La cita tiene lugar justo en el paso fronterizo entre la provincia de Zamora y Miranda do Douro, en un ensanchamiento de la carretera que permite detenerse un rato a contemplar la estampa del río antes de adentrarse en Portugal o de poner rumbo definitivamente a España. Casi en tierra de nadie. O de todos. Por allí aparecen cinco personas agarradas a sus botellas de vino y a su afinidad. Sus nombres son José Manuel Benéitez, Frederico Machado, Luis Fernando Cabrero, Thyge Jensen y Ricardo Alves, y tienen una historia que contar: una común.
Los protagonistas de este relato son bodegueros, empezaron su aventura en el último decenio y los cuatro que hablan llegaron a este territorio de frontera dura después de pasar una vida anterior fuera. Para algunos de ellos, su aterrizaje en la zona fue casi azaroso; para otros, un destino buscado. Ahora, todos sienten el lugar como propio. José Manuel, Luis Fernando y Thyge viven en la parte española, en Formariz y en Fermoselle; Frederico y Ricardo, en la portuguesa. Pero la distancia es mínima. En todos los sentidos.
«Todos nosotros empezamos nuestros proyectos en momentos muy parecidos, con pocos años de diferencia, y desde un principio hemos colaborado en distintas materias. Nos une una filosofía común», arranca José Manuel, que es el responsable de El Hato y el Garabato, una bodega con sede en Formariz. Su compañero en la parte española, Thyge, llegó de Dinamarca para montar Frontio en Fermoselle, mientras que Frederico y Ricardo optaron por una vida en la Portugal de interior con el proyecto Arribas Wine Company.
Ahora, los responsables de las tres bodegas citadas, junto a otra llamada Picotes Wines, son los impulsores de una asociación creada bajo las siglas APPDT: Asociación para la Protección del Patrimonio y el Desarrollo Tecnológico. Dicho así, no suena muy romántico, pero la idea gana cuando se explica: «Tanto del lado portugués como del español nos enfrentamos a retos muy parecidos, muy semejantes. Hablamos de zonas muy aisladas y despobladas en las que el territorio es común y las variedades de uva también», insiste José Manuel, que aclara que ese punto de partida afín se vio complementado por la idea de seguir un mismo camino.
«Siempre tuvimos la idea de montar una asociación en conjunto y poco a poco hemos ido haciendo cosas», añade el bodeguero de Formariz, que se marchó muy lejos para formarse en el mundo del vino antes de instalarse en la tierra de sus antepasados. Ahora, mira a lo cercano con perspectiva: «Este año, ya hicimos una cata en Madrid con productos de ambos lados de la frontera que compartimos ese planteamiento: producciones ecológicas y artesanas, y apuesta por el territorio», reivindica.
A su lado, Frederico añade que, tras esa experiencia en la capital de España, el grupo constató que tenía que organizarse. La idea de hacer cosas juntos se transformó hace unos tres meses en una asociación formal con unos planteamientos de base diáfanos: «Aquí casi no hay gente, somos una zona muy pobre, pero nosotros queremos ser un ejemplo. Si seguíamos trabajando solos, no iba a ocurrir nada en este territorio», advierte este portugués de Braga, que se mudó para fundar Arribas Wine Company junto a su socio Ricardo, originario de Bragança.
«A nosotros nos parece muy fuerte la idea de que seamos un grupo de productores de dos países, pero con unos objetivos comunes. Pensamos que es algo novedoso y que, además, nos hace más atractivos de cara al mercado. De hecho, desde el principio hemos compartido importadores», subraya José Manuel, que defiende «la producción ecológica, el respeto a las variedades locales y la puesta en valor de la singularidad». «Para nosotros, eso tiene un valor tremendo», asevera.
Para los miembros fundadores de la asociación, el evento de Madrid fue la prueba de que «la idea es fuerte». «Pero podemos y tenemos que hacer más cosas», afirma Thyge, que preside la DO Arribes, pero que también está implicado por completo en este proyecto lanzado por «cuatro locos» dispuestos a aportar futuro a un territorio «que siempre se había dicho que no valía».
El bodeguero danés afincado en Fermoselle recuerda, además, que todos ellos pudieron decidirse por empezar sus proyectos en otros lugares. Pero eligieron este. Y, sin conocerse, empezaron a caminar por un sendero común: «Tú catas nuestros vinos y hay un hilo conductor en cuanto al carácter expresado en ellos. No nos hemos puesto de acuerdo para elaborar de una determinada forma, pero hemos confluido en el estilo. Eso es muy importante», apunta José Manuel.
La implicación de más bodegas
Su idea, la de los cinco que están presentes en la charla, ha ido arrastrando a algunos bodegueros más de ambos lados de la frontera cuyas producciones encajan con esta forma de entender el vino que tienen los fundadores del colectivo. En Madrid, fueron más de una decena. La idea es que, en 2025, con todo ya más rodado, los participantes en esa primera cata vayan implicándose de una forma más directa en APPDT.
Cuando se apaga la grabadora, el sol también ha ido agotándose. El cartel que anuncia la entrada en España se empieza a difuminar mientras los bodegueros guardan sus vinos en el maletero. La luz de su asociación aspira a iluminar un paso de frontera en el que, durante muchos años, no solo hubo oscuridad, sino una puerta cerrada con varias vueltas de llave.