Samara Jiménez es gitana y trabaja como técnico de Intervención en Educación. Lorena Salazar comparte la misma etnia y profesión de su compañera, y además es graduada en Derecho. Verónica Trufero, igualmente romaní, ejerce como técnico de Intervención y como formadora en competencias digitales. Las tres estudiaron, pero también las tres tuvieron razones para creer que no podrían y un abanico de excusas a su disposición para justificarse. No hizo falta. Este lunes, ellas han ejercido como moderadoras de una mesa en la que varios gitanos y gitanas han hablado de su vida académica, de sus ambiciones, de sus expectativas y de su orgullo por unos orígenes que no dependen del camino laboral de cada cual.
Sus testimonios se han mezclado con los aplausos en un salón de actos de la Alhóndiga prácticamente lleno para la ocasión, y con gente atenta para seguir el encuentro de estudiantes organizado por la Fundación Secretariado Gitano. Su coordinador, Carlos Fernández, explicó tras escuchar a los jóvenes hablar sobre el futuro que la estadística de Zamora mejora los índices nacionales, aunque todavía queda terreno por delante. En España, dos de cada tres romaníes no termina la Educación Secundaria Obligatoria. Ese es el punto de partida.
Y ese es el escenario en el que se movieron Samara, Lorena y Verónica cuando decidieron formar parte del tercio de las excepciones y seguir adelante con los estudios, el mismo camino que han querido tomar después otros como Herminio, Enrique, Atanasio, Tamara, Daniel, Pedro o incluso Zaira y Mireya, que se animaron a retomar la ESO a distancia desde la consciencia de que, «para vivir una vida normal, necesitas una base de estudios».
La charla se estructuró en base a una serie de preguntas cortas que fueron respondiendo los estudiantes, casi todos alumnos de ciclos formativos superiores. Antes, Samara y Lorena abrieron fuego con sus experiencias. Especialmente emotiva fue la de la graduada en Derecho, que agradeció el esfuerzo de sus padres, «la base sólida», el «apoyo fundamental», el «refuerzo a las capacidades» y todos los laberintos recorridos junto a ella hasta terminar en la UNED con la mochila de las dificultades que implica «pertenecer a una minoría étnica».
Desde la mesa, otro joven llamado Herminio admitió que los primeros problemas suelen llegar cuando los estudiantes gitanos alcanzan la ESO, cuando pesa el estereotipo de que ellos no estudian, de que van a liarla. En lugar de presuponer lo bueno, se da por hecho lo malo. Y cuesta quitarse eso de encima: «El trato no siempre fue bueno, pero fui avanzando y todo mejoró», indicó este alumno de Segundo de Bachillerato, que ahora tiene todo un horizonte de futuro abierto ante sí.
En general, los profesores y la familia forman parte del núcleo principal de apoyos de quienes han decidido seguir adelante con los estudios. Atanasio, por ejemplo, vivió un punto de inflexión cuando sus padres le dieron permiso para ir a un viaje que le allanó el terreno para perfeccionar su inglés y convertirse en una persona bilingüe. Ahora, se forma en Administración y Finanzas, como Enrique, a quien nunca le gustó el mercado y que decidió apostar por tener una vida «más cómoda». Siempre con el apoyo de los suyos.
Los pilares y los estudios
«La familia es un pilar para nuestra vida», insistió más tarde Pedro, para quien la Iglesia también entra dentro de esas prioridades. Para él, compaginarlo todo está resultando «exigente», pero el grado medio en Sistemas Microinformáticos le abrirá puertas. Y lo sabe. «Creo firmemente que el esfuerzo valdrá la pena», deslizó el alumno gitano, que compartió la opinión de Tamara, también estudiante de un ciclo: «Me motiva poder tener más oportunidades, ser más libre y conseguir un futuro en el que no dependa de nadie», añadió la joven.
A continuación, Daniel, que se forma en un grado superior de Administración, incidió en la importancia del entorno, en los valores y en la pertinencia de «aspirar a más». «Hay que formarse para acabar con las etiquetas impuestas a esta etnia y, por qué no decirlo, para tapar la boca de aquellos que nos dicen que no se puede», clamó el alumno, ante el aplauso del público.
En el cierre, las que quizá han hecho lo más difícil: dejarlo y volver: «Ya no estamos en la época de nuestros padres. Muchos escuchamos que lo del mercadillo ya no vale. Los tiempos han cambiado y necesitamos los estudios para seguir adelante», argumentó Zaira, antes de que su compañera Mireya cerrara las intervenciones: «Hay gitanos con mucha capacidad para estudiar. Podemos ser médicos, policías o, en general, gente que va a beneficiar a la sociedad».