Faltan unos minutos para las dos de la tarde y en la carpa de la Plaza Mayor ya no cabe más gente. En realidad, por espacio, sí entrarían más personas, pero el Salón del Vino tiene que cumplir unas normas estrictas vinculadas a los espacios cerrados donde se consume alcohol, así que 200 es el tope. Y se cuenta con las copas vacías que se reparten a la entrada. No queda ninguna disponible. Es buena señal. Por el momento, la gente se ha animado al vermú, pero la perspectiva es que la tarde sea aún mejor.
Así lo espera, al menos, Benjamín García, de La Mela Bodegas, uno de los hombres que pelean por la Denominación de Origen para la Sierra de la Culebra. Su puesto está al final de la carpa, así que mala suerte por la mañana, pero primera fila para cuando arranquen los conciertos: «Yo creo que esto va a ser algo productivo para todos. En una feria, todo se mueve», apunta el alistano, que defiende los vinos de la zona, «con más acidez» y con otras características «totalmente diferentes» a las del resto de la provincia.
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Benjamín explica con mimo lo que trae. Cada botella, cada vino, cada historia. Al lado, en la mesa, unos picos de pan y unos frutos secos. Para quien se anime a probar uno de sus caldos del oeste. También de la parte occidental, pero de más al sur, viene Josep Zafra con los resultados embotellados de su proyecto Quinta de Mil, de Fermoselle. El productor destaca la juventud de la bodega y su trabajo con las variedades minoritarias de la zona. Las particularidades de Arribes llevadas al vino.
Zafra señala que la diferenciación para él reside en el breve paso por la barrica. La crianza continúa en ánforas de 800 y 1.000 litros. De ahí viene la singularidad de los vinos: «Pretendemos mantener la autenticidad de la variedad, sin enmascararla», advierte el bodeguero, que arrancó en 2018 localizando las viñas y que ha traído a Zamora capital su primera añada. «Nuestro lema es trabajar por la excelencia. Eso es lo que nos puede posicionar», remacha.
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Del otro lado de la provincia, más hacia el este, llega Bodegas El Soto. Su hogar está en Villanueva de Campeán, y el Salón del Vino sirve como puesta de largo de su nueva propuesta, «Tres Nudos»: «Tenemos un roble, un crianza y un malvasía fermentado en barrica», enumera Miguel Ángel Díez, el hombre al frente del puesto, que incide en que el terreno donde se asienta esta empresa vitivinícola es «extraordinario para el cultivo de la vid».
«Luego, es hacer los vinos de la mejor manera posible y ya está», resume. Aunque haya más ciencia detrás, de eso se trata. En cuanto a la feria, Díez defiende que esto se tendría que haber hecho antes: «Lo que tiene que haber es continuidad. Si este año hay veinte puestos, el que viene tienen que ser treinta», insiste el representante de Bodegas El Soto, el hombre «multiusos» dentro del negocio.
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Ya de salida de la carpa, aparece Soraya Guerra, experta sumiller y responsable del departamento de comunicación y enoturismo de Palacio de Villachica. Su terreno es la DO Toro: «Creo que esto ayuda sobre todo a los pequeños productores para que se conozcan los vinos de la zona», defiende esta mujer, que subraya los matices que distinguen unos vinos de otros: del suelo a las variedades pasando por el clima.
En Toro, la variedad tinta ofrece «esos vinos tan potentes» que son característicos también de Palacio de Villachica. Con Soraya Guerra, la ciudad los tiene a mano este fin de semana en la Plaza Mayor: «La gente viene a probar», insiste la experta, que mira alrededor mientras el recinto sigue lleno. El salón tiene respuesta. Ahora, falta la continuidad. Eso queda pendiente de quien lo tenga que decidir.