– A mí no me saques, que yo no soy la santa.
– Uy madre, mira qué cosas más bonitas.
– Araceli, ¿cuál te gusta más?
En la tarde de San Blas, siete mujeres van y vienen entre los bancos de la iglesia de San Frontis. Unas tratan de apañarse con las andas; otras se afanan en planchar algunas prendas; y varias más se colocan frente a una pequeña figura del siglo XVII para elegir la vestimenta que ha de llevar dos días después. Quien conozca el santoral y la tradición del barrio ya ha podido deducir que esa imagen es la de Santa Águeda, y que quienes participan del ritual son las mujeres de la cofradía. El papel principal lo juegan esta vez Inés Piorno y Araceli Andrés, las mayordomas. Las demás ayudan.
Y es que eso de la mayordomía en las águedas de San Frontis trae alguna jera, pero también un par de ventajas. Entre ellas, escoger la ropa que cubre a Santa Águeda. Hay varios modelos para elegir, e Inés y Araceli debaten sobre cada complemento mientras abren las cajas con la ayuda de Nines, una de las compañeras veteranas: «Tenemos dos vestidos que son más nuevos y cada compañera elige el que le gusta cuando le toca, en función de si lo prefiere más ostentoso o un poco más austero», indica la voz de la experiencia.
Inés y Araceli dudan poco sobre la prenda principal: «El nuevo, el más guapo», señala la primera mientras reclama que no se fotografíe a la santa sin el ropaje. Las águedas protegen a la imagen. También la desvisten con cuidado: «Me da miedo la mano, es muy endeble», concede Nines, que le pide ayuda a Nuria Roncero, la presidenta de la cofradía de San Frontis, la mujer a la que las demás recurren cuando se atascan en alguna parte del proceso.
La dirigente llega, se coloca junto a la santa y resuelve el problema. Luego, regresa a la mesa sobre la que está planchando alguna prenda y deja a Inés, a Nines y a Araceli con los colgantes, las medallas y los pechos que Santa Águeda lleva en la mano, como parte de la historia de su figura: «Cómo se porta, no se queja», ríen las mujeres mientras van dándole forma al aspecto de la talla que sacarán por las calles del barrio a partir del día 5.
«Mira cómo le brilla la cara», añade Nines, que recuerda divertida que alguna compañera de antaño llegó a darle jabón por el rostro a una figura del siglo XVII. Esta vez, Santa Águeda queda preparada sin productos al pie de unas andas que también se encuentran listas para el miércoles. Inés y Araceli incorporan la palma y van a por sus cintas, la seña de identidad de su mayordomía. Los mandos de esta cofradía preparan en sus turnos unas piezas de tela que quedan para la posteridad como recuerdo de su paso por el cargo. Y estas dos mujeres ya han traído su aportación.
Araceli ha elegido el verde; Inés, el rojo. Y las dos se sientan un momento a explicarlo tras resolver la mayor parte de la tarea que las ha llevado este lunes a la iglesia. «A la cinta le hemos puesto el nombre y la fecha para acordarnos, porque si no es complicado. Con los años que tiene esta cofradía…», desliza la primera de ellas, que apunta que ya están preparadas para dar la miaja y para ejercer la tarea de representación encomendada junto a la mayordomía.
Las dos llevan poco más de diez años en la cofradía y se han incorporado por afinidad con el colectivo o con alguna de sus compañeras. «Yo es la única vez que voy a ser mayordoma», señala Inés, que hace cuentas con los 16 o 17 años que le quedarían para recibir el mando de nuevo y la edad que tiene. Araceli le hace un gesto con la mano, pero su compañera continúa: «Claro que me gustaría pero, si no, ya lo veremos desde otro sitio», advierte.
En estos momentos, hay 33 águedas de San Frontis, y la mayordomía recae en dos por año. Inés cita a una de ellas, Adela, quien animó a dar el paso hacia la cofradía del barrio a esta mujer que presume de Villaflor, pero que ya acumula 60 años en la capital. Araceli, por su parte, tiene el nido en Monfarracinos, aunque nació en León. Para las dos, el nexo de unión con esta margen izquierda es la santa a la que acaban de vestir y a la que el día 5 sacarán a la calle. Eso, y la hermandad con las compañeras.
Cuando acaba la conversación, varias de ellas siguen inmersas en algún trabajo previo. En apenas unas horas, con la talla ya bien preparada, serán las propias mujeres las que se vistan, las que suban la cuesta con la imagen a hombros, las que bailen, las que recuerden a las que no están y las que honren a una cofradía que hunde sus raíces en el siglo XVII. Ya han pasado muchas cintas cerca del rostro de Santa Águeda.