En una avenida Príncipe de Asturias atestada de gente, un niño que apenas levanta un palmo del suelo, y que va disfrazado de gato, se mueve inquieto entre los intentos estériles de su madre de sujetarlo en el sitio. El muchacho pasa de la acera a la carretera, vuelve a sentarse en el bordillo, se levanta otra vez y se asoma desde la mala perspectiva que le ofrece su altura. De pronto, la música que antes se oía de fondo se hace presente. El chiquillo se detiene, estira el cuello y empieza a mover los pies al ritmo de las notas. Ya viene.
La inquietud de este pequeño zamorano es la de todos los demás niños de la ciudad. Normalmente, ese ansia tendría que haberse calmado el domingo con el primer desfile, pero claro, la lluvia dejó la fiesta aparcada, así que solo quedaba esta bala. Y la ciudad, con los más pequeños y los más grandes, ha decidido aprovecharla bien. El Carnaval brilla entre la muchedumbre, con un tiempo casi elegido a dedo y con tiempo para que los grupos participantes se recreen en el recorrido.
Los grupos y también los de la fila. El niño-gato no es el único en evidenciar la emoción al tiempo que el desfile alcanza su altura. Por allí andan también algún Harry Potter, varios Spiderman, ciertos piratas, una Minnie, un par de vaqueros talluditos o unas muchachas disfrazadas de rosquillas. Toca apurar el tiempo del disfraz.
Mientras eso sucede en el exterior de la fila, por dentro se escuchan los silbatos y aparecen las decenas de bailarines de Salsón. Todos van de negro y rosa, todos se mueven rápido al tiempo que avanzan. Cansa hasta mirar. Por detrás llegan las mocetas, y suena el «Carnaval, te quiero». En realidad, las músicas de unas carrozas se cruzan con otras. El ambiente es un barullo festivo.
Ahí, el desfile entra en la rutina de mirar el disfraz, buscar el motivo y sonreír. Hasta que llega la carroza de Sevillano. Sí, la de la tienda que hace esquina entre San Torcuato y el Riego. En realidad, casi es como teletransportarse unos centenares de metros hasta ese mismo escaparate, con unos maniquíes dentro que parecen de verdad. ¿O son más bien zombies? Igual da. Los más conseguidos, sin mucho debate.

A partir de ahí, una sucesión de carrozas enriquece la comitiva. De los molinillos a la escuela de baile Ritmo, pasando por Los Simpsons, unas gominolas, muchos caballitos de mar, el homenaje al campo y los gazapos al cierre. Zamora se despide del Carnaval, pero lo hace en la calle y con entrega. Con una exhibición de que la ciudad quiere fiesta y disfraz. Ya habrá tiempo de penas.