El reloj marca las nueve y media de la noche del primer viernes posterior a las fiestas de Navidad, y la gente pasea sin mucho abrigo por el corazón de Los Bloques. No es el 10 de enero más frío que se recuerda por estos lares. Tampoco el más animado, todo hay que decirlo. Al doblar varias de las esquinas del laberíntico barrio de la ciudad, solo aparece el silencio, aunque todo depende del rumbo que uno tome. Si sus pasos le guían hacia las instalaciones del Tránsito, pasado el pabellón de la Diputación y antes de alcanzar el conservatorio, el rumor de la pandereta quiebra pronto la quietud. Es día de ensayo.
Para contemplar lo que pasa, no hace falta ni siquiera entrar al edificio. Desde fuera se ven los instrumentos y los bailes, y se escuchan las voces y las correcciones de Miguel Ángel Santos. Ese mismo hombre, el director, se acerca de pronto a la ventana y abre para dejar paso a la corriente. Ya va más de una hora de práctica, queda un rato más y el ambiente empieza a cargarse. Lo que está sucediendo ahí dentro es un ensayo del Grupo de Coros y Danzas Doña Urraca. Pero uno especial. En la cabeza de todos, el espectáculo del 25 de enero, pero también las vivencias del pasado. Para muchos de los que pasan este viernes por esas dependencias, el baile terminó hace mucho. Y ahora toca recordar.
En realidad, cualquier aniversario redondo tiende a provocar una mirada hacia lo antiguo. Y Doña Urraca tiene carrete para tirar hacia atrás. En 2025, el grupo cumple 70 años, y una de las conmemoraciones, la que tendrá lugar dentro de un par de semanas, consistirá en un baile intergeneracional en el Teatro Ramos Carrión. Participarán 150 personas de edades diversas: desde los que siguen en el llamado conjunto «titular» hasta quienes lo dejaron hace más de treinta años. Se trata de un viaje emocional con la gente de toda la vida.
Pero para que todo salga bien, toca practicar, recordar los pasos, aprender algún movimiento nuevo: «En septiembre, tuvimos una reunión para contarles como iba a ser el aniversario. Luego, empezamos a ensayar desde octubre. Primero, todos juntos; más tarde, por turnos», explica el director de Doña Urraca, Miguel Ángel Santos. Este viernes, los participantes están citados cada quince minutos en función de la generación que les corresponda. Primero, el grupo titular. A partir de ahí, de menor a mayor.
A Jesús Martín Sesma, cumplidos ya los 82, le toca el último grupo, el de las diez menos cuarto. Este hombre ya estaba allí cuando todo comenzó: «Desde 1955, se dice pronto», arranca el veterano de Doña Urraca, que tiene alguna limitación física, pero que va a bailar el día 25. «Vamos a intentarlo», corrige él mismo, ante la mirada de su hija Carolina. Los dos saldrán juntos a un escenario de estas características por primera vez. Es parte de la magia del espectáculo que se está cociendo: la unión entre familiares. Esto va de padres a hijos.
Jesús señala que antaño todo nació con seis chicos y seis chicas. Y con ellos, los muchachos, venciendo algún prejuicio por aquello de la masculinidad mal entendida y del baile: «Yo empecé porque estaba metido un tío mío. Al principio ensayábamos como día y medio, y empezamos así de cachondeo a ver lo que era esto. Pero luego entramos del todo», concede el antiguo miembro de Doña Urraca, que recuerda que, por entonces, las salidas fuera resultaban algo excepcional.
Bastante tenían con el día a día, con apañarse para los ensayos que comenzaron en la calle del Riego o con ir vendiendo las postales con la foto del grupo que les servían para tener algo de financiación. Carolina, la hija, ya nació con todo aquello como algo natural dentro de su infancia: «Mi padre bailaba y mi madre, aunque no lo hacía, iba y se vestía», apunta esta mujer, que subraya que aquellas postales se vendían «a la voluntad», por la ciudad y por los pueblos. Donde tocara.
Ya a los cuatro o cinco años, Carolina se metió en la escuela y se introdujo de lleno en «otra familia» que siempre formó parte de la vida diaria. La hija de Jesús continuó durante años, pero nunca tuvo la opción de bailar con la generación más antigua en un espectáculo público. En el 60 aniversario, ya se hizo algo similar, pero ella acababa de dar a luz: «Parece una bobada, pero esta va a ser la única vez que baile con mi padre», insiste la mujer antes de meterse hacia el pasillo y dirigirse hacia el ensayo.
En ese instante de cambio de turno, la gente entra y sale del edificio de forma constante. En el recibidor hay un cierto barullo y saludos cariñosos entre quienes hacía tiempo que no se veían: «¿No te das cuenta de que somos las viejas glorias?», ríe una mujer desde una de las esquinas de la sala que da acceso al corazón del recinto. Mientras, se escucha la gaita y aparece más gente con mochilas y con ropa deportiva. Aquí todavía queda mucha energía para bailar.
Desde luego, la tiene Amparo Enríquez, azuzada por varias de sus compañeras para ser la voz del grupo: «Nos hace mucha ilusión volver a reencontrarnos todos. Antes, viajábamos juntos, íbamos a muchos sitios y convivíamos muchísimo», asegura esta mujer. Tanto, que ella misma conoció a su marido y a gran parte de sus amigos en el grupo. «Y de esto hace más de treinta años», advierte.
Amparo y su generación arrancaron con la antigua directora, Rosa Do Barros, y lo hicieron en el local de los sindicatos, el lugar que tenían disponible al principio. Luego, se movieron por en antiguo palacio de la Diputación o por el Colegio Universitario, pero también de pueblo en pueblo: «Fue una de las mejores épocas de mi vida», afirma sin dudar esta zamorana, que se metió en Doña Urraca cuando apenas tenía catorce o quince años y que se salió en los 90 tras viajar con el baile a Austria, a Alemania, a Italia, a Brasil, a Rusia e incluso a Estados Unidos.
«Para nosotros fue una bomba, una forma de socializar y de conocer la cultura tradicional de todo el mundo. Además, con gente con la que duermes, desayunas, comes y estás todo el día. Aquí se hacen unas amistades muy, muy, muy fuertes y para toda la vida», zanja Amparo. Lo que está ocurriendo ahora en los ensayos es un regreso a aquel pasado siempre presente para ella. La vida de ahora no se entiende sin el grupo.
El baile y la vida
Su compañera Maribel Martín también habla con profundidad de todo aquello. Queda claro que, para esta generación, Doña Urraca era más que baile: «Las experiencias, los viajes, las amistades que quedan ahí…», enumera esta zamorana, que estuvo durante gran parte de los años 80 implicada en el grupo y que vivió la explosión del conjunto: de estar «muy justos» en algunas actuaciones a contar con una nómina de miembros amplia para poder desplazarse y actuar.
«Yo recuerdo estar todo el día en la carretera», asevera Maribel, que lo dejó hace unos 35 años, pero que recalca que el baile no se olvida: «En el momento en el que empieza a sonar la música y dicen que para la izquierda o para la derecha, sale todo», advierte esta veterana de Doña Urraca, que aún guarda en el disco duro la primera vez que bailó el Bolero de Algodre en público, en las fiestas de Burgos, o el festival de Munich ante un escenario imponente.
Las vivencias no se borran. Y la del 25 de enero será una más para la mochila: «Intentamos que las personas bailen con la pareja que siempre bailaban o cerca del compañero con el que estaban en su época», aclara el director. La implicación de quienes atienden a sus explicaciones queda fuera de toda duda. Algunos, hasta se quedan a ensayar un rato más en el pasillo. Fuera, la noche se va cerrando, pero en el Tránsito aún queda un pase más. «¡Venga, Villalcampo!».