La última en bajar la trapa fue Bershka, que el pasado uno de febrero no abrió sus puertas. La primera fue, hace ya bastantes años, Pronovias, que se ubicaba en los primeros números de la calle de San Torcuato. Entre ellas la sangría es incesante. Desde lo más reciente hasta lo más antiguo salen los nombres de Sargent Mayor (que cerró ya después del COVID), Massimo Dutti, Pull & Bear, United Colors of Benetton, Marionnaud, Amichi, MaryPaz… incluso cadenas no relacionadas con la ropa como Dentix han echado el cierre en Zamora dando fe de una situación que admite pocos peros: el comercio de Zamora no funciona y las franquicias se marchan de la ciudad.
Una tendencia que afecta principalmente a las calles céntricas de la capital, lugar escogido por estas grandes marcas para establecerse en las ciudades pequeñas y medianas, como es el caso de Zamora. Lo que no se llevan consigo estas franquicias es el cambio en el modelo de negocio que impulsaron, algo que a la postre ha llevado a que los pequeños negocios no tengan posibilidades de abrir en el centro si no quieren exponerse, de entrada, a unos alquileres leoninos. Esto no es ningún secreto y una rápida búsqueda en Internet permite comprobar como algunos locales céntricos se alquilan por más de 5.000 euros al mes.
Las franquicias exigen, y han exigido desde que llegara Zara a Zamora (la primera gran marca, en los noventa), lugares privilegiados para abrir sus tiendas, pues ello forma parte de la imagen que quieren tener de cara a los consumidores. Este interés de las franquicias en los locales céntricos fue lo que disparó las rentas hace ahora un cuarto de siglo y ahora, aunque las grandes marcas ya no están tan interesadas en estos lugares, los alquileres no bajan.

Las franquicias comenzaron a irse de la ciudad un par de años antes de la pandemia y la tendencia no solo no ha menguado, sino que se acrecienta. Lo atestigua Dionisio Alba, uno de los comerciantes históricos de Santa Clara, que desde su ventana, enfrente de Zara, las ha visto llegar y ahora las ve irse. El diagnóstico que hace es claro: «Son empresas que van a volumen, necesitan muchas ventas para ser rentable y Zamora no da para eso». El joyero explica que las franquicias vinieron «a sustituir a los grandes almacenes locales», que se quedaron sin espacio y sin poder competir con la llegada de las grandes marcas. «Bazar J, que llegó a contar con un local de más de mil metros cuadrados, o García Casado, que eran la gran superficie local, cerró entonces», recuerda Alba.
Con todo, hablar de una falta de volumen de compra daría una fotografía inexacta de lo que está sucediendo en realidad, apuntan desde la organización zamorana del comercio, Azeco. Internet, recuerdan, es clave, pues ha cambiado tanto la mentalidad de compra de los consumidores como el modelo de negocio de las grandes empresas, que han visto que no necesitan tener abiertas tantas tiendas por la geografía española para ser, incluso, más rentables. Así, subraya Azeco, la fuga de franquicias de las ciudades no es un fenómeno exclusivo de Zamora, pues afecta a la gran mayoría de las ciudades que puedan ser asimilables a la capital. No así a las grandes capitales, donde la mera presencia de las marcas es en sí misma una estrategia de imagen.

«Son las propias franquicias», las de ropa y las del resto de sectores, como la electrónica e incluso las grandes superficies de alimentación, «las que estimulan que el cliente compre a través de Internet y no se desplace a la tienda, porque los márgenes que obtienen son superiores», analizan desde la patronal sectorial. La lista de cierres, estiman las mismas fuentes, crecerá en los próximos años, aunque cada vez vaya quedando menos que cerrar.
«En las ciudades pequeñas, comercio pequeño»
«En las ciudades pequeñas, lo que se necesita es comercio pequeño», razona Dionisio Alba, que defiende la pervivencia de unos negocios de menor tamaño, con menos plantilla y menos costes, que haga que «no necesitemos tanto volumen como las grandes marcas para poder vivir y dar servicio». Sin embargo, el empresario reconoce que la situación es complicada, como muestra la decena de locales vacíos que ahora mismo hay en la calle de Santa Clara, algo que «no se recuerda». «Históricamente, cuando quedaba un local libre en Santa Clara, íbamos a por él los comerciantes como locos. Ahora hay algunos que llevan cerrados años y no interesan».

Un repaso rápido permite enumerar el local del Heraldo, una antigua óptica haciendo esquina con el pasaje de Santa Clara, el que acaba de dejar libre la franquicia Orange, el que aún tiene el cartel de Alma Mía, el que ha quedado vacío con el cierre de PYA y el de al lado, uno más justo enfrente, el de MaryPaz, el de la Droguería Vaquero y el de Sargent Mayor, la tienda que referíamos al inicio del texto y que cerró hace ya cuatro años. Nadie ha vuelto a apostar por abrir nada ahí.
Un sistema dañino para el franquiciado
Abrir un negocio con el paraguas de una gran marca ofrece ciertas garantías de facturación, pero cuenta con otros puntos a tener muy en cuenta y que pueden lastrar la inversión. Y es que el sistema es enrevesado. Incluso perverso. No es raro que las franquicias inicien la semana en negativo. Con la moda de ir a comprar el fin de semana a Salamanca o a Valladolid, son muchas las personas que hacen allí sus compras y que, si deciden devolver la mercancía, ya acuden a las tiendas de Zamora. No es que no se venda, es que hay que devolver el dinero de lo que se ha comprado fuera, lo que obliga a adelantar efectivo que después la matriz retorna. Puede que se vea movimiento en la tienda, pero ello no conlleva necesariamente ingresos.