Sambo Sissoho llegó en patera. En el año 2006, cuando aún era un adolescente asustado, aceptó poner su pellejo en riesgo para viajar desde Mali hasta la costa canaria para buscarse la vida en España, como uno de sus hermanos. Esa relación familiar le condujo a Almería, donde encadenó trabajos duros, impropios para un muchacho de su edad, pero habituales para quien tiene que ganarse el pan antes de conseguir los papeles. Sissoho aguantó, ya se había endurecido en África, y logró legalizar su situación. El camino estaba abierto.
En medio del proceso, este joven maliense se especializó en el reciclaje de plásticos y pasó por varias fábricas de Cataluña antes de que el destino pusiera a San Cristóbal de Entreviñas y a una empresa de ese mismo sector en su ruta: «Vine para un tiempo y me quedé. Ya llevo cuatro años», aclara Sissoho, que se explica en un español imperfecto pero suficiente y que defiende «la tranquilidad» de la comarca como su atractivo principal. Él no encontró acomodo en el municipio donde trabaja, así que se asentó en Benavente, donde espera estar «mucho tiempo».
Ese deseo no es incompatible con la crítica. Sissoho soporta aquí una cierta soledad y dice haber sufrido varios episodios de racismo: «Al principio, la Guardia Civil me vigilaba cuando iba a la empresa», afirma. Y añade los ataques verbales de una vecina: «Cuando me mudé a mi casa, me vio acceder al portal y me dijo que yo ahí no iba a entrar, que veníamos a robar. Al día siguiente, me vio con mi jefe y me pidió perdón, pero yo ya había hablado con ella todo lo que tenía que hablar», zanja el ciudadano de Benavente.
Sissoho comparte piso con un chico marroquí y apunta que su colega tiene más opciones de relacionarse con la comunidad de magrebíes. «De la África negra hay poco aquí», lamenta. Para este hombre nacido en Gambia, pero maliense de sentimiento, la provincia de Zamora ofrece muchas posibilidades para vivir a gusto. Sin embargo, percibe la necesidad de «un cambio de mentalidad» para dejar de ver en el extranjero una amenaza. «A veces, la gente es muy cerrada», admite.
Donde Sissoho sí está más integrado es en el trabajo. El reciclaje de plásticos es lo suyo aquí: «Me gusta llegar a casa cansado», indica. Incluso, echa en falta ir los sábados y los domingos. «Si no tienes estudios, es lo que toca. Algunos se quejan, pero yo les diría que fueran un tiempo a África y seguro que lo valoraban más. En España no hay oro, pero se vive bien», reflexiona. Lo peor para él sigue siendo tener a la familia lejos. Su mujer y su hijo viven en Mali. Irá a verlos en Navidad.
La integración de personas como Sambo Sissoho se antoja como un elemento clave para Zamora en la lucha contra la despoblación. Personas como María Luz Mayor, del Centro Municipal de Atencion al Inmigrante del Ayuntamiento de Benavente (CMAI), colaboran activamente para que la adaptación de la población extranjera sea exitosa: «Hacemos de intermediarios con todas las administraciones y les ayudamos con cualquier trámite», explica la trabajadora, antes de subrayar que muchas de las actuaciones van enfocadas a la obtención de los permisos de residencia o a la búsqueda de apoyo social en los primeros pasos.
Un repunte tras la caída
Mayor remarca que la oficina «tiene bastante movimiento». La llegada de extranjeros a Benavente y al resto de la provincia ha repuntado en los últimos tiempos, como reflejan las cifras oficiales del padrón. En el año 2022, Zamora contaba con 6.342 extranjeros, por los 5.728 que tenía apenas cuatro años atrás. El porcentaje sobre el total de la población sigue siendo uno de los más bajos de España (3,8%), pero la tendencia va al alza después de un periodo en el que el territorio había dejado de resultar atractivo para la gente de fuera.
En 2012, Zamora registraba 8.803 extranjeros después del incremento sostenido que se había producido durante los tiempos de mayor bonanza económica. Sin embargo, la provincia perdió 3.000 inmigrantes en el siguiente lustro y no logró invertir la tendencia hasta poco antes de la pandemia. Esas estadísticas negativas vinculadas a la llegada de gente de fuera condujeron al territorio al peor escenario demográfico en décadas. Solo en el citado 2012, Zamora perdió 3.342 habitantes.
Ahora, con un escenario de recuperación en lo que se refiere a la llegada de población extranjera, la caída demográfica tiende a suavizarse, como se ve a través de otra estadística publicada por el INE la semana pasada. En este caso, la de población residente, que eleva el número de foráneos asentados en la provincia hasta los 8.199 a fecha del 1 de octubre de 2023. Son 1.712 más que en ese mismo mes de 2021.
Hay que tener en cuenta que, en esa misma horquilla de dos años, Zamora ha perdido 1.777 residentes, lo que quiere decir que la llegada de extranjeros ha reducido prácticamente a la mitad la sangría poblacional en ese periodo. «Está llegando mucha gente de países de Sudamérica, sobre todo familias con niños», apunta María Luz Mayor. Y no solo a Benavente.
Un pequeño milagro para el pueblo
En La Hiniesta, Ronald Torres y su familia son la imagen de la esperanza para el futuro del pueblo. Una familia amplia, pues Torres, venezolano de origen, se ha desplazado a Zamora con su mujer y con cinco de sus siete hijos. El más pequeño, de hecho, nació aquí. Gracias a esta familia, recuerdan en el pueblo, La Hiniesta puede decir hoy que mantiene abierta la escuela y el bar. No es poco, porque en junio, cuando los niños se fueron las vacaciones, el pueblo perdía las dos cosas a la vez. Aquí, escuela y bar comparten edificio.
Ronald Torres y su familia llegaron a Madrid procedentes de Caracas el 11 de julio del año pasado por la mañana. Por la tarde, ya estaban en Zamora. «¿Por qué Zamora?». «Cuando uno tiene que emigrar con su familia y decide el país al que quiere ir, estudia todas las opciones para establecerse de la mejor manera posible», asegura el hostelero. «Vimos que en Zamora había un grave problema: el empleo. En todos los sitios dice que este no es un sitio donde se pueda trabajar fácil». Pero tiene sus cosas buenas. «También vimos que es una de las ciudades de España más asequibles para vivir. La gente suele ir a Madrid, Barcelona, Valencia… pero un piso para siete personas en esas ciudades era impagable para nosotros». Ronald y su familia llegaron a España con unos 15.000 euros procedentes de la venta de su vivienda en Venezuela. Y nada más.
Ayudó, claro, que la familia conocía a unos amigos que ya vivían en Zamora capital. Una familia de cinco que reside en un piso de dos habitaciones. «Nos acogieron y ahí estuvimos una semana». Doce personas en un piso de dos habitaciones. «Me pateaba Zamora todos los días buscando alquiler, pero no podía alquilar nada porque no tenía papeles ni trabajo. Hasta que encontré algo. Me pidieron 5.000 euros de fianza. Los pagué. Después me los devolvieron», asegura Torres.
«Vimos que Zamora es una de las ciudades de España más asequibles para vivir»
Ronald Torres
Y de ahí, a Sanabria. A trabajar en negro, claro, porque la burocracia hace que Ronald haya tenido que esperar más de un año para tener permiso de trabajo en España. Pero con la idea de la hostelería siempre en la mente. «Yo tuve restaurantes en Venezuela, era empresario. Después me metí a político, a la oposición. Eso hizo que perdiera todos mis negocios», asegura. Ronald Torres intentó hacerse con bares en varios puntos de la provincia por medio de licitaciones, pero no lo consiguió. Hasta que llegó a La Hiniesta, donde ganó el concurso. Abrió el bar en verano.
«Ahora le vamos cogiendo el truco. Tenemos horario», asegura. «Mi mujer viene por las mañanas, yo por las tardes y por la noche estamos un rato los dos. Antes estábamos aquí todo el día».
Ronald ha encontrado el futuro para su familia «en la España que ustedes llaman vaciada». «Yo a la gente que no tiene trabajo le digo que se vaya a un pueblo. La ciudad está sobrepoblada, hay demasiada gente. Aquí hay más tranquilidad y no falta trabajo. Siempre habrá quién necesite algo». Las palabras de la familia venezolana a los vecinos de La Hiniesta dejan ver un cariño que es de verdad. «Aquí venía gente y nos preguntaba que qué necesitábamos. Nos han dado una cama, una bicicleta para el niño, juguetes. Los vecinos de este pueblo son majos, como se dice aquí».
Durante décadas, los zamoranos se marcharon: a Argentina, a Cuba, a Alemania, a Suiza y donde fuera que hubiera trabajo. Aún hoy, el registro de la provincia en el extranjero habla de más de 22.000 personas lejos de casa. El futuro del territorio pasa por dejar de ser lugar de origen y consolidarse como punto de destino. Casos como los de Sambo Sissoho o la familia de Ronald Torres muestran la dirección para Zamora, el lugar más envejecido de España, donde mueren 2.000 personas más de las que nacen cada año y en el que hay decenas de pueblos condenados a desaparecer si no llega una reacción desde fuera.