancia y con la medición de la temperatura al acceder al recinto. En la fotografía, dos niños cuya sonrisa se entrevé, se someten a la prueba en el primer día del curso 2020-2021.
Un paso atrás

Cuando daba la sensación de que lo peor había pasado, los casos repuntan en otoño y la Junta de Castilla y León toma medidas. Se impone el famoso toque de queda que, en las semanas más duras, llega a fijarse a partir de las ocho de la tarde. La imagen que acompaña a este párrafo corresponde al 26 de octubre de 2020, a la recogida de una terraza en la Plaza Mayor de Zamora. El ocio nocturno vuelve a quedar capado.
Mesa y volante para uno

Una vida en la carretera. Durante el otoño de la pandemia, los transportistas tienen que padecer las restricciones que se imponen para frenar el avance del virus. Muchos acaban por hacerlo todo en el camión. Otros optan por acceder a los bares y a los restaurantes a pesar de todo. Eso sí, en mesas separadas para tener mayor seguridad. La fotografía corresponde a un local de Benavente en la noche del 17 de noviembre. En la televisión, España golea a Alemania. El fútbol también había vuelto.
Persona, asiento, asiento, persona

Efectivamente, el deporte regresa. Desde la tele y en los recintos. El Zamora ascendió a Segunda División B en un estadio de La Balastera completamente vacío. Luego, inicia la temporada con gente en el campo, pero con una disposición particular para evitar los contagios. La imagen que acompaña a estas líneas se toma el 29 de noviembre, en el derbi regional contra Unionistas. Persona con mascarilla, dos asientos libres, persona con mascarilla.
Los vergajos prohibidos

La Navidad y la entrada a 2021 tampoco son normales. La rutina previa al coronavirus está lejos y hasta los eventos que se tenían que celebrar nueve meses después del primer estado de alarma se ven condicionados. O directamente suspendidos. Por ejemplo, no hay mascaradas. Aún así, Sanzoles decide sacar a su Zangarrón. Medio a escondidas, con mascarillas en las casas y sin gran parte del ceremonial, pero no se rompe la serie de años ininterrumpida del personaje en la calle.
La esperanza llega en carretillo

Un año después del inicio de los rumores sobre el virus chino, llega la vacuna. Un hombre con mascarilla lleva la primera caja que recibe Zamora. La transporta en un carretillo por el entorno de la plaza de Alemania. Quedan dos días para que acabe el año. Se abre la esperanza.
Un día a día sin desescalada
Aunque ha llegado la vacuna, el virus aprieta. Y más después de Navidad. La ola posterior a las juntadas de las fiestas se hace dura, las restricciones aumentan y las hospitalizaciones también. En la Unidad de Cuidados Intensivos del Complejo Asistencial de Zamora, la normalidad está lejos, muy lejos. La UCI extendida sigue abierta, la zona habitual permanece llena. El coronavirus lo inunda todo. Profesionales con batas, protectores, calzas, mascarillas y todo tipo de protecciones atienden a los pacientes. Cuesta no desesperarse. La estampa refleja toda la dureza del COVID.
Tortilla de indignación

Las medidas para frenar el avance del virus no cesan. Y afectan particularmente a la hostelería. Los pequeños empresarios del sector en la provincia se levantan. No quieren pagar por todos. La manifestación frente a la Delegación Territorial de la Junta, celebrada el 23 de febrero de 2021, hace visibles las hostilidades, con lanzamientos de huevos incluidos.
El primer superviviente

Ha pasado un año de los primeros casos registrados en Zamora. Ramiro Fernández cuenta su historia en el corral de una vivienda situada en Montamarta. Este hombre dio positivo el 10 de marzo de 2020, días después de regresar de un viaje a Benidorm. Estuvo más de 50 días ingresado. En medio de ese periodo de internamiento, su mujer falleció. Lo sucedido en esta familia muestra la crueldad con la que el coronavirus impactó en la sociedad.
Pasión atada
El 31 de marzo de 2021, el Silencio tendría que salir a las calles de Zamora. No lo hace. El virus frena otra Semana Santa. En las iglesias, cofradías como la del Miércoles Santo organizan pequeños actos. Cosas sencillas. Hay que esperar hasta 2022.
El abrazo final

Durante los últimos meses, Ifeza se ha convertido en el vacunódromo. No hay ferias, solo pinchazos, enfermeras y pacientes. El Ramos Carrión, la Ciudad Deportiva, el Ferial de Benavente o hasta algunos centros rurales acogen también el proceso de inmunización. El 30 de septiembre de 2021, las dependencias cierran. Las dosis principales se han administrado. La estampa de dos profesionales que salen de Ifeza cogidas de los hombros simboliza el principio del fin. Cuesta encontrar un punto final para la crisis sanitaria pero, en Zamora, la citada fotografía toma esa forma. La luz está al cruzar el umbral de la puerta.