José Manuel Navia (Madrid, 1957) estudió Filosofía, pero pronto se introdujo en la fotografía. Primero, a través del mundo editorial; más tarde, desde los treinta años, por la vía del periodismo. En ese camino, llegó a convertirse en el editor gráfico de El País Semanal antes de marcharse para seguir persiguiendo, por otros senderos, lo que siempre fue buscando: la libertad para contar las historias. Con muchos premios y etiquetas de referente nacional a sus espaldas, el ahora profesor de la Universidad de Alcalá exhibe su capacidad para reflexionar sobre el oficio sin inventar nada. Lo hace desde una cafetería de Zamora, minutos antes de participar en la jornada de periodismo organizada por Enfoque.
– La idea de nuevo periodismo tiene muchas aristas, es difícil de definir. ¿Qué entiende usted cuando se habla de ese concepto?
– Igual me sale mucho esa parte mía más teórica, pero habría que empezar por decir que lo peligroso es el término nuevo. Primero, hay que hablar de buen periodismo, y el buen periodismo se puede hacer en cualquier soporte. Yo recuerdo hace ya bastantes años, cuando empezó a pegar el tema digital, una entrevista interesante en El País al director del New Yorker, que es probablemente la mejor revista cultural que existe, y el entrevistador, que era un joven periodista muy obsesionado con la modernidad, todo el rato le pinchaba con lo de las nuevas tecnologías. El director le terminó contestando: mire usted, si los lectores quieren que le pongamos la revista en una lata de refrescos, se la pondremos. Lo que me importa es que sigamos hablando de Tolstói y de Ana Karenina. Al final, lo que importa son los contenidos. Lo que hay que encontrar son fórmulas que se adapten a la vida actual, pero respetando la integridad y la calidad. Entonces, el nuevo periodismo para mí tiene que ser nuevo en los aspectos formales, pero en lo esencial no tiene que descubrir nada. A nadie se le ocurre decir que tiene que hacer la nueva medicina. La medicina tiene que ser buena y luego se aplican las tecnologías de las que se dispone en cada momento. Con el periodismo, lo importante es que los contenidos no se devalúen.
– Pero, si uno observa incluso el mismo medio en su formato en papel y en formato digital, hay una diferencia abismal. Es decir, en el medio digital caben ciertos comportamientos que se alejan de la buena praxis. ¿Por qué se hace esa distinción entre un formato y otro?
– Fíjate, se hace cada vez menos, yo creo, y en detrimento del papel, que cada vez es peor. Los que todavía nos gusta leer papel vemos que ahí se escapan incluso erratas gramaticales en los titulares, que eso era impensable. Por eso despedían a la periodista o al periodista que lo hiciera. Yo creo que lo que está ocurriendo es que los filtros caen cuando prima la inmediatez. O sea, hay una obsesión por la velocidad que empieza a ser enfermiza. Esa obsesión por el tema de la competencia es malsana. Luego criticamos a los políticos, pero estamos haciendo lo mismo. En general, la sociedad se está contaminando, toda ella, de una manera de relacionarse absolutamente competitiva. Yo creo que por eso el deporte tiene ahora un éxito que nunca había tenido. Porque todo se establece en términos de competición. Y a mí eso me horroriza, porque siempre va a ir en detrimento de la calidad. Los que veníamos de otra época nos hemos ido alejando del periodismo y, en mi caso, pasando a hacer un trabajo más de autor o más personal y buscando otras fuentes de financiación, para no quitar tiempo a los trabajos. Si te fascina lo que haces, lo que le quieres es dedicarle tiempo.
– ¿Ocurre también con los fotógrafos? Es decir, si un profesional viaja a un lugar, ¿en una semana sin enviar nada ya le presionan?
– Es que ya que un medio mande a un fotógrafo a trabajar una semana con un mínimo de libertad al extranjero creo que es algo que no ocurre, o que se cuenta con los dedos de media mano. Pero ya hace años recuerdo que un medio de primer nivel nacional te mandaba a hacer un tema sobre la prostitución en Colombia en dos días. Yo en dos días no saco la cámara del hotel. Intento ambientarme, leer la prensa local, sentarme a desayunar en un bar; intento empezar a vivir, a acompasarme al lugar en el que voy a trabajar. Al final, entre ir y venir, el fotógrafo estuvo 24 o 36 horas trabajando en el terreno. Eso sirve para hacer una entrevista, unos retratos, o para hacer actualidad, pero no para hacer un reportaje. Entonces, eso cambia radicalmente la manera de acercarte a la realidad y baja los niveles de control o de autocontrol, como lo quieras llamar. A ti también te obliga a comportarte de manera menos ética. O sea, yo me puedo permitir dedicar mucho tiempo y, si alguien no quiere ser fotografiado, jamás lo voy a forzar, porque voy a buscar a otra persona que sí quiera, voy a tener tiempo. En cambio, si tú ya trabajas tan presionado, al final te vas a saltar tus propios límites éticos como profesional, que son los más importantes. Con tal de lograr la imagen pronto y volver, vas a hacer cosas que en mejores condiciones no estarías dispuesto a hacer.
– ¿Hay posibilidad de plantar los pies y decir: hasta aquí, vamos a recular, vamos a hacer un periodismo más sosegado, vamos a volver un poco a lo que eran los proyectos de antaño?
– Decía siempre mi abuela que el tiempo no pasa. Los que nos pasamos somos nosotros, que es una idea bastante filosófica expresada por una mujer que era semi analfabeta, pero que era cultísima a su manera. Hacia atrás no se va a ir, pero yo creo que hay que ensayar nuevas fórmulas, y vuestro caso es un ejemplo para mí perfecto. Como otros muchos, o no tantos todavía. Hay que ensayar nuevas fórmulas que yo creo que van a estar ligadas, entre otras cosas, con la proximidad. Yo creo que durante muchos años, desde la revolución industrial, hemos estado viviendo en una especie de colonialismo cultural, o neocolonialismo. Al final, si tú lo piensas, hablando de mi terreno, de lo fotográfico, el mundo estaba contado por mil americanos, 250 franceses, 180 alemanes, diez españoles y un portugués. Yo siempre me preguntaba, y lo hablaba mucho con un director que hubo hace años en una gran revista francesa, Geo, si íbamos a seguir yendo nosotros toda la vida a hacer fotos a Marruecos, o a la India, y a los fotógrafos de la India no les iba a tocar nunca. Porque ahí tiene que haber gente buena, pero siempre estaba esa visión occidental, globalista. En fin, yendo al tema, para mí hay dos maneras de producir temas con esa calidad que hablábamos: una, buscar financiación, y si ya no te la puede dar la prensa, la buscas por otro lado. Ahora, cada vez hay más libros documentales, más novelas que en realidad son reportajes. Por ejemplo, se va a presentar el libro este de (Juan) Navarro, el periodista de El País, sobre el incendio de la Culebra, o está el de la España Vacía, de Sergio del Molino. Estos libros son proyectos que hace años se desarrollaban en la prensa. Ahora ya, por un lado, no hay dinero y tampoco hay sitio, porque la prensa cada vez pide mayor brevedad. Lo importante es que las historias sean contadas; sean contadas con palabras y sean contadas con imágenes, por el camino que sea. Entonces, insisto, para producir esas historias con el tiempo con el que a algunos nos gusta trabajar, hay dos caminos: buscar financiación donde haga falta o necesitar poca financiación. Es decir, trabajar en proximidad. Si tú estás en Zamora, no es lo mismo para ti hacer un reportaje de Aliste que para mí. Pero, claro, no te cuento si esto lo pasamos a Marruecos o a Indonesia.
– Me ha venido a la mente, mientras hablaba de ese tipo de historias que se cuentan en los libros, alguno de sus trabajos con Julio Llamazares. Ha contado en alguna ocasión, sobre la obra de Tras-os-Montes, que el escritor fue en verano y usted en invierno. En realidad, que en general le gusta ir solo a los sitios. ¿Por qué?
– Pertenezco a una generación que ha peleado mucho por la autonomía del lenguaje fotográfico. Yo defiendo que el fotógrafo tiene que tener un discurso propio independientemente de quién escribe. Pero eso no quiere decir que sean dos discursos, cada uno por su lado, que no tengan un punto de encuentro. Cuando se hace un buen trabajo es cuando el texto y la imagen se encuentran, se cruzan de alguna manera. Pero el trabajo de campo es muy importante hacerlo nosotros. Muchas veces, los fotógrafos se apoyaban en el escritor, no se preocupaban ni siquiera de saber cómo se llamaba la persona con la que estaban. Lo importante era que saliera enfocada y bien medida. Ahora, una foto técnicamente correcta la hace cualquiera. Hay que tener algo más. Tanto estéticamente como sobre todo conceptualmente. Tú tienes que conocer tu historia a fondo y poderla plantear como si no hubiera texto. De hecho, con National Geographic, en el 90% de los casos, cuando publico algo con ellos, yo hago el texto. Quiero decir, esa autonomía yo la he reivindicado. Pero sobre todo es fundamental la soledad, porque cuando tú viajas solo te relacionas de otra manera con el mundo. Eres un individuo y enseguida eres acogido. O eres despreciado, pero tú eres un individuo que se relaciona con gente. En cambio, cuando van dos, dos son un grupo. Por ejemplo, con Julio, que somos muy amigos, solo viajamos juntos un día. Solo hemos hecho un reportaje juntos todo el tiempo, pero porque era en Bolivia.
– Y eso que es alguien con quien tiene una evidente afinidad.
– Absoluta. Él dice siempre que somos almas gemelas y es verdad. También usa otra frase que a mí me encanta: que emitimos en la misma frecuencia. Yo sé de lo que va a escribir Julio y él sospecha de qué van a ir mis fotografías. Entonces, no necesitamos estar juntos porque el tiempo de la escritura y el tiempo de la fotografía son distintos. En la fotografía documental, tal como yo la entiendo, lo fundamental se produce in situ. O sea, yo lo que no traiga en mi cámara, no lo voy a arreglar con Photoshop. En cambio, para un escritor, esa experiencia no necesita realizarla, le basta con vivirla. Y cuando llega a su ordenador o llega a su estudio, se sienta y ya escribe.
– ¿Ha sentido un menosprecio a la labor del fotoperiodista en relación con el trabajo del redactor?
– No lo he sentido en mis carnes, pero yo tengo suerte, porque date cuenta de que empecé trabajando en fotografía muy joven en una editorial. Yo puse en marcha el departamento de fotografía en una editorial de libros de texto y con 20 años era jefe de departamento. Quiero decir, que yo tenía un estatus reconocido, cosa que era muy rara en mi época, y ya me pasé al mundo de la prensa con 29 o 30 años, muy hecho y además a raíz de un premio y una serie de historias. Luego, trabajé en El País y fui un tiempo el editor gráfico del Colorín (El País Semanal), así que he vivido en un ambiente de mucho respeto y en el sitio donde más se valoraba la fotografía en España. Sí he oído, y alguna vez me la han dedicado, esa frase de: le presento a fulano, mi fotógrafo. Como si dijera mi magnetofón o mi libreta de notas. En definitiva, sé que eso ha existido, pero como también soy muy autocrítico con mi oficio, sé que eso en parte se lo ganaban los fotógrafos, porque lo que les gustaba era hacer fotos, pero que de la cocina se ocupara otro. Hablo de saber por qué estaban allí o cómo se llamaba tal persona. Eso lo delegaban. Maruja Torres, con quien trabajé mucho, se quedaba alucinada porque yo hacía los pies de foto. Pero ese era mi trabajo. Yo a ella no le tocaba el texto, ni una coma, no me atrevería, pero los pies de foto los hacía yo. Luego lo entendió. Con ella también estuve una vez en Melilla y me dijo: oye, ¿no vas a hacer una foto de esto? Y le respondí que no, que había una luz de mierda y no me interesaba. Ella me replicó que iba a hablar de ello y yo le comenté que genial, que hablara. Ella solo quería la foto para demostrar que lo que decía era verdad, y esa ha sido la gran esclavitud de la fotografía, convertirla en acta notarial. Maruja era Dios en aquella época y le dije que su palabra tenía mucha más credibilidad para los lectores que cualquier fotografía, que la creían como si fuera la Virgen María. Acabamos meándonos de la risa.
– Volviendo a los viajes por esta zona, ha documentado mucho la zona de La Raya. Quizá, desde aquí, falte perspectiva para ver cómo ha sido la evolución del territorio. ¿Usted ha percibido cambios en la permeabilidad de la frontera y en el desarrollo de esa región?
– Claro, cambios ha habido, porque, como bien decía Julio Caro Baroja, que fue uno de mis maestros, el mundo rural desde el mundo urbano tiende a verse como algo inamovible, como algo que en el tiempo no evoluciona. Y él decía que el mundo rural evoluciona mucho, lo que pasa es que evoluciona de otra manera. Hombre, la evolución más evidente, por supuesto, y es repetir una vez más lo mismo, ha sido el vaciado. Ya cada vez hay menos gente. Pero, fíjate, yo en el caso de La Raya, que me encanta que lo saques, siempre pensaba que la supresión de la frontera iba a provocar que cada vez hubiera menos diferencias. Y siguen siendo dos mundos muy distintos, España y Portugal. Para mí eso sigue siendo muy sorprendente. Caro Baroja decía que cambiar leyes es muy fácil, pero, amigo, cambiar los hábitos es muy difícil. No por nada, sino porque necesita tiempo.
– ¿Tienen que pasar generaciones?
– Yo creo que poco a poco se va a ir diluyendo, pero hoy por hoy es verdad que, en lo que linda con Zamora, Salamanca y Orense, sigue habiendo distancia. Antes hablábamos de Rionor, claro. Es un caso muy concreto, porque la frontera es la calle. Pero, salvo casos tan excepcionales, sí que siguen siendo dos mundos distintos. Unamuno lo definía muy bien y decía que España se relacionaba con Portugal desde la prepotencia. Y, consecuentemente, Portugal con España desde la desconfianza. Ya sabes que por aquí hay un dicho que te dicen enseguida en Portugal: «de Espanha, nem bom vento, nem bom casamento».