«¡Mamá, que te están llamando!». Nerea le grita a Sonia para que deje de hablar y se meta a la faena. Para las dos es un momento especial. La aludida vive su tercer año como águeda y coge el mando, así que le toca prender el piorno a la puerta de casa. Su hija, «de catorce añicos» y vestida para la ocasión, va descubriendo poco a poco lo que es el sentimiento identitario y también tiene ganas de divertirse, claro. Casi en cualquier lado, los mayores alejarían a las muchachas de una fogata, pero aquí, en Andavías, esto es tradición y hay que vivirlo. Si se puede, en primera persona.
![Sonia, la encargada de prender el piorno. Foto Emilio Fraile.](https://enfoquezamora.com/wp-content/uploads/2025/02/SaltodelPiorno_Andavias_Aguedas-35-1917x1278.webp)
Y Sonia y Nerea pueden. La madre prende la llama en la calle de las Pilas, unos metros más abajo de la puerta de su casa, y abre el que quizá es el momento álgido de la tradición de las águedas en el pueblo. La cofradía de mujeres de Andavías se acerca a los 300 años de vida, y los estudios señalan que la tradición de hacer fuego y saltar por encima de él con los trajes tradicionales pudo nacer al mismo tiempo. Muchas que ya no están brincaron antes sobre las llamas. Y la idea es que queden aún más por hacerlo un 6 de febrero tras otro.
Todo discurre como toca, aunque el año venga torcido y los problemas sobrevenidos hayan obligado hasta a sustituir algún mando. En la cabeza de todas, Inés, Sara y su familia. Por ellas bailan también las que están, siempre alrededor del fuego, a la espera de que la llama baje y se pueda saltar. O no. Algunas como Miriam, quizá la más osada, se echan al ruedo cuando la cosa aún quema. También Soraya, que tendrá faena consigo misma en la peluquería que regenta.
Las más veteranas, con más tiros pegados en este escenario, siguen al baile, saltan con más prudencia, se miden, observan y se ríen. Cada cual vive la liturgia como le interesa. Otras como Rocío o Tere se levantan las faldas y meten debajo la cabeza del fotógrafo de turno, dejan la marca del pintalabios en las frentes o cuelan confeti por los rincones más inesperados del cuerpo de quien se les cruza.
Y a todo esto, las niñas. Hay muchas. Cada año más. Y bastantes vestidas con el traje tradicional. Primero, tímidas; más tarde, animadas. Algunas saltan con sus madres o sus abuelas. O con las dos, como Carmen, que va familiarmente abocada a ser una más dentro de unos años. Por allí están también Olivia, Cecilia, Zoe y otras tantas. Y tal es su deseo que las mayores les preparan pronto un mini fuego adaptado. Para que vayan sintiendo lo que tantos años lleva vivo en el interior de las mujeres de su pueblo.
Mientras tanto, los saltos siguen, aunque otras como Isabel o Laura lo intercalan con un preciso baile de la botella que ya habían hecho alguna que otra vez. El recipiente de Yllera quedó intacto tras sus danzas. De fondo, cuando el anochecer empieza a amenazar también se atreven los hombres. El más ágil, Javi, que es el marido de Sonia y que llevaba un buen rato apañándose con el rastrillo hasta que decidió sumarse a la fiesta. Llegados a cierto punto, la tradición se abre para todos.
La ceniza y la memoria
De pronto, apenas queda la ceniza, aunque también afloran los recuerdos. Sobre todo para el hombre que tocó toda la vida el tamboril y que este año lo agarró de nuevo, aunque fuera un rato, para recordar a la puerta de casa los tiempos de antaño y a su mujer que fue águeda. Mariano, Chinaco, de lágrima fácil, emocionó también al resto.
La historia sigue ahora con su hija Pilar. Quien sabe si también con su nieta Marta. Al final, cuando el fuego se apaga, las brasas quedan marcadas en la piel de las siguientes generaciones para que la tradición vaya siguiendo el camino de las águedas de Andavías sin desviarse.
![Chinaco toca el tamboril. Foto Emilio Fraile.](https://enfoquezamora.com/wp-content/uploads/2025/02/SaltodelPiorno_Andavias_Aguedas-131-1917x1278.webp)